PRELUDIO Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni en él mismo, ni en su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida [1] . Las palabras de Adorno al comienzo de su Teoría Estética , sin duda, parecen copiadas del mismísimo pórtico de nuestra postmodernidad. Si por un momento el arte parecía que podía romper con el poder tiránico de los grandes metarrelatos, de esos opulentos manuales de instrucciones que venían de la mano del pensamiento ilustrado, éste, y la estética por extensión, esa disciplina de aire juvenil y apasionado, pronto sucumbieron al poder establecido, a esa gran maquinaria que devoraba todo lo que se le ponía al paso anulándolo, cosificándolo. Al arte, por tanto, lo afecta el mismo destino de extinción de valores, la misma pérdida de trascendencia [2] , con lo cual, su mismísimo poder creativo tantas veces alabado termina descubriendo, sacando a la luz, uno de sus principios más ocultos, el que el arte es el má...
Y mi amor fue tomando forma, igual que una sonrisa tímida.