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A Short Ride In A Fast Machine de John Adams



En el mundo del arte podemos distinguir 2 grandes momentos: el objetivo y el subjetivo. Estos momentos se pueden manifestar en muchos niveles o estratos. Pensemos, por ejemplo, en el nivel histórico -clásico/romántico-, en el nivel espiritual -contemplación/búsqueda- o en el nivel práctico -tradición/novedad. Pero hay que tener en cuenta que no son momentos aislados, entes independientes que acaparan la totalidad de la obra. No existe obra objetiva, ni obra subjetiva en un sentido puro. Todo lo contrario, los diferentes estratos, con sus respectivos momentos, mantienen unas relaciones muy complejas en una misma obra de arte. Así, desde el punto de vista analítico, siempre podremos descubrir en una misma obra de arte tanto lo objetivo como lo subjetivo.

En cualquier caso, las obras de arte siempre muestran una tendencia, una inclinación especial, hacia uno de esos momentos. Al igual que siempre que lanzamos una moneda nos sale cara o cruz, la obra de arte, en su manifestarse, nos puede mostrar un momento por encima del otro.

Ese es parte del juego propuesto por obra de arte. El espectador tiene, en primer lugar encontrar la manera de comprender, de acceder a ella. Pero los caminos para ello se encuentran escondidos entre la maraña de relaciones objetivo-subjetivas que entreteje el creador. Pero no sólo eso, el propio artista va dejando pistas falsas -o lo mismo se autoengaña creyendo que no lo son- para la resolución del enigma, la conquista de la esencia de la obra.

La pista falsa de este A Short Ride In A Fast Machine la podemos encontrar en el propio título. Este corto viaje en una máquina rápida incita a interpretar, junto con el tempo molto allegro, que el compositor trata de expresar la sensación que produce ir en coche a 300 km/h, o en moto, o en AVE, o sea, el aspecto subjetivo de la obra. Pero las cosas no son tan sencillas. Quizás el propio compositor no sea consciente, o sí, pero, como diría Lukács, el artista no lo tiene tan fácil para sustraerse de la realidad histórico-social que le rodea, se considere realista o antirrealista. Quizás sean los aspectos objetivos los que tienen mayor relevancia, los que pueden acercarnos a una interpretación más ajustada de la obra.

En esta obra podemos descubrir una parada y fonda en el desarrollo de la música en este último siglo XX. Después de una época de experimentaciones, de nuevas experiencias, de búsqueda de nuevos sonidos, encontramos elementos concretos que nos hacen percibir, utilizando términos económicos, un reparto de beneficios. Hay una sorprendente simbiosis entre elementos históricos, como el contrapunto, y elementos recientes, como la ausencia de melodía en favor de ritmo. La velocidad de la obra, intensificada con las figuras con puntillo, y el ostinato del clave, que, como buen reloj, va marcando impasible los segundos -cierto que unos segundos muy rápidos-, nos transporta al mundo post-moderno en el que estamos inmersos. No hay búsqueda, sólo contemplación del nuevo periodo histórico que nos ha tocado vivir.

Pero aún podemos percibir un momento subjetivo, pero esta vez profundo, sincero, que no tiene que ver con la velocidad de una fórmula 1, es una especie de anhelo, de esperanza. No es de extrañar que ese momento venga de la mano de un coral y al final de la obra. Después de poco más de 3 minutos intensos, el coral asoma como un himno lleno de humanidad. El mensaje es claro: es posible, hoy en día, un mundo mejor que mire hacia atrás y rescate valores que, inexplicablemente han quedado en el olvido.

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