Desde
el punto de vista del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas,
el análisis de las profesiones nos puede servir para descubrir el
modo en el que actúa la contradicción fundamental de una sociedad
cualquiera. En este caso, hoy nos centraremos en la del “periodista”.
Podemos decir, sin meter mucho la pata, que esta profesión es de las
más modernas, si las comparamos con la del “maestro”, la del
“albañil”, la del “herrero”. El periodista es una profesión
actual y, por ello, muestra su especial vinculación con la época
histórica que la ha promovido, la modernidad, y en términos
económicos, sería el capitalismo, el fenómeno más moderno, el que
pondría las bases materiales para que se desarrollase dicha
profesión.
Pero
sería injusto por nuestra parte considerar esa relación como una
relación cómplice: el periodismo no surge para servir al Capital,
sino que las condiciones materiales que impone el Capital son las que
hacen posible el periodismo tal como hoy en día lo conocemos, y con
todas sus diferencias y formas de darse. Por ello, más allá de lo
que un periodista haga o diga en favor o en contra del Capital, lo
que está en juego en la profesión son los límites de ésta, en
otras palabras, lo que cada uno de los periodistas pueden o están
dispuestos a hacer en el contexto del ejercicio de su profesión. Es
ahí donde la propia profesión muestra, refleja, la contradicción
fundamental que genera -hace posible- dicha profesión y, como no
puede ser de otra manera, pone en entredicho la propia esencia del
Capital.
Y digo todo esto porque el
otro día, en la radio, escuchaba atentamente las palabras de una
periodista que estaba viviendo en primera mano el drama de los
refugiados sirios en uno de esos campos embarrados. La periodista,
que ni sé quién era y ni viene a cuento, reflexionaba sobre la
eficacia de su profesión. Más o menos eran estas sus palabras: “Me
pregunto si todo este trabajo de informar sobre lo que están
padeciendo todos estos seres humanos está sirviendo de algo, porque
lejos de mejorar, cada día que pasa la situación se hace cada vez
más insostenible”. Y es que, teniendo en cuenta que toda profesión
humana es una manera de hacer, de servir, que diría mi amigo Antonio
Alcalá, a los demás, no es extraño que en algunos momentos, y más
allá de todo solipsismo
práctico, nos
hayamos hecho, nosotros también, esa pregunta: ¿de qué sirve lo
que estoy haciendo? Esa pregunta surge, como no puede ser de otra
manera, cuando los problemas afloran, cuando lo estable se vuelve
inestable, cuando lo dulce se vuelve amargo, cuando lo claro se
vuelve oscuro. En este caso, un problema, en cierto modo ajeno a
nuestra vida, a nuestras democracias occidentales quiero decir, se
nos muestra y tratamos de resolverlo con eso, con nuestras
herramientas democráticas occidentales.
Pero, ¿cuáles son esas
herramientas? Las leyes objetivas del mercado. Ciertamente, siguiendo
a Sohn-Rethel, compañero de viaje de la escuela de Frankfurt,
asumimos la tesis de que “las características formales invariables
del intercambio [de mercancías] constituyen un mecanismo de
abstracción real indispensable para la síntesis social desde el
principio hasta el fin, y proporcionan la matriz del razonamiento
conceptual abstracto característico de todas las sociedades basadas
en la producción de mercancías”1.
En otras palabras, consideramos que las categorías del pensamiento
del hombre tienen su origen en sus propias acciones, y en nuestro
caso, cuando hablamos de una sociedad basada en el intercambio de
mercancías, esas acciones vienen determinadas por esos procesos de
intercambio mercantil. Y las consecuencias de este tipo de acciones
son las siguientes:
- El intercambio de mercancías es fuente abstracción, es decir, promueve el pensamiento abstracto. ¿En qué consiste esa abstracción? En poner entre paréntesis los datos empíricos de la mercancía. La mercancía sólo recupera esa “sustancialidad” cuando, una vez abonado el precio correspondiente, pasa a la vida privada del sujeto comprador.
- Esa misma abstracción contiene los elementos formales de la facultad cognoscitiva del pensamiento conceptual. En otras palabras, que esa abstracción real, el considerar una mercancía de forma abstracta en el contexto del intercambio, proporciona, engendra, la base para una abstracción ideal (conceptual).
- Por lo tanto, es la misma acción de intercambio de mercancías la que promueve lo que denominamos solipsismo práctico, es decir, que el acto de intercambio de mercancías se desarrolla de manera independiente a lo que piensen o digan los sujetos que participan en ese intercambio.
Por todo esto, quizás se
perciba el interés al acercarnos a la profesión que, desde nuestro
punto de vista, puede encarnar con más claridad el “espíritu de
nuestra modernidad”, un espíritu marcado, como no puede ser de
otra manera, por el capitalismo. En este sentido, no nos equivocamos
al decir que uno de las ideas rectoras de la profesión sea la
objetividad. El periodista tiene que dar cuenta de la vida del hombre
de manera objetiva. En el momento de la noticia, debe hacer
abstracción de la propia vida de los sujetos que intervienen en esa
noticia, y de la suya propia, y sólo después, esa abstracción será
rellenada de subjetividad en la vida privada de todos y cada uno de
los consumidores de noticias.
Para mostrar esto con
detalle baste recordar uno de los momentos más interesantes de la
entrevista que antes referíamos. La periodista, hablando sobre la
humanidad de los refugiados y tratando de hacer patente de que no son
tan distintos a nosotros, que son, en definitiva, seres humanos,
relata el momento en el que un refugiado le ofrece, a ella, las
galletas de su hija, esas mismas galletas que había recibido de la
ayuda humanitaria. Y es justo aquí donde concluye el relato. Pero,
¿qué pudo pasar después? Desde el punto de vista del Occidental,
descubrimos que la respuesta lógica de la periodista hubiera sido la
de rechazar la dádiva por una razón irreprochable: ellos son los
necesitados de verdad, no ella. En este sentido, el hecho de que ese
padre ofrezca a la periodista esas galletas puede ser considerado
como un acto irracional -¡¡cómo se atreve ese padre a hacer un uso
ilegítimo de esas galletas que han sido entregadas exclusivamente
para ellos, para su propia hija!!
Pero, ¿y si no fuera tan
irracional el hecho de que el padre hubiese ofrecido esas galletas a
la periodista? ¿Y si en realidad ese padre no ofrece exclusivamente
unas simples galletas, sino que las galletas son el único objeto
sobre el cual puede pedir ayuda -subjetiva-, es decir, las galletas
son el objeto de intercambio (abstracto) sobre el cual recae un
atisbo de subjetividad, de valor de uso, de un intento de implicarte
directamente en su salvación. Es en este sentido cuando uno deja de
ser, formalmente hablando, un periodista y dedicado a unas tareas
concretas, la de informar objetivamente, para ser un ser humano
implicado directamente en la salvación de otro ser humano.
Todo este análisis también
se podría trasladar a otra profesión como la del maestro o
profesor. ¿Cuántas veces se han visto los profesionales de la
educación en esa situación en la que el alumno necesitado trata de
romper, torpemente, esa barrera artificial creada por una maraña de
relaciones objetivas en forma de notas, exámenes, deberes,
estadísticas, planes de apoyo, planes de mejora, evaluaciones, etc.?
El otro día decía en una evaluación que un problema académico
deberíamos tratarlo siempre desde un punto de vista “no
académico”. Esto tendría como objetivo el de liberamos de un
marco conceptual que desuntantiviza a nuestros alumnos y, por tanto,
abrirnos a sus necesidades más inmediatas, pero por otro, nos exige
compromiso, el compromiso de de salvar al prójimo. En esas estamos,
y en estas nos veremos.
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