
Partimos de la premisa de que
la realidad está marcada por una contradicción fundamental. Esto significa que
la realidad es “no toda”, que no puede ser totalizada, no porque seamos incapaces,
nosotros seres finitos e imperfectos, de encontrar o descubrir sus leyes
últimas (por cierto, qué sería entonces de nuestro libre albedrío si conocemos
esas leyes y nuestra libertad se reduce al ser enteramente conscientes y consecuentes
del camino que nos espera en nuestro quehacer), sino porque la propia realidad
es parcial, quebrada. Pero, a pesar de que, desde el punto de vista ontológico,
la realidad está atravesada por la espada, en definitiva, está herida, la
totalización es posible en la medida que ella misma, la realidad me refiero, cierra
la herida, la oculta, y ese cerramiento se produce de manera inmanente, es
decir, es la propia contradicción la que
genera su propia totalización. Es el prefijo “auto-“ el que pone nombre a esa
capacidad de actuar por sí mismo en sus diferentes niveles o estratos de
intervención: automático (mundo inorgánico), autopoiético (mundo orgánico),
autónomo (mundo animal) o autotélico (mundo humano).
Por tanto, la totalidad no es
previa a la caída, sino todo lo contrario, es posterior. No hay un paraíso
previo al pecado, la realidad es ya el pecado, y es por ello que Dios queda
libre de la responsabilidad de lo que sucede en el mundo. La caída del hombre no es más que la caída de
la realidad, la contradicción fundamental.
Exacto, como sin duda estarás deduciendo, la anomalía es sistemática y por eso crea fluctuaciones hasta en las ecuaciones más simplistas- MATRIX
La crisis, cualquier crisis, no
es más que el momento en el que la totalidad que oculta, en un instante dado, la
contradicción fundamental ha dejado de ser efectiva. La crisis conlleva
resquebrajamiento, ruptura, pero no deberíamos considerar esta emergente contradicción
con la contradicción fundamental. La ruptura de la totalidad es la ruptura del
espejo en el que la contradicción fundamental, la realidad, trata de curar su
herida. El problema ya no es volver a unir esos pedacitos de espejo que van
quedando desperdigados después de cada crisis, si no el volver a poner un nuevo
espejo, una nueva totalidad que cure de nuevo la herida.
Así pues, el libre albedrío
sería precisamente eso, la capacidad de toda realidad en sus diferentes estratos
o niveles, automático, autopoiético, autónomo o autotélico, de generar una
nueva totalidad que restaure el orden.
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