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Apuntes sobre Bruno y el universo infinito... 0


PRELUDIO
El universo de Copérnico era esférico y no menos finito que el de Ptolomeo y el de Tycho. Pero era inmensamente más grande, y sólo por esta razón invitaba a una renovación de las especulaciones sobre la infinitud cósmica.[1]
Modelo del universo copernicano
Sin duda, las innovaciones de Copérnico (1473-1543) trajeron una serie de consecuencias que ni él mismo pudo predecir.  Una de ellas, que venía de la mano de no considerar a la tierra como centro del universo, fue la de tener que alejar considerablemente la esfera de las estrellas fijas. Aunque el universo de Copérnico seguía siendo finito, no había duda que había sufrido una considerable expansión: el universo de Copérnico era por lo menos 2000 veces mayor que el medieval. Pero, si bien es importante este crecimiento de universo, más aún es que, como dice Koyré, Copérnico eliminó una de las objeciones científicas más valiosas en contra de la infinitud del Universo, como es la que se basa en el hecho empírico y de sentido común del movimiento de las esferas celestes[2]. Como apunta T. Kuhn[3], si bien en el universo de Aristóteles la esfera de las estrellas tenía como función principal la de aplicar movimiento a las esferas de los planetas interiores, con la innovación de Copérnico esa esfera pierde cualquier tipo de funcionalidad. Así, la tradición copernicana se veía libre de seguir conservando esa esfera de las estrellas sin que la propia cosmología y física copernicana sufriera por ello.
Universo de las esferas
Pero Copérnico no quiso dar el paso siguiente, el de negar la existencia de la esfera de las estrellas. Sin embargo, como bien apunta Kuhn, al inmovilizar las estrellas, Copérnico hacía posible la atribución de funciones astronómicas al espacio infinito[4]. Nos referimos al paso de una concepción del universo cerrada a una concepción del  universo abierta. 
Universo de Thomas Digges
 Según Koyre, aunque se cree que ese paso lo dio Giordano Bruno (1548-1600),  fue sin duda Thomas Digges (1546-1595) el primero en sustituir el mundo cerrado de su maestro por uno abierto. Como comenta M. Á. Granada[5], es en el opúsculo A Perfit Description of the Caelestiall Orbes according to the most aunciente doctrine of the Pythagoreans Mtelye reuiued by Copernicus and by Geometricall Demonstrations approu, en el que Digges traducía al inglés algunos capítulos del De revolutionibus de Copérnico, donde el propio Digges incorporaba algunas importantes adiciones que ponían claramente de manifiesto un cosmos copernicano dotado de una esfera de las estrellas fijas “infinita en altitud hacia arriba”. Además, esto suponía una ampliación infinita del número de estrellas. El Universo de Digges sigue presentando dos regiones, el mundo sublunar, de carácter imperfecto y sede del propio mal, y el mundo celeste, poblado de estrellas de las que sólo veríamos, nosotros los habitantes de ese submundo, las estrellas más cercanas, y que formaría parte del reino de Dios, los ángeles y los bienaventurados. Lo interesante de esa reinterpretación del universo copernicano es que Digges parece reconocer ahora implícitamente ese mismo principio de plenitud y aceptar para la infinita potencia divina la congruencia de un efecto infinito donde residir, efecto que sin embargo no es decente sea el ámbito corpóreo del sistema planetario[6]. Este principio asume que la totalidad de la realidad constituye una cadena en la que no falta ningún eslabón o peldaño, y cuya perfección va disminuyendo a medida que se aleja del principio primero. Por lo tanto, el Universo de Digges pasa por una fuerte oposición entre el mundo infinito y superior donde se situaría la potencia infinita de Dios, y el mundo finito terrenal, el mundo de la muerte y verdadera cárcel del alma contrapuesta a la superior perfección del infinito cielo estelar beatífico en que reside propiamente la divinidad y es el destino del alma[7]. Más adelante, cuando nos centremos en la propuesta de Bruno, veremos la importancia de este principio en él.
En cualquier caso, a pesar que la propuesta de Digges pudiera o no servir como acicate al propio Bruno, Koyré insiste en considerar a Bruno, siguiendo las ideas del profesor A. O. Lovejoy,  como el primer pensador en presentar un universo descentralizado, infinito e infinitamente poblado. De tal manera que M. Á. Granada se plantee la siguiente tesis: en la formulación de su cosmología copernicana infinitista en La cena y De I 'infinito Bruno no toma posición (y considera que no debe tomar) tan sólo contra la cosmología aristotélico-ptolemaica tradicional, sino también contra otra formulación del heliocentrismo y del infinito sólo aparentemente afín y concorde con la suya, pero en realidad profundamente divergente: esa otra formulación es precisamente la de Digges y (en la medida en que Digges se apoya en él) también la de Palingenio y su Zodiacus Vitae[8].
Por lo tanto, la propuesta de Bruno parece situarse frente a la antigua finitud escolástico-aristotélica y su moderna revisión que se estaba dando en Inglaterra a fines del siglo XVI en la figura destacada de Digges. Estas dos propuestas se emparentaban al asumir la división del Universo en dos esferas, la sublunar o mutable, y la supralunar o eterna. El lugar donde se situarían los límites de ambas regiones sería, fundamentalmente, el elemento diferenciador de ambas. Por parte de Bruno, éste rechaza cualquier noción de jerarquía que lleva de la mano la depreciación de la tierra y cualquier intento de búsqueda o anhelo de otra morada del hombre fuera o lejos de la tierra, como pura ficción[9]. Veremos más adelante su postura y sus presupuestos, pero antes revisemos el pensamiento de Nicolás de Cusa cuyo pensamiento sugiere algunos desarrollos en Bruno.


[1] Kragh, Helge, Historia de la cosmología. De los mitos al universo inflacionario. Barcelona: Crítica, 2008, Pág, 99.
[2] Koyré, A., Del cosmos cerrado al universo infinito, Madrid: Siglo XXI, 2000.
[3] Cfr. Kuhn, Thomas S, La revolución copernicana, Barcelona: Ariel, 1978.
[4] Ibíd. Pág. 300.
[5] Granada, M. Á. (1994). Thomas Digges, Giordano Bruno y el desarrollo del copernicanismo en Inglaterra. Endoxa, (4), 7-42.
[6] Ibíd. Pág. 20
[7] Ibíd. Pág. 21
[8] Ibíd. Pág. 24.
[9] Ibíd. Pág. 26.

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