Sugiere mi amigo Antonio Alcalá la necesidad de trazar un concepto de arte popular más omniabarcante, que subraye lo específico del hombre, su humanidad. No está exento de razón. Es en el quehacer diario donde el hombre trata de superar su incompletud, busca su sentido. En este ámbito de lo esencialmente humano, cualquier clasificación, en nuestro caso del arte popular, se vuelve anodina, insustancial. Pero es parte del proceso comunicativo el alzar la mirada y tratar de insinuar, prima facie, a vuela pluma, el contorno, los trazos, de lo que se va a tratar. En ningún modo hablamos de objetos o ideas cosificadas, sino de líneas o bocetos provisionales que marcan el inicio de una discusión, mas no el final. Es por ello que me asalta la frase que oí decir no se a quién, ni dónde, ni cuándo, que sostiene que si Descartes no hubiera existido seguro que lo hubiésemos inventado. Sí, inevitablemente somos cartesianos, necesitamos la idea para comenzar, para poner en marcha el mecanismo, que no es más que el trato con los demás.
Siguiendo con la cuestión, Antonio asume que en ese marco de la esencia humana se sitúa la materialización del espíritu. Mi apuesta es inversa: la espiritualización de la materia, es decir, trascendencia sí, pero desde la inmanencia, desde la pertenencia a la materialidad. Es posible que al agonía unamuniana se mueva entre estas dos maneras de dar sentido a la vida: materializando el espíritu o espiritualizando la materia. Don Miguel, por lo leído en La agonía del cristianismo, no pareció decidirse.
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