Supongo que el objeto de toda confesión es el perdón. Pero, ¿qué confesamos? Pienso que tras toda acción, toda institución o todo acontecimiento, ya sea pasear con tu familia, un parlamento democrático o una olimpiada, hay un sustrato amorfo, una fuerza indomable, un obsceno ser que lo sustenta. Que toda esa nada, por inenarrable, quede ahí, oculta, retenida, no debe hacernos olvidar de su existencia. Es así que el hombre no es bueno, o malo, por naturaleza, sino que más bien su naturaleza está hecha del bien y del mal. Toda confesión, por tanto, supone la asunción de esa radical alteralidad humana.
Uno de los casos que más me han llamado la atención fue la confesión de Alex Schwazer, marchador que dio positivo por EPO antes de las pasadas olimpiadas y que finalmente ha sido sancionado con 4 años: "No siento ya el placer de entrenarme 35 horas a la semana haciendo siempre la misma cosa. He hecho jornadas enteras a duras penas, me entraban náuseas. Cuando haces una cosa que más allá de cualquier ambición y resultado te gusta, entonces bien" -decía según La Vanguardia: aquí. La palabra clave es la náusea. ¿Qué hay detrás de una bella disciplina deportiva? Náusea, dolor, sufrimiento. Ese cuarto oscuro del ser humano sale a escena. Muchas veces, y eso depende de cada persona, ese cuarto oscuro comienza a vomitar mierda, en el caso de mi disciplina, en forma de dopaje. No es de extrañar que cuanto más compleja se vaya convirtiendo una disciplina -cada vez hay más atletas preparados, centros de tecnificación, planes sofisticados de entrenamiento, becas, fama- más mierda se va acumulando en nuestro cuarto trastero y, por tanto, más difícil de dominar.
Otra de las últimas grandes confesiones fue la de Lance Armstrong. Aquí, como en una buena película americana, o más bien como los grandes toreros, Lance burla de manera magistral cualquier referencia a su cuarto oscuro. No hay sufrimiento, no hay náusea. Tampoco nos debe de engañar la manoletina que se sacó de la manga con lo de su hijo, lágrima incluida. Obvia lo esencial, su humanidad, que no viene determinada por el amor a un hijo, que eso ya se da por supuesto, como el valor en la "mili", sino por lo que antes había hablado, por esa radical alteralidad, por ese bien y mal que nos atenaza. No asumir eso, que no es más que creerse un Dios, no es otra cosa que una manera zafia de ocultar la mierda que sale a borbotones de su cuarto oscuro.
Es por ello que Alex tiene mi perdón, y no Lance.
Uno de los casos que más me han llamado la atención fue la confesión de Alex Schwazer, marchador que dio positivo por EPO antes de las pasadas olimpiadas y que finalmente ha sido sancionado con 4 años: "No siento ya el placer de entrenarme 35 horas a la semana haciendo siempre la misma cosa. He hecho jornadas enteras a duras penas, me entraban náuseas. Cuando haces una cosa que más allá de cualquier ambición y resultado te gusta, entonces bien" -decía según La Vanguardia: aquí. La palabra clave es la náusea. ¿Qué hay detrás de una bella disciplina deportiva? Náusea, dolor, sufrimiento. Ese cuarto oscuro del ser humano sale a escena. Muchas veces, y eso depende de cada persona, ese cuarto oscuro comienza a vomitar mierda, en el caso de mi disciplina, en forma de dopaje. No es de extrañar que cuanto más compleja se vaya convirtiendo una disciplina -cada vez hay más atletas preparados, centros de tecnificación, planes sofisticados de entrenamiento, becas, fama- más mierda se va acumulando en nuestro cuarto trastero y, por tanto, más difícil de dominar.
Otra de las últimas grandes confesiones fue la de Lance Armstrong. Aquí, como en una buena película americana, o más bien como los grandes toreros, Lance burla de manera magistral cualquier referencia a su cuarto oscuro. No hay sufrimiento, no hay náusea. Tampoco nos debe de engañar la manoletina que se sacó de la manga con lo de su hijo, lágrima incluida. Obvia lo esencial, su humanidad, que no viene determinada por el amor a un hijo, que eso ya se da por supuesto, como el valor en la "mili", sino por lo que antes había hablado, por esa radical alteralidad, por ese bien y mal que nos atenaza. No asumir eso, que no es más que creerse un Dios, no es otra cosa que una manera zafia de ocultar la mierda que sale a borbotones de su cuarto oscuro.
Es por ello que Alex tiene mi perdón, y no Lance.
Comentarios
Acertadísimo y de rabiosa actualidad. Saludos!
¿Es que acaso alguien disfruta machacándose y renunciando a su vida en pos de un éxito que no tiene porque llegar?
Renunciar a la vida misma, entendiendo esta expresión no en su sentido literal, sino como la renuncia a muchos disfrutes, no es algo exento de cordura?
Y no son aquellos que, renuncian a una parte de su vida, los más expuestos a picar y morder la manzana del pecado prohibido?
Entendiendo como manzana el pecado que nos lleva al ejercicio de la confesión ante el padre de cada uno.
Sí, como ya comento en el primer párrafo, la competición, como acontecimiento, está sustentado por una ausencia de sentido, por la nada. Pero sería injusto aplicar ese contrasentido a unas cosas y a otras no. En absolutamente todo, si escarbamos lo suficientemente, nos encontramos con lo mismo. Puede sonar algo duro. Reitero, un paseo con la familia en una tarde soleada de primavera. Podemos justificar esta acción de muchas maneras, unas positivamente, otras de forma negativa. ¿Para qué sirve el paseo? ¿No podemos estar haciendo otras cosas, no podemos estar disfrutando de otras cosas? ¿No estamos realmente planteándonos ese para qué sirve cuando ponemos cualquier tipo de escusa para evitar ese acontecimiento familiar? Pero no, sabemos que eso es importante en una familia, de hecho, como diría Camus, la elección que se nos pide, la de salir o no a pasear, no puede hacerse por sí misma, está determinada por otras elecciones, hechas anteriormente. Yo decido tener una familia, luego... Yo decido ser deportista de élite, luego... Esa primera elección, pues, determina ya las posibles elecciones que le saldrán a uno al paso, salir o no a pasear con la familia, tomar o no tomar sustancias dopantes para rendir más.
Lo curioso de todo esto es que pronto nos damos cuenta de que no podemos estar continuamente justificando todos nuestros actos. Entraríamos en lo que Camus llama "el confesionario laico". El hombre no es hombre por ser hombre biológicamente hablando, sino por que necesita ser hombre, porque lo busca, porque se hace a si mismo hombre y no necesita justificación.