PRELUDIO
Ha
llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni
en él mismo, ni en su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida[1].
Las palabras de Adorno al
comienzo de su Teoría Estética, sin
duda, parecen copiadas del mismísimo pórtico de nuestra postmodernidad. Si por
un momento el arte parecía que podía romper con el poder tiránico de los
grandes metarrelatos, de esos opulentos manuales de instrucciones que venían de
la mano del pensamiento ilustrado, éste, y la estética por extensión, esa
disciplina de aire juvenil y apasionado, pronto sucumbieron al poder
establecido, a esa gran maquinaria que devoraba todo lo que se le ponía al paso
anulándolo, cosificándolo. Al arte, por tanto, lo afecta el mismo destino de
extinción de valores, la misma pérdida de trascendencia[2],
con lo cual, su mismísimo poder creativo tantas veces alabado termina
descubriendo, sacando a la luz, uno de sus principios más ocultos, el que el
arte es el más alto poder de lo falso, magnifica “el mundo como error”,
santifica la mentira, hace de la voluntad de engañar un ideal superior[3].
No es casual, por tanto, que a Baudrillard lo que le hacía dudar del arte era
sus pretensiones: se hizo del arte algo
pretencioso en su intención de trascender el mundo, de dar a las cosas una
forma excepcional, sublime. Se convirtió en un argumento del poder mental[4].
Lo que se constata en la
actualidad, por tanto, es que, una vez descubierta la verdad de la verdad, la
falsedad de cualquier pretensión de verdad, cualquier posibilidad de una
estética o teoría del arte, entendidas como un lugar de encuentro de valores,
reglas, campos de juego o cualidades, queda anulada, deslegitimada. Más aún, hoy, la ley moral del arte ha desaparecido,
queda una sola regla de juego, radicalmente democrática. Más que democrática,
indiferencial[5].
Es en este “lugar”, o
mejor dicho, en este “no lugar”, donde sitúa nuestro autor la figura de Andy
Warhol. Con él, la estética ha llegado a su final, hasta el lugar donde ya no tiene ninguna cualidad estética y se vuelve
en sentido contrario[6].
Con Warhol, pues, nos hemos
podido liberar de la propia estética y del arte. Pero, ¿con qué fin? ¿Es
posible a partir de ese “no lugar”, de ese vacío, comenzar de nuevo, crear un
nuevo edificio que sea capaz de articular, de dar sentido, a unas nuevas
circunstancias?
En este contexto, no puede
resultar extraño que para Baudrillard los términos “de izquierda” y “de
derecha” le sean indiferentes. Pero quizás debamos hablar de desplazamiento.
Siguiendo con la izquierda y la derecha, el propio poder sabe realizar las
“reformas estructurales“ pertinentes para mantener la misma estructura de
poder, para que sus coordenadas interpretativas sigan interpretando la realidad.
La lucha de clases, como síntoma de la propia edad moderna, sobre las
mismas coordenadas, vuelve a manifestarse con otros valores en la particular
lucha entre la postmoderna derecha e izquierda. Unos representan los valores
tradicionales, el respeto a la ley, honestos trabajadores con una moralidad
intachable, y otros, más liberales, representan los nuevos valores, como la
defensa del aborto y el matrimonio homosexual, la actitud crítica hacia las
leyes, un poco holgazanes en el trabajo, ya que están más pendientes de sus
derechos que de sus deberes, en definitiva, con una moralidad un tanto dudosa.
Y es que poco le interesa al Capital, al poder, la agenda moral tanto de unos
como de otros. Tanto del conservadurismo más recalcitrante como del modernismo
más fashion el Capital sabe sacar
tajada, vamos, rendimiento económico. No más que ver, desde un punto de vista
conservador, como se exhiben a ojos de todos los públicos las tradiciones más
variopintas y ancestrales de nuestro pasado, bienes culturales se les llama
ahora, o desde un punto de vista más innovador, como se venden aparatos de lo
más inverosímil. Al Capital le gusta todo lo que puede ser vendido, es por eso
que poco le importan las “batallitas de la plebe”. Más bien se sienten a gusto
con ellas, le permiten que la clase baja, los más, podamos articular nuestra
furia sin que por ello el interés económico dominante sufra ningún
contratiempo.
En un principio, esta nueva
situación puede abocarnos a una especie de pesimismo que neutraliza cualquier
tipo de activismo, cualquier forma de utópica lucha por mejorar nuestra
situación, porque siempre se nos aparecerá
en el horizonte, al alzar nuestra mirada y a la manera de un slogan: ¡todo es mentira! Pero conviene
no caer en ese abandono porque ese mismo slogan
esconde la verdad misma, el programa que actúa oculto y que necesita de ese
ocultamiento, porque es razón de ser de las propias coordenadas, de las propias
claves que sustentan todo valor para que ese mismo valor sea efectivo, no sean
vistas, no sean tratadas como lo que son, objetos, creaciones. Es por ello que
para Baudrillard que se pierda la
estética no quiere decir que todo esté perdido... Todas las culturas
sobrevivieron a eso[7].
Efectivamente, toda
cultura sabe incorporar en ese lugar oculto un nuevo objeto que sea capaz de
organizar la existencia en nuevos modos que den cuenta de las nuevas
necesidades que reclaman su satisfacción. A eso es a lo que el propio
Baudrillard puede referirse cuando habla de la resistencia que ejercen las
masas ante cualquier sistema de culturización, de estetización: ese público cada vez más vasto al que
primero se conquistó políticamente y ahora se pretende conquistar e integrar
culturalmente, pues bien, ese público opone resistencia. Resistencia al
progreso, a las Luces, a la educación, a la modernidad, etcétera[8].
Pero, mientras esa resistencia
se lleva a cabo, aun podemos seguir interpretando las cosas que ocurren a
nuestro alrededor con las mismas coordenadas puestas en duda. Es decir, que
mientras seguimos haciendo patente las aporías del capitalismo postmoderno,
podemos seguir siendo rehenes de su causa, la del capital. Lo que nos queda,
por tanto, es romper radicalmente con esas coordenadas.
Me temo que la tarea de
Baudrillard es esa. En mi opinión, el objetivo del ataque en este opúsculo son
los circuitos de alta cultura integrados en las redes globales de información,
que no es más que la nueva máscara del capitalismo actual. El particular punto
de vista del arte, pues, nos puede ayudar a desentrañar un poco el
funcionamiento de un mecanismo global que, sin duda, está lejos de ser
fácilmente desenmascarado. Desde esta perspectiva, en el presente trabajo voy a
intentar analizar tres puntos que considero se articula esta obra de
Baudrillard: la diferenciación entre forma y valor, la ruptura con el ideal de
representatividad y, por último, la ilusión como fuerza creadora y el problema de la ironía
en el arte.
[1] Adorno, Th. W., Teoría Estética, Madrid: Akal, 2004.
Pág. 9.
[2] Baudrillard, Jean, El Complot del Arte, Argentina:
Amorrortu, 2007. Pág. 95.
[3] Deleuze, Gilles, Nietzsche y la Filosofía, Barcelona:
Anagrama, 2008. Pág. 145.
[4] Baudrillard, Jean, Op. Cit., Pág. 93.
[5] Ibíd. Pág. 79.
[6] Ibíd. Pág. 79.
[7] Baudrillard, Jean, Op. Cit., Pág. 86.
[8] Ibíd. Pág. 100.
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