La obra de arte en Lukács se presenta como una totalidad intensiva. Con esto entendemos que en la obra de arte se expresa el mundo interior del artista y el exterior. Digamos que la obra de arte aparece como un microcosmos frente al macrocosmos de la totalidad de la realidad. En este sentido, el macrocosmos, esta totalidad que nos puede resultar inabarcable debido a nuestra limitación sensorial, sólo puede ser captada o comprendida gracias a esa apertura del microcosmos.
La base de esta concepción de la obra de arte está en la teoría del reflejo que el mismo Lukács desarrolla a partir de las ideas del materialismo filosófico que Karl Marx esbozó en sus escritos. El materielismo filosófico considera como un hecho indiscutible la unidad material del mundo. Encontramos, pues, un intento de superar ese dualismo de la tradición filosófica entre mente y cuerpo, entre consciencia y materia. Es por ello, que bajo esta unidad material, todo hecho, incluso el artístico, remite a unos fenómenos materiales fruto de la interacción entre sujetos y objetos de la naturaleza, entendiendo además que el propio sujeto está entegrado en la propia naturaleza.
Lukács parte, por tanto, de la idea de que la consciencia, como esa capacidad racional que posee el sujeto humano independiente de los condicionantes naturales o sociales, no existe. Si existe es de otro tipo y, en todo caso, sólo aparece después, o a la par, del proceso de trabajo que el sujeto realiza para desarrollar su propia vida en un contexto concreto. Es así que la categoría de trabajo es de vital importancia para el sujeto. El trabajo es una actividad eminentemente práctica con la que el sujeto transforma su entorno, lo hace suyo, pero a la vez éste tambien se transforma ya que él mismo pertenece al entorno.
Pues bien, con el trabajo se produce una especie de objetivación, como dice Lukács, la acumulación de las experiencias cotidianas, la costumbre, el ejercicio, etc., hacen que se repitan y se desarrollen determinados movimientos en cada proceso de trabajo (G. Lukacs, Estética I, volumen 1, pg, 41). Estas objetivaciones, de muy distintas clases, se diferencian unas de otras por su fijeza. Las objetivaciones del arte y de la ciencia son mucho más fijas que las objetivaciones de la vida cotidiana que son más mudables y fluidas. Estas objetivaciones adquieren la forma de reflejos de la realidad. Los reflejos, por tanto, son refiguraciones complejas de la realidad que realizan los sujetos cognoscientes. Éstos aportan sus peculiaridades a dicho reflejo.
Por lo tanto, la carácterística fundamental del reflejo artístico frente a los demás reflejos, característica que también asume el reflejo científico, es su fuerza desantropomorfizadora, es decir, su capadidad para aparecer como un objeto independiente, ajeno a la vida contidiana del ser humano. A paser de esto, existe la posibilidad de que la obra de arte actúe sobre la realidad, o sea, aún mantenga cierto apego a sus orígenes humanos. Para ello se deben utilizar de modo consciente, no de modo utilitarista. La cosificación de las obras de arte y de sus sentidos, hecho consumado en nuestra época, lleva consigo la renuncia de sus implicaciones ontológicas, de su ser, de su humanidad. La obra de arte, como mercancía, como objeto de mercado, ha dejado atrás ese horizonte humano que le da sentido como fiel reflejo de la realidad y pasa a ser un mero espectro, un fantasma, cuya única realidad viene expresada en un número: su precio de mercado.
Quizás, la obra de arte, en este sentido entendida, se resista a ser reflejo de la realidad, de esta nuestra realidad del sujeto postmoderno fragmentado. Pero no. La obra de arte, aún queriendo, no puede sustraerse de su momento histórico de una manera tan fácil. Y es que una cosa es su origen y otra muy distinta a donde quiere llegar. La obra de arte es reflejo de la realidad, de ella surge, aunque a partir de ahí nos quiera transportar a mundos exóticos o paradisiacos como pretendía el romanticismo, o ir a la última moda como se lo entendemos en la actualidad. Si el arte hoy en día no tiene sentido más allá de lo económico, es, en definitiva, la propia realidad, expresada en esa obra de arte, la que no lo tiene. La obra de arte, como totalidad intensiva, nos muestra la dinámica de la propia realidad y, en este sentido, nos puede ayudar a escapar de esta situación actual de renuncia de toda humanidad. Y es que ninguno de nosotros podemos reducirnos a un simple número sin perder algo de nuestro ser por el camino.
La base de esta concepción de la obra de