Los 50 km marcha. No tengo que insistir en que es una disciplina atlética, entre otras, que mantiene unas peculiaridades, como también las tiene cualquier disciplina. Desde el punto de vista del idealismo, el conjunto de esas peculiaridades conforman la idea de "50 km marcha" como disciplina, en definitiva, su concreción en el mundo fenomenológico que nos rodea. La prueba está ahí, y queda definida por unos atributos, ni más ni menos, que hacen que cualquier persona, emisor, pueda referirse a ella y pueda ser entendido por los demás, los receptores.
Todo esto parece muy evidente, y lo es. El problema es que en cualquier acto comunicativo, en el que dos personas tratan de ponerse de acuerdo sobre cualquier tema, esa evidencia va perdiendo nitidez. La causa, supongo, es que la idea de esto o de aquello no es tan ideal, no remite necesariamente a unos atributos objetivos que lo conforman. En cierto modo, esos atributos existen pero sólo como insinuación, como punto de partida o línea de fractura que inicia un proceso comunicativo, pero no como algo en sí, como verdad inmutable que marca, aunque no lo sepamos, el camino de la discusión.
Esto merece ser explicado en detalle. En verdad, cuando un marchador de élite y un marchador popular hablan sobre la prueba de los 50 km marcha, sobre cualquier tipo de propuesta que trate de mejorar, de cambiar la disciplina, es decir, que sus atributos sean modificados, por ejemplo, que el número de practicantes sea mayor, que se ganen más medallas, que se localice en el calendario esta o aquella competición, ¿se refieren a la misma cosa, o sea, a la misma idea de "50 km marcha"?
Me temo que no. Los 50 km marcha adquieren en cada persona, en cada practicante una significación concreta vinculada a la biografía de cada uno. Cada persona construye su biografía sobre la materialidad existente, y cada biografía es un mundo. En este momento cabe pensar que el supuesto amor a una disciplina atlética, ese que sale a relucir siempre como razón -¡yo lo hago por amor a la disciplina!- no es tal amor. Más bien habría que preguntarnos: ¿cuál es mi fetiche? ¿Sobre qué objeto he articulado una red de significaciones, de sentidos, que conforman mi biografía?, y a partir de ahí comenzamos la partida, con las cartas encima de la mesa.
Así, es muy posible que sobre un mismo objeto, pensemos en la prueba de los 50 km marcha, se hayan desarrollado muchas biografías, de tal manera que esa prueba puede tener diferentes sentidos para unos y para otros. Por ejemplo, para mi los 50 km de las Olimpiadas tienen poca significación, en todo caso un sentido residual que me lleva a seguirla con interés por el hecho de que me siento más unido a los atletas que practican mi disciplina y con los que suelo coincidir en las competiciones nacionales que con un tenista o "motero" famoso, pero nada más. Sin embargo, para mi el 50 km del nacional de invierno adquiere una importancia casi vital. Como todos los años, desde septiembre, ocupa un espacio temporal y anímico que va articulando mi biografía, se convierte en un fin en sí mismo, en un objeto fetiche. Y supongo que para otros atletas el objeto fetiche se encuentre en otro lugar, por ejemplo en unas Olimpiadas o Mundial. En estos casos intuyo que el 50 km del nacional solo sea un medio para llegar a su objeto fetiche. Así, aunque pueda ser importante esa prueba, siempre será un medio, nunca un fin.
¿Es posible, por tanto, llegar a un acuerdo sobre la idoneidad de sustituir los 50 km del nacional por unos 35 km partiendo de estas diferencias radicales? Me temo que no.
(Continúa...)
Todo esto parece muy evidente, y lo es. El problema es que en cualquier acto comunicativo, en el que dos personas tratan de ponerse de acuerdo sobre cualquier tema, esa evidencia va perdiendo nitidez. La causa, supongo, es que la idea de esto o de aquello no es tan ideal, no remite necesariamente a unos atributos objetivos que lo conforman. En cierto modo, esos atributos existen pero sólo como insinuación, como punto de partida o línea de fractura que inicia un proceso comunicativo, pero no como algo en sí, como verdad inmutable que marca, aunque no lo sepamos, el camino de la discusión.
Esto merece ser explicado en detalle. En verdad, cuando un marchador de élite y un marchador popular hablan sobre la prueba de los 50 km marcha, sobre cualquier tipo de propuesta que trate de mejorar, de cambiar la disciplina, es decir, que sus atributos sean modificados, por ejemplo, que el número de practicantes sea mayor, que se ganen más medallas, que se localice en el calendario esta o aquella competición, ¿se refieren a la misma cosa, o sea, a la misma idea de "50 km marcha"?
Me temo que no. Los 50 km marcha adquieren en cada persona, en cada practicante una significación concreta vinculada a la biografía de cada uno. Cada persona construye su biografía sobre la materialidad existente, y cada biografía es un mundo. En este momento cabe pensar que el supuesto amor a una disciplina atlética, ese que sale a relucir siempre como razón -¡yo lo hago por amor a la disciplina!- no es tal amor. Más bien habría que preguntarnos: ¿cuál es mi fetiche? ¿Sobre qué objeto he articulado una red de significaciones, de sentidos, que conforman mi biografía?, y a partir de ahí comenzamos la partida, con las cartas encima de la mesa.
Así, es muy posible que sobre un mismo objeto, pensemos en la prueba de los 50 km marcha, se hayan desarrollado muchas biografías, de tal manera que esa prueba puede tener diferentes sentidos para unos y para otros. Por ejemplo, para mi los 50 km de las Olimpiadas tienen poca significación, en todo caso un sentido residual que me lleva a seguirla con interés por el hecho de que me siento más unido a los atletas que practican mi disciplina y con los que suelo coincidir en las competiciones nacionales que con un tenista o "motero" famoso, pero nada más. Sin embargo, para mi el 50 km del nacional de invierno adquiere una importancia casi vital. Como todos los años, desde septiembre, ocupa un espacio temporal y anímico que va articulando mi biografía, se convierte en un fin en sí mismo, en un objeto fetiche. Y supongo que para otros atletas el objeto fetiche se encuentre en otro lugar, por ejemplo en unas Olimpiadas o Mundial. En estos casos intuyo que el 50 km del nacional solo sea un medio para llegar a su objeto fetiche. Así, aunque pueda ser importante esa prueba, siempre será un medio, nunca un fin.
¿Es posible, por tanto, llegar a un acuerdo sobre la idoneidad de sustituir los 50 km del nacional por unos 35 km partiendo de estas diferencias radicales? Me temo que no.
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