Hace ya unos años una curiosa noticia abonaba las tertulias con mi compañero y amigo Juan Manuel Espinosa Wilhelmi. Un espectador se fue directamente al cuartelillo a denunciar a un músico de jazz, Larry Ochs, porque a su entender no estaba tocando jazz. Pero la cosa no quedó ahí. El mundo del jazz aprovechó el momento para, como en toda buena familia, meter un poco de cizaña. Wynton Marsalis quería recompensar al denunciante, y éste, como no podía ser menos, cobrar la recompensa.
(Quien se atreva a escuchar a Larry y sus compañeros...)
Esta historia no es nueva. Se podrían contar innumerables chascarrillos, de aquí, de allá, que con más o menos gracia nos plantean la pregunta: ¿esto es arte?
Quizás el ejemplo más sobresaliente de este tipo de historias pueda ser el prolongado juicio (1925-1928) a cuenta del Pájaro en el espacio de Brancusi. La citada obra fue retenida en la aduana de Nueva York por un celoso funcionario: ¿Esto es arte?, a otro con este caramelo. Esto tiene que pagar impuestos, como cualquier producto manufacturado. Pero ni Brancusi quería pagar, ni el funcionario quería que "ese pájaro" se fuera sin abonar lo que le corresponde. El asunto debía arreglarse en una corte de justicia.
Como siempre, dos bandos en disputa. Los aduaneros, que consideraban que eso no es una obra de arte, que ni es bella ni poseía ninguna cualidad como escultura y que ni mucho menos eso se parecía a un pájaro. En el otro bando, Brancusi y sus admiradores, entre los que se encontraba Duchamp, el de la fuente, que eran capaces de reconocer las cualidades estéticas de los objetos abstractos, para ello era necesario que la interpretación subjetiva de la realidad sustituyera a la imitación. Finalmente, la corte de justicia dio la razón a Brancusi, que así se pudo librar de tener que abonar la consiguiente tasa aduanera, como cualquier objeto manufacturado. Pero lo más importante fue que una institución distinta a la del arte terminó obligando al mundo del arte a aportar una definición sobre qué es el arte, en este caso, moderno. Solamente así, con una definición clara, podía rehacerse la legislación en torno a la obra de arte, ya sea clásica o moderna.
Estos ejemplos nos devuelven a lo tratado en la entrada anterior pero desde la óptica del arte. ¿No es similar la polémica en torno al matrimonio homosexual? ¿Cuando nos ensimismamos en este tipo de disputas no estamos mirando hacia otro lado, obviando el verdadero problema? ¿No es el problema de nuestro tiempo que esa necesidad de tomar decisiones, de escoger, carece a la vez del desarrollo competencial suficiente para realizar una elección racional? ¿El problema no es que todo es provisional, que los continuos avances o desarrollos en el ámbito tecnológico alteran nuestras vidas de una manera que las pocas competencias que tenemos se muestran inservibles y, por consiguiente, estamos necesariamente abocados a la búsqueda de otras nuevas que den cuenta de las cambiantes circunstancias? ¿No es ese desarrollo tecnológico la base de la imperante economía mundial, la del Capital? Y eso es lo que le interesa al Capital, al poder, al patriarca, que nos encontremos constantemente en la disyuntiva del elegir, sin una base competencial suficiente, con unas precarias herramientas, sobre asuntos que afectarán a nuestras vidas de manera fundamental.
Pájaro en el espacio de Brancusi |
Como siempre, dos bandos en disputa. Los aduaneros, que consideraban que eso no es una obra de arte, que ni es bella ni poseía ninguna cualidad como escultura y que ni mucho menos eso se parecía a un pájaro. En el otro bando, Brancusi y sus admiradores, entre los que se encontraba Duchamp, el de la fuente, que eran capaces de reconocer las cualidades estéticas de los objetos abstractos, para ello era necesario que la interpretación subjetiva de la realidad sustituyera a la imitación. Finalmente, la corte de justicia dio la razón a Brancusi, que así se pudo librar de tener que abonar la consiguiente tasa aduanera, como cualquier objeto manufacturado. Pero lo más importante fue que una institución distinta a la del arte terminó obligando al mundo del arte a aportar una definición sobre qué es el arte, en este caso, moderno. Solamente así, con una definición clara, podía rehacerse la legislación en torno a la obra de arte, ya sea clásica o moderna.
El propio Brancusi |
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