Que todas las disciplinas atléticas no son iguales es afirmar una obviedad. La mía, es sin duda la menos popular. Somos, ciertamente, muy pocos los que la practicamos, y esto es, sin duda, un gran problema. Hoy en día, cuando no se tiene clientela termina siendo subvencionado, en el sentido más amplio del término. El atletismo en general lo es, pero una de sus disciplinas, el fondo en ruta, por su especificidad, escapa de esa necesidad apremiante de auxilio económico. Ya sabemos que cualquier carrera popular puede costearse por si misma con las cuotas de los propios atletas.
Sin duda, una cosa es correr y otra marchar. Aunque mantengan semejanzas en cuanto las distancias, son pruebas de fondo, el espíritu ilustrado las ha tratado con desigual fortuna. La marcha, que se supone que empieza cuando termina el Maratón, no se adecuaba al formato Olímpico, o en términos artísticos, tenía una difícil cabida en el museo del deporte. La solución, como viene siendo habitual, era reducir las distancias, de manera que con el tiempo y no pocos cambios se formalizaron los olímpicos 20 y 50 km. Fue en aquella olimpiada de México cuando la marcha dio un giro que ha marcado la disciplina de manera notable. Aquella foto de Bautista con los dos pies en el aire marcó el inicio de una nueva forma de entender la marcha: marchar ya no era caminar rápido. Era la consecuencia lógica de la reducción de las distancias y la especialiación y preparación concienzuda de los atletas. Así, aunque la fase del doble apoyo se mantenía en los manuales, la realidad, con las ayuda de los cada vez más evolucionadas las cámaras de fotos y vídeos de alta definición, mostraba otra cosa. Algunos incluso, en un acceso de absurdo tecnologismo, llegaban a insinuar la posibilidad de incorporar chips en las zapatillas de los marchadores. Finalmente, y para que este invento se mantenga tal como está -a alguien le interesará que esto funcione como funcione, lejos queda la teoría ilustrada del desinterés- la cosa parece haber culminado, Dios solo sabe que nuevas reglas se inventarán en los próximos años, con esta sabia definición: "La Marcha Atlética es una progresión de pasos ejecutados de modo que el atleta se mantenga en contacto con el suelo, a fin de que no se produzca pérdida de contacto visible (a simple vista). La pierna que avanza debe estar recta, (es decir, no doblada por la rodilla) desde el momento del primer contacto con el suelo hasta que se halle en posición vertical."
La definición, en un intento por mantener sus raíces, mantiene lo del doble apoyo, pero incorpora una coletilla, a fin de que no se produzca pérdida de contacto visible (a simple vista). Éste énfasis desmedido sobre algo que es evidente y que viene ya explícito en el punto (b) del apartado nº 2 dedicado a los jueces del reglamento internacional de la marcha, incorpora un sesgo importante, a saber, su único fin es el de anular el uso de la razón pública a favor de la razón privada. ¿Qué quiere decir todo esto? Con ello tratamos que quitarnos de enmedio el juicio que "la sociedad" realiza sobre lo que considera justo o injusto en relación a la marcha. Por ejemplo, si las cámaras ralentizadas demuestran que un marchador marcha incorrectamente, el juicio público exige al marchador una reconsideración de su marchar, no puede ser -dice el Gran Otro- que hayas ganado esta competición cuando no has mantenido en ningún momento los pies en el suelo. Eso, para un sujeto que vive en sociedad y que, por lo tanto, está sujeto a unas normas -"la Marcha Atlética es una progresión de pasos ejecutados de modo que el atleta se mantenga en contacto con el suelo"- le obliga, si es una persona de buena fe, a cambiar su marchar y adecuarlo a la norma si no quiere ser tachado de tramposo a perpetuidad. Por lo tanto, cuando se acentúa el hecho de que juicio de la marcha debe ser a simple vista, ese "a simple vista" aumenta su campo de acción y ya no solo remite a la circunstancia de que el juez debe realizar su trabajo sin ninguna otra ayuda que su capacidad visual, o sea, que no puede utilizar una cámara in situ y valorar con la ayuda de esta si tal o cual marchador incurre en falta, sino que lo que trata de conseguir, no sabemos se de una manera muy efectiva, es que a nadie le sea lícito juzgar el marchar de nadie, sólo a los jueces.
La ridiculez de todo esto se muestra en los típicos comentarios de los aficionados, o no tan aficionados, a fotos o vídeos donde se va a cualquier marchador en manifiesta pérdida de contacto. Siempre se preguntan que cómo puede ser que esa persona no sea descalificada, que dónde estarían mirando los jueces, etc... La respuesta típica del implicado en esto de la marcha es no se que del "ojo humano", que no valen las cámaras, que es el juez y su "simple vista" la que vale. Esa conversación casi nunca tiene fin por la sencilla razón de que el aficionado emite un juicio que no se le está autorizado emitir. El juicio de que, en definitiva, ese marchador, diga lo que diga el "ojo humano", marcha de manera irregular y que está obligado por ello a modificar su técnica la próxima vez que compita. Si, por lo tanto, se logra evitar ese juicio público, y gracias a unos jueces suficientemente "entrenados" para realizar ese mismo juicio, ya en privado, podemos seguir manteniendo viva una disciplina que hace tiempo parece que se nos ha ido de las manos. En definitiva, para el marchador, su entrenador y todo el establishment, es mucho más efectivo el someterse al subjetivismo de los jueces, o sea, someterse al uso privado de la razón, que no a las radicales envestidas del uso público. Y esto tiene sus consecuencias. Y la primera, y supongo la mas importante, la pérdida de credibilidad.
