Me viene a la cabeza una escena de la película Amadeus de Milos Forman. Una vez concluída la representación del Rapto del Serrallo, el emperador José se acerca a Mozart para felicitarlo. Pero le lanza un reproche:
- La obra ha sido excelente, pero... como diría yo, tiene demasiadas notas.
Mozart, sin tapujos, respondió:
- ¡Ah sí!, ¿cuantas notas, exactamente, cree su majestad que sobran?
Demás está decir que no creo que interese el que si esta conversación tuvo o no lugar. Pero me imagino que algo similar a la opinión del emperador José tiene que pensar un compositor minimalista, si es posible imaginar la existencia de ese tipo de compositor. Si seguimos las indicaciones de la RAE, el minimalismo es aquella corriente artística que utiliza elementos mínimos y básicos, como colores puros, formas geométricas simples, tejidos naturales, lenguaje sencillo. Así, cuanto menos, mejor. Pero, siempre nos asalta la misma pregunta: cuan mínimos y básicos deben ser los elementos utilizados.
Se suele caracterizar a la música minimalista por la utilización de recursos como la repetición de frases musicales cortas, con variaciones mínimas en un período largo de tiempo, el énfasis en una armonía tonal y la utilización de un pulso constante, casi obstinado. Pero esto, en mi opinión, es sólo una caracterización superficial. Ya dije en otro lugar que toda obra de arte está compuesta de numerosas objetividades, cada una de ellas ocupando diferentes planos, que tratan de obtener su merecido protagonismo. En la música minimalista, por ejemplo, esa énfasis en la música tonal no es más que un adorno superficial. La tonalidad, ya vaciada de todo contenido en nuestro tiempo, se utiliza como una especie de sutil brisa que esconde tras ella la fuerza arrolladora de lo tímbrico. Lo mismo sucede con la repetición de frases melódicas cortas. La melodía, mera rememoración de otra época, e incluso de otras culturas, cede paso a la portentosa desmesura de lo rítmico.
Por todo esto, la música de Moondog, pseudónimo de Louis Thomas Hardin, sólo puede ser minimalista vista con los ojos del S.XIX donde la melodía y la tonalidad vivieron se época más imperial. Es pues necesario, ya en el S. XXI, volver a graduarse la vista.
- La obra ha sido excelente, pero... como diría yo, tiene demasiadas notas.
Mozart, sin tapujos, respondió:
- ¡Ah sí!, ¿cuantas notas, exactamente, cree su majestad que sobran?
Demás está decir que no creo que interese el que si esta conversación tuvo o no lugar. Pero me imagino que algo similar a la opinión del emperador José tiene que pensar un compositor minimalista, si es posible imaginar la existencia de ese tipo de compositor. Si seguimos las indicaciones de la RAE, el minimalismo es aquella corriente artística que utiliza elementos mínimos y básicos, como colores puros, formas geométricas simples, tejidos naturales, lenguaje sencillo. Así, cuanto menos, mejor. Pero, siempre nos asalta la misma pregunta: cuan mínimos y básicos deben ser los elementos utilizados.
Se suele caracterizar a la música minimalista por la utilización de recursos como la repetición de frases musicales cortas, con variaciones mínimas en un período largo de tiempo, el énfasis en una armonía tonal y la utilización de un pulso constante, casi obstinado. Pero esto, en mi opinión, es sólo una caracterización superficial. Ya dije en otro lugar que toda obra de arte está compuesta de numerosas objetividades, cada una de ellas ocupando diferentes planos, que tratan de obtener su merecido protagonismo. En la música minimalista, por ejemplo, esa énfasis en la música tonal no es más que un adorno superficial. La tonalidad, ya vaciada de todo contenido en nuestro tiempo, se utiliza como una especie de sutil brisa que esconde tras ella la fuerza arrolladora de lo tímbrico. Lo mismo sucede con la repetición de frases melódicas cortas. La melodía, mera rememoración de otra época, e incluso de otras culturas, cede paso a la portentosa desmesura de lo rítmico.
Por todo esto, la música de Moondog, pseudónimo de Louis Thomas Hardin, sólo puede ser minimalista vista con los ojos del S.XIX donde la melodía y la tonalidad vivieron se época más imperial. Es pues necesario, ya en el S. XXI, volver a graduarse la vista.
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