Querido amigo:
Te sugiero que hablemos del tempo, pero no lo tomemos como una categoría o concepto estrictamente musical. El tempo, y más concretamente el tempo giusto, puede ser considerado como ese horizonte de sentido donde se inscribe cualquier obra de arte, es su movimiento vital, su lugar. Hoy en día asistimos incrédulos a un verdadero concurso televisivo donde se exhiben una infinita variedad de tempi, desde los más rápidos y audaces, donde el sujeto tiende a esfumarse, a difuminarse entre las imposibles piruetas a las que está obligado a realizar, hasta los más largos y quietos, donde, inexplicablemente, el reloj a dejado de marcar las horas, los minutos, y el sujeto queda ensimismado -valga de rebuzdancia- en su mismidad. No hace mucho hablaba de realismo aséptico y de realismo sofisticado. No me detengo más en esto. Ya te digo, cuestión de tempo. El aséptico tiende a ir demasiado rápido, el sofisticado, machaconamente lento. En ellos el sujeto cae abatido por desesperación, por agotamiento, de eso bien sabemos los músicos. Y ya lo decía Stravisnky, una obra puede sobrevivir a todo menos a un tempo equivocado. ¿Qué quería decir con eso el cachondo de Stravinsky? Quizás fuese esa sutileza de enfant terrible la que encendió a Adorno. Vete tú a saber.
Tempo giusto. Un ejemplo:
Tempo giusto. Un ejemplo:
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