Momento de verdad: fisura en el devenir diario de la biografía del hombre debida a numerosas y diferentes causas. Esa fisura es condición necesaria para que el hombre pueda, a la vez, desarrollar su propia biografía, de escribir su propia historia. La fisura, como instancia generadora de sentido, se caracteriza por su positividad.
El momento de verdad se caracteriza por causar en las personas una especie de turbación, de excitación de los afectos. Todos los afectos imaginables, la ira, el asco, el arrepentimiento, la compasión, incluso la risa, son las respuestas del hombre ante cualquier momento de verdad. Antiguamente, en los tiempos de nuestros tatarabuelos Platon y Aristóteles donde se tenía muy claro en qué consistía la verdad de ese momento de verdad, se invertía mucho tiempo en la educación afectiva de las personas, se hacía especial hincapié en qué tipo de música debía escucharse, o actividad realizarse, para desarrollar este o aquel afecto, aquel que se sabía correspondía o estaba más cerca de la verdad, es decir, lo que cada grupo social consideraba importante para su propia supervivencia. Hoy en día, por el contrario, es costumbre que cuando nos encontramos con un momento de verdad, éste sea analizado, diseccionado, en busca del encuentro mismo con esa verdad. Por tanto, en otro tiempo la verdad se sabía, hoy se busca.
Un ejemplo de búsqueda de ese momento de verdad es la obra de J. S. Bach. Que su música ha causado y causa profunda emoción en el oyente es ocioso seguir insistiendo. Lo significativo de su obra es que con el paso del tiempo, breve o largo, que da lo mismo, se ha tratado de racionalizar sus procedimientos compositivos. Se crearon las reglas contrapuntísticas que se supone son el sustento de su música. Pero le sucede al estudiante de esas reglas que, cuando se encuentra con la obra de Bach, con su música, observa que el propio Bach se las salta cuando le viene en gana, y que este hecho no afecta en nada a la calidad de la música. Todo lo contrario, se podría decir que la emoción que produce esa música está muy por encima de cualquier regla. La pregunta entonces que nos asalta es la siguiente: el momento de verdad, ¿sobre qué se sustenta entonces?
Pensemos en el Capital. Nuestros padres marxistas ya nos pusieron sobre aviso sobre las argucias de éste. Insistían, de una u otra manera, en que las pequeñas comodidades burguesas eran el principal obstáculo para llevar a buen término el socialismo real, la verdadera revolución. Así, podríamos llegar a pensar algunos, se levanta el 15M, sobre el Capital, como todo lo conformado en la actualidad global, como una nueva marca dirigida a unos determinados consumidores, esos que se gustan de la democracia participativa, incluso del arte iconoclasta. Pero, si queremos ser sinceros, que asumamos realmente que detrás de todo movimiento se encuentra el Capital no trae ninguna consecuencia negativa al propio Capital. Que el Capital no se turbe por el conocimiento de su propio secreto es algo que nos tendría que hacer pensar, como el hecho de que las reglas del contrapunto resulten ineficaces a la hora de dar cuenta de la obra de Bach. Sin duda, el momento de verdad se encuentra en otro lugar.
El Capital se gusta de que se sepa de él, y nosotros también lo necesitamos, porque así tenemos la seguridad de que el mundo, en cierto modo, está regido por unas leyes y que por eso, porque hay unas leyes, nos creemos que estamos en condiciones de poder transformar cualquier anomalía, cualquier eventual fallo en el mecanismo. Así, el movimiento 15M, se cree en condiciones, lo mismo se podría decir del Estado opresor con su democracia parlamentaria y demás zarandajas se cree capacitado para satisfacer las exigencias de una sociedad libre y democrática, de poder alumbrar un nuevo mecanismo democrático que trate de resolver los problemas que nos acucian.
Con la música, y con el arte en general, pasa lo mismo. Nos gusta buscar el sentido profundo en esta o aquella composición porque nos da la seguridad de poder tomar partido, de poder decidir, de poder revertir la situación por ella generada. Así, nos creemos que descubriendo una esencia faszistoide en determinadas manifestaciones artísticas podemos luchar contra el mismo nazismo. Pero no hay nada esencialmente fascista. Es fascista un uso concreto que se haga de tal o cual obra, y eso depende inevitablemente del desarrollo competencial de los personas. Es por ello, y volviendo a nuestros tatarabuelos, que no se trata de buscar la verdad, sino de aprender la verdad, de saberla, y para ello es necesario mirar con otros ojos.
Comentarios
Acaso esa verdad que antaño se conocía y hoy se busca, sea como la virtud misma, entendida literalmente como el filósofo griego la parafraseaba?. Vamos, como término medio entre dos extremos, uno por exceso y otro por defecto.
Mucho me temo que, la verdad, tiene tantas versiones como personas hay. El problema me temo que radica en el uso que, de su verdad, hacen los bien posicionados dentro del organigrama del llamado Capital.