(Continúa...)
Sin duda, una cosa es correr y otra marchar. Aunque mantengan semejanzas en cuanto las distancias, son pruebas de fondo, el espíritu ilustrado las ha tratado con desigual fortuna. La marcha, que se supone que empieza cuando termina el Maratón, no se adecuaba al formato Olímpico, o en términos artísticos, tenía una difícil cabida en el museo del deporte. La solución, como viene siendo habitual, era reducir las distancias, de manera que con el tiempo y no pocos cambios se formalizaron los olímpicos 20 y 50 km. Fue en aquella olimpiada de México cuando la marcha dio un giro que ha marcado la disciplina de manera notable. Aquella foto de Bautista con los dos pies en el aire marcó el inicio de una nueva forma de entender la marcha: marchar ya no era caminar rápido. Era la consecuencia lógica de la reducción de las distancias y la especialiación y preparación concienzuda de los atletas. Así, aunque la fase del doble apoyo se mantenía en los manuales, la realidad, con las ayuda de los cada vez más evolucionadas las cámaras de fotos y vídeos de alta definición, mostraba otra cosa. Algunos incluso, en un acceso de absurdo tecnologismo, llegaban a insinuar la posibilidad de incorporar chips en las zapatillas de los marchadores. Finalmente, y para que este invento se mantenga tal como está -a alguien le interesará que esto funcione como funcione, lejos queda la teoría ilustrada del desinterés- la cosa parece haber culminado, Dios solo sabe que nuevas reglas se inventarán en los próximos años, con esta sabia definición: "La Marcha Atlética es una progresión de pasos ejecutados de modo que el atleta se mantenga en contacto con el suelo, a fin de que no se produzca pérdida de contacto visible (a simple vista). La pierna que avanza debe estar recta, (es decir, no doblada por la rodilla) desde el momento del primer contacto con el suelo hasta que se halle en posición vertical."
La definición, en un intento por mantener sus raíces, mantiene lo del doble apoyo, pero incorpora una coletilla, a fin de que no se produzca pérdida de contacto visible (a simple vista). Éste énfasis desmedido sobre algo que es evidente y que viene ya explícito en el punto (b) del apartado nº 2 dedicado a los jueces del reglamento internacional de la marcha, incorpora un sesgo importante, a saber, su único fin es el de anular el uso de la razón pública a favor de la razón privada. ¿Qué quiere decir todo esto? Con ello tratamos que quitarnos de enmedio el juicio que "la sociedad" realiza sobre lo que considera justo o injusto en relación a la marcha. Por ejemplo, si las cámaras ralentizadas demuestran que un marchador marcha incorrectamente, el juicio público exige al marchador una reconsideración de su marchar, no puede ser -dice el Gran Otro- que hayas ganado esta competición cuando no has mantenido en ningún momento los pies en el suelo. Eso, para un sujeto que vive en sociedad y que, por lo tanto, está sujeto a unas normas -"la Marcha Atlética es una progresión de pasos ejecutados de modo que el atleta se mantenga en contacto con el suelo"- le obliga, si es una persona de buena fe, a cambiar su marchar y adecuarlo a la norma si no quiere ser tachado de tramposo a perpetuidad. Por lo tanto, cuando se acentúa el hecho de que juicio de la marcha debe ser a simple vista, ese "a simple vista" aumenta su campo de acción y ya no solo remite a la circunstancia de que el juez debe realizar su trabajo sin ninguna otra ayuda que su capacidad visual, o sea, que no puede utilizar una cámara in situ y valorar con la ayuda de esta si tal o cual marchador incurre en falta, sino que lo que trata de conseguir, no sabemos se de una manera muy efectiva, es que a nadie le sea lícito juzgar el marchar de nadie, sólo a los jueces.
La ridiculez de todo esto se muestra en los típicos comentarios de los aficionados, o no tan aficionados, a fotos o vídeos donde se va a cualquier marchador en manifiesta pérdida de contacto. Siempre se preguntan que cómo puede ser que esa persona no sea descalificada, que dónde estarían mirando los jueces, etc... La respuesta típica del implicado en esto de la marcha es no se que del "ojo humano", que no valen las cámaras, que es el juez y su "simple vista" la que vale. Esa conversación casi nunca tiene fin por la sencilla razón de que el aficionado emite un juicio que no se le está autorizado emitir. El juicio de que, en definitiva, ese marchador, diga lo que diga el "ojo humano", marcha de manera irregular y que está obligado por ello a modificar su técnica la próxima vez que compita. Si, por lo tanto, se logra evitar ese juicio público, y gracias a unos jueces suficientemente "entrenados" para realizar ese mismo juicio, ya en privado, podemos seguir manteniendo viva una disciplina que hace tiempo parece que se nos ha ido de las manos. En definitiva, para el marchador, su entrenador y todo el establishment, es mucho más efectivo el someterse al subjetivismo de los jueces, o sea, someterse al uso privado de la razón, que no a las radicales envestidas del uso público. Y esto tiene sus consecuencias. Y la primera, y supongo la mas importante, la pérdida de credibilidad.
(Continúa...)
Comentarios
Un saludo y enhorabuena por tu blog. Manuel Santiago Molina.