Los tres modelos de arte popular: de masas, folclórico y de compromiso, deben entenderse no como compartimentos estanco, sino como polos de atracción a donde se desplazan las diferentes manifestaciones artísticas. Atracción, desplazamiento, advierten del carácter vivo de la obra de arte, que, por una parte, escapa de las redes del autor, se independiza, y por otro, cae en las mallas de la sociedad, que la acomoda, le da cobijo. El autor, muy a su pesar, no determina, por lo menos necesariamente, el futuro de su obra. No me refiero a éxito, sino al lugar que ocupará en la sociedad. Aun así, el creador, incluido el anónimo, siente ese recelo ante lo que le puede suceder a su creación, el mismo del padre por sus hijos, y ello fija, ciertamente, el cómo y el para qué de su obra, su fisonomía, su genética.
En este sentido, conviene registrar la crítica que realiza T. W. Adorno a la idea de compromiso de B. Brecht:
"El arte es una figura de la
praxis y no tiene que pedir perdón por no actuar directamente: no podría
aunque quisiera; el efecto político de las obras comprometidas es muy
incierto".
T. W. Adorno, Teoría Estética, Akal, p.307
No hay obras de arte comprometidas. Bien es cierto que el
punto de vista político del autor mantiene cierta funcionalidad, la de
impulsar a este a crear teniendo en cuenta el ¿para quién? y el ¿para
qué?. En este sentido hablamos de obras comprometidas, pero en el
momento de hacerse patente la obra, de salir a la luz, ese compromiso
pasa a un segundo plano, la obra habla por sí sola, adquiere cierta
independencia ontológica con respecto a su creador. Es así que el efecto
político de las obras comprometidas se moverá, necesariamente, en el
ámbito de lo desconocido, de lo ignorado, de lo imprevisible.
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