Lo público hace referencia a lo perteneciente a todo
el pueblo. Pero, ¿qué es pueblo? El pueblo en sí no es nada. Como idea, se
diluye como un azucarillo cada vez que tratamos de asirlo, de cercarlo, de
marcar su territorio. En definitiva, el pueblo termina siendo la Nada, como
imposibilidad de hacerse, de concretarse, como imposibilidad de concepto. En
este sentido, la razón pública hace referencia al resto, a las sobras, a lo que
queda inutilizado en cualquier acto de formalización.
Lo curioso es que lo sobrante no queda ahí inerte
esperando una nueva oportunidad de ser utilizado para algo, sino que tiende a
emerger entre los resquicios que deja todo proceso de formalización. El grado
de formalización, o sea, su intensidad y alcance, determinará la presión con la
que ese resto no formalizado tratará de escapar, de salir a la luz. Por
ejemplo, si la formalización ha sido chapucera, la presión que se ejerce sobre
lo no formalizado será poca, y por lo tanto, la violencia con la que se manifestará
lo sobrante será siempre débil. Por el contrario, si la formalización es
intensa, como lo es la Globalización, la presión a que es sometida el Pueblo, o
sea, la Nada, es muy acusada y la fuerza con la que logrará manifestarse en
cualquiera de los resquicios que deja aquella será descomunal.
Lo privado, por tanto, hace referencia a todo lo que
no es Pueblo, a todo lo que no es Nada, o sea, al Ciudadano, al Carpintero, al
Músico, al Bombero, etc. Lo privado es cualquier acto de formalización, de determinación
de unas fronteras, la asunción de lo Posible frente a lo Imposible. Lo privado,
por lo tanto, se articula como un momento necesario para el hombre, pero nunca
debe obviar el otro momento, lo público, como fuerza desestabilizadora y a la
vez generadora de vida, que pone a prueba las limitaciones de cualquier proceso
de formalización.
Es así que cuando hablamos del uso de la razón pública
nos tenemos que referir al momento en el que el proceso de privatización, en el
sentido antes descrito, es cuestionado por unas fuerzas que han quedado al
margen de ese proceso, que no han podido ser asimiladas, y, por lo tanto, se
quedan sin lugar, sin nada que salvaguarde su subsistencia. En este sentido,
son fuerzas desublimadas, descanalizadas, y por lo tanto, inservibles para el
conjunto, en el caso del hombre, para el conjunto de la sociedad.
La pregunta que nos asalta llegado este punto es que
si es posible dar cuenta de todas esas fuerzas que quedan al margen, es decir, que
si lo público puede, en algún momento, redimirse. Parece que no. Pero en la
actualidad el intento más chusquero de tratar de conseguirlo es resolviendo la
relación entre lo público y lo privado una cuestión meramente cuantitativa. Lo
público, en este sentido, remitiría a la unión más o menos armónica de
múltiples privacidades. Esta es la visión que domina en la agenda de las
democracias occidentales y todas sus deformaciones perversas, y tiene sus
consecuencias.
Comentarios