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Mostrando entradas de diciembre, 2010

Sobre los arreglos musicales...1

Nunca me he sentido cómodo al utilizar la palabra arreglo cuando me he enfrentado a instrumentar la música de los clásicos para banda o grupo de cámara. Decía, y sigo diciendo, que, en todo caso, des-arreglo lo que otros han compuesto con absoluto primor. Sobre este tema desconozco si existe una literatura que aborde el tema de manera exhaustiva, pero aún he encontrado algo que puede resultar interesante para iluminar una práctica, aunque poco conocida, ampliamente utilizada a lo largo de la historia de la música. T. W. Adorno no se muestra muy a favor de los arreglos. De su libro Disonancias (Ediciones RIALP, Madrid, 1966) entresaco los siguientes comentarios: Depravación y reducción a la magia, hermanas hostiles, habitan conjuntamente en los arreglos que se han establecido de modo permanente en amplios sectores de la música. La práctica de los arreglos se extiende según las dimensiones más diversas. LLega un momento en que se apodera del tiempo, quebranta de modo evidente las

Marche pour la cérémonie des turcs de J. B. Lully

El origen de la música orquestal podemos situarlo en el siglo XVII, en el Barroco musical. La música orquestal estaba vinculada claramente a la música escénica, a la ópera. Ésta, junto a la orquesta, se adaptaban bien a los ideales barrocos de grandiosidad y espectacularidad. En cierto modo era una manera de hacer ver al pueblo la grandeza y la divinidad del poder absoluto del monarca. El astuto Lully, grangeándose los favores de Luis XIV, el Rey Sol, ha pasado a la historia por sus espectaculares óperas y ballets y, a nivel orquestal, por los famosos 24 violons du roi que se supone que marcaron el inicio del nacimiento de la orquesta tal como ahora la conocemos. Lo que más llamaba la atención de esta formación era la gran perfección técnica que llegó a conseguir fruto de una rígida disciplina. Por esta misma época, las ideas ilustradas asumian que el Estado, representado y tutelado por el rey, era el garante del bienestar de su pueblo pero, eso sí, sin hacerlo participar

Study nº 21 para piano mecánico de Conlon Nancarrow

Cuando asistimos a un concierto podemos distinguir sin dificultad los tres roles que intervienen en el hecho musical, el compositor, el intérprete y el oyente, cada uno con su funcionalidad característica. Tal reducción puede resultar un tanto simplificadora, pero aún así creo que nos puede ser útil. Esta distribución de roles terminó por hacerse normativa en el siglo XIX, el llamado romanticismo musical. Por primera vez, intérprete y público son considerados con auténtica devoción, pasan a ser entes independientes. Baste recordar las figuras del solista virtuoso -Paganini, Lizst- o los grandes directores de orquesta. El público burgués llenaba los auditorios y teatros para admirar a sus grandes estrellas y, en cierto modo, exigía a los compositores un tipo de música que se acaptase a sus gustos. Hoy en día, esto no nos suena raro. Ciertamente, en otros periodos, pensemos en el clasicismo, esta división de roles no estaba tan clara. El compositor casi siempre era a la vez intér

Deporte, arte y autoglorificación

Sloterdij , en su libro Sobre la mejora de la buena vida , parte de la tesis de que el lenguaje no es más que un instrumento del narcisismo del grupo. Como bien dice, los grupos históricos de hablantes, las tribus y pueblos, son entidades que buscan alabarse a sí mismas, entidades que impulsan ese idioma suyo tan dicífil de imitar como un juego psicosocial del que pueden explotar ventajas a favor suyo (pg. 13-14). En este sentido, todo lenguaje no tiene como primer cometido, o como cometido fundamental, el comunicar ideas, valores o sentimientos entre iguales, éste es sólo el aspecto técnico del lenguaje, sino que su función es mucho más omniabarcante, es el hacer grupo, el clarificar unos límites, un decir este soy yo, un autoglorificarse. Pero no sólo el lenguaje sufre de esos accesos narcistas. Cualquier creación humana, ciencia, arte, objetos cotidianos, adolecen de la misma necesidad, la necesidad de gloria. En cualquier caso, esta autoglorificación se ha convertido en seña de