Cierto
que la economía y la política actúan espontáneamente en el
sentido de una panmanipulación. Pero la cuestión es: ¿hasta
cuándo? ¿Cuándo y cómo se alcanzará el punto de inversión? Y el
aparato intelectual y social tiene, de todos modos, sus agujeros.
G.
Lukács
Uno
de los grandes problemas a los que se enfrenta la lucha de clases es
con el fenómeno de la desideologización de la política. Por
desideologización de la política entendemos, junto a Georg Lukács,
que todo conflicto, toda lucha, ha perdido “la fuerza necesaria
para influir en la vida de los hombres, aunque sea a través de
tragedias, de un modo configurador de la especie”1.
Este proceso de desideologización, si seguimos los pasos dados en
las anteriores entradas, es el resultado de la exacerbación de una
contradicción fundamental: la actualización del proceso de
homogeneización, que podemos representarlo gracias las macabras
realidades de Auschwitz y la bomba atómica -en el contexto vivido
por Lukács-, o el cambio climático, la amenaza bacteriológica o el
terrorismo islamista -en el contexto de la postmodernidad-; y la
potenciación del proceso contrario, el de heterogeneización,
representado por la “omnipotencia” del confort y la sociedad del
bienestar.
Se
precisa, por tanto, un proceso de re-ideologización, lo cual no
significa el aferrarse a ideologías pasadas, a reconstrucciones más
o menos bienintencionadas de ideologías que sirvieron de sostén a
procesos revolucionarios anteriores, sino de incorporar la ideología
misma, o mejor dicho, la lucha ideológica, en esos “agujeros”
que todo aparato intelectual y social genera. La lucha de clases es
una lucha ideológica, y toda lucha necesita su campo de batalla, y
todo campo de batalla es un lugar neutral, un “agujero”, una
“nada”. Sólo a través de esos agujeros es posible inocular la
lucha de clases en un contexto desideologizado, en un contexto de
clase.
1Lukács,
Georg, “Elogio del siglo diecinueve” en Materiales sobre el
realismo, Barcelona: Grijalbo, 1977. Pág. 254.
Comentarios
Sigamos posicionándonos en las trincheras pero, mientras marchamos con paso firme hacia ellas, vayamos planificando el asalto, como haría el mismísimo Rommel en África. Sin dejar nada al azar.