Seguimos con la discusión
sobre el estatuto ontológico de la libertad. ¿Qué son primero, las
instituciones o el individuo? ¿Nacemos libres, independientemente de
las leyes hegemónicas, o no, luego el asumir esas leyes es condición
necesaria para poder obtener nuestra libertad?
Quizás comience a partir
de una simplificación bastante forzada, pero me remito al libro de
Roger Scruton, Usos
del Pesimismo, y más concretamente a su capítulo 3, sobre la
falacia de los “nacidos en libertad”. Para Scruton, gran parte de
los problemas de la sociedad actual, de nuestra Europa más
concretamente, proviene de haber asumido a pies puntillas la idea
rousseauniana de que la libertad del hombre es lo que queda cuando
retiramos todas las instituciones, restricciones, leyes y jerarquías.
Según él, esta idea ha ido poco a poco ganando peso en la política,
en la educación, en la filosofía del arte, y es una de las
causantes del estado crisis política, económica y moral que invade
a Europa en la actualidad. La tarea de Scruton es hacernos ver la
falsedad de la tesis de Rousseau, o sea, admitir sin reservas que los
seres humanos no nacemos libres. En este sentido, para él las
instituciones no son los enemigos del hombre, sino que son parte
indispensable para que éste consiga u obtenga esa libertad. Pero
veamos como argumenta esto.
Siguiendo a Hegel,
Scruton parte de un mundo donde la gente vive en estado natural, sin
leyes, cada uno bregando por los recursos que brinda la naturaleza.
La restricción principal a la que se enfrenta cada individuo es la
existencia de otros individuos que buscan lo mismo: lo que quiero
será querido por mis rivales. Ante el posible enfrentamiento
entre los dos supuestos rivales caben dos soluciones: la primera es
violenta, uno se carga al otro y se queda con el objeto en disputa.
La segunda es pacífica, uno, que prefiere su vida antes que la
libertad, se subordina a los dictados del otro. Hablamos, por tanto,
de la dialéctica amo/esclavo. La tarea de Scruton es hacernos ver
que, sólo partiendo de una actitud de esclavo, podemos llegar a
conocer el sentido auténtico de la libertad. El esclavo, al no
poseer nada, termina por valorar lo que obtiene, y ese valorar
conlleva, para Scruton, planear, aspirar, tener motivos para la
acción y conseguir lo que te propones, asumiendo que todo eso está
mediado por un conjunto de relaciones entre personas. Más aún, su
esclavización exterior enmascara una libertad interior que crece con
el ejercicio de sus poderes creativos. Por el contrario, el amo
no comprende el valor de estar en un sitio, todo le viene fácil y,
por lo tanto, ni planea, ni aspira, ni tiene motivos para la acción.
La conclusión es la siguiente: se termina invirtiendo la relación.
El esclavo, gracias a conquista de esa libertad interior, la libertad
genuina, termina siendo el amo, y el amo en esclavo. La libertad
genuina, por tanto, emerge sólo cuando el yo se transciende, la
trascendencia de la esclavitud, y el conflicto amo/esclavo se
resuelve en un reconocimiento mutuo. Y a partir de este
reconocimiento mutuo nace la necesidad de reconocer que las leyes,
las costumbres, las instituciones y las restricciones se funden en la
propia naturaleza de la libertad. Ambas son el producto y el
canal de nuestros acuerdos recíprocos. Pero, partiendo de un
estado natural, con ausencia de leyes, instituciones, etc... ¿cómo,
cuándo, y en qué condiciones se han creado todas esas leyes e
instituciones a partir de la relación original amo/esclavo?
Si comenzamos por Hegel
conviene terminar con él. Toda esa batalla dialéctica entre
amo/esclavo parece culminar con algo similar al espíritu absoluto
hegeliano, ahora llamado por Scruton el orden fundado por el
reconocimiento mutuo. En ese
orden las relaciones están gobernadas por restricciones,
propósitos no compartidos o agendas impuestas. Y más aún,
los resultados – de ese gobierno- resultan impredecibles y
son guiados por una “mano invisible” que normalmente los apartará
de otros acuerdos que no se pretende establecer. Pero, ¿esto no
es optimismo señor Scruton? Todo el libro pregonando la necesidad de
una pizca de pesimismo y ahora presupone, como buen optimista, un
ideal, ese orden fundado en el reconocimiento mutuo, y más aún, que
una mano invisible guíe todo eso. El mismo
optimismo que el de un “marxista” como Habermas cuando trató de
fundar una ética a partir de otro ideal, el de la comunicación
libre de coacciones. Así me suena ese reconocimiento mutuo, a otro
ideal vacío, pero de derechas.
“Reconocimiento mutuo”,
“mano invisible”, ¿qué se oculta detrás de toda esta
palabrería? Ciertamente, un poco de pesimismo le hubiera sido
suficiente para descubrir que la mano invisible no es más que una
“mano negra”, la mano del poder establecido, la mano del amo que
se pasa por la piedra la libertad interior y exterior del esclavo.
Mientras, todo sigue igual, o sea, la perpetuación de la relación
amo/esclavo, el amo como más amo y el esclavo como más esclavo, los
ideólogos de derecha y de izquierda se les llena la boca con todos
estos ideales. Eso sí, la mano invisible nos hace ver que todos
tenemos la oportunidad de llegar a ser algo grande en la vida, ya se
sabe lo que vulgarmente significa ser algo grande. Pero también nos
ha hipotecado de tal manera que siempre, cuando no consigamos ni una
pizca de nuestros deseos, se nos echará en cara que hemos sido unos
depravados morales.
Pero, ¿por qué no tiene
más remedio que recurrir Scruton a ese idealismo? Porque parte de un
materialismo de lo más tosco, el cuantitativo, que surge
irremediablemente al asumir que la única relación entre el sujeto y
la naturaleza que le rodea es el de la propiedad (ver
entrada
anterior). Ya
sabemos las consecuencias que trae consigo esta relación que vacía
de toda sustantividad cualquier objeto, lugar o pensamiento,
convirtiéndolo en un valor de cambio. La incapacidad de este
materialismo cuantitativo para dar cuenta de los diferentes ámbitos
donde se maneja el ser humano, política, ética, economía,
estética, religión, es lo que lleva a tener que recurrir
necesariamente al idealismo, la incorporación extemporánea de
normas éticas o políticas. Por ejemplo, cuando nos referimos a las
virtudes éticas no podemos considerarlas como simples capacidades de asumir y hacer efectivas unas reglas de
convivencia y cooperación concretas, sino
más bien como unas fuerzas elementales que operan desde que el
hombre es hombre. El hábito, la norma, la ley, no es nunca después
del hombre, como parece asumir Scruton, sino parte del propio
hombre. Es irrisorio tener que recurrir a un estadio pre-político, o
pre-ético, para fundamentar una ética, cualquiera que sea.
Concluyendo.
Si Rousseau puede estar equivocado al asumir que la libertad es
aquello que queda cuando retiramos todas las instituciones,
restricciones, leyes y jerarquías, no menos equivocado estaría
Scruton al pensar que la libertad es algo que se obtiene al someterse
a unas leyes. Me decanto con la imagen orteguiana del “hacer” la
libertad, ahí es donde ponemos a prueba nuestras virtudes humanas,
lo que nos hace humanos, pero para eso tenemos que superar ese
materialismo cuantitativo, el valor de cambio, y el idealismo
salvador.
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