¿Qué
es un momento de verdad? Aquel en el que una persona se ve obligado a
tomar una decisión crucial, o sea, romper con todo lo anterior o
abandonarse al poder que trata de ponerle unos grilletes. El momento
de verdad es el lugar donde uno mismo se juega su dignidad: o todo o
nada. La primera opción exige la disciplina y el sufrimiento del que
tiene que construir en un medio incierto, donde no hay ley y él
mismo se la debe de imponer para poder sobrevivir. Con la segunda
opción el hombre sucumbe a las leyes de otros, a las leyes escritas,
es por ello que la disciplina es una simple sumisión, un dejarse
llevar.
El
momento de verdad aflora cuando los esquemas que organizan nuestra
vida pierden su funcionalidad, dejan de ser una estructura sólida
donde poder articular los diferentes modos de relacionarse con la
realidad. Es en esos momentos, en los que la estructura pierde la
solidez necesaria, y los diferentes modos reclaman una seguridad
estructural, que no es más que su propio lugar en el edificio de la
realidad, cuando se nos insta a tomar una decisiones cruciales:
articular un nuevo edificio o seguir con el mismo, eso sí, con unas
pequeñas mejoras.
Esa
pérdida de funcionalidad de los esquemas que articulan nuestra vida
actúan en todos los niveles. Por ejemplo, el esquema típico de una
discusión racional se resume de la siguiente forma: una idea,
hipótesis, se pone encima de la mesa y los diferentes intervinientes
en la discusión van aportando razones, unas a favor, otras en
contra. El objetivo de esa discusión es el de ver que razones son
más idóneas y cuales menos. Es usual que haya un tribunal, ya
popular, ya de expertos en los asuntos a tratar, que valorarán la
idoneidad de cada uno de los argumentos. En este sentido, una
discusión racional se convierte en un juego, una sencilla batalla
con espadas de cartón, en la que se da rienda suelta a la autoestima
de los paladines, sobre todo a la del vencedor.
Este
modelo se articula necesariamente sobre una premisa: dos
no juegan si uno no quiere.
Esto es decisivo hoy en día en nuestra democracia, y desde ahí
donde debemos partir cuando los intelektuales
insisten en que participemos activamente en la vida pública, en lo
debates, que hagamos, en definitiva, un uso público de la razón. No
hay democracia sino hay personas que actúen a partir de este esquema
formal, si no hay duelo agonístico entre unos contrincantes. No hay
que insistir mucho en esto, los diferentes deportes, encumbrados en
esa apoteosis Olímpica, son sólo ejemplos concretos de esa
estructura que se nos impone, que da sentido al mundo que nos rodea.
Pero,
¿qué nos aporta el esquema formal? Seguridad, la seguridad del que
cree tener todo controlado, o cuanto menos, la creencia de que otros
controlan las cosas por nosotros. De ahí el dicho más
vale malo conocido que bueno por conocer, prefiero
tener a fulanito en el equipo contrario, que por el hecho de estar en
el equipo contrario ya está asumiendo unas reglas que, en
definitiva, compartimos. Esto se vio muy claro a raíz de esa 7ª
Sinfonía “Leningrado” de Dimitri Shostakovich. Tanto Occidente
como la URSS, desde posiciones agonísticas, la interpretaron de la
misma manera, como la lucha contra el enemigo. Evidentemente, cada
uno tenía su enemigo. Pero, ¿pensaba lo mismo Shostakovich de su
obra?
Desde
el punto de vista psicológico, este tipo de esquema formal desplaza
el verdadero lugar para la libertad, que no es más que la decisión,
la toma de partido, la eleccción. Esto ya nos lo contaba Nietzsche
cuando se refería al hombre democrático como un ser reactivo. El
demócrata reacciona ante lo que le viene encima, nunca actúa por sí
mismo. Pero para que ese posponer no queda ahí desnudo es necesario
la típica verborrea del debate racional, con las vertiginosas idas y
venidas de las razones de unos y de otros.
Que
la reacción sea tan considerada es por su carácter causal. De
siempre eso ha dado seguridad al hombre, le ha dotado de la
autoestima suficiente para enfrentarse a los quehaceres de la vida.
La acción no supone causalidad, sino instinto, conquista, necesidad
de alimento... en definitiva, libertad.
Pero
que este esquema estructural sea el hegemónico no quiere decir que
sea el único. Este esquema no termina subsumir de una manera
“pacífica” lo diferentes modos de relacionarse con la realidad.
Es en esas tensiones, en esas grietas, donde surge el momento de
verdad y brinda la oportunidad de poder crear nuevas estructuras que
consigan hacer coexistir otras formas, otras interpretaciones...
Comentarios
Muy interesante tu reflexión.
Gracias José Olvaldo por tu compañía, aunque sea por la red cibernética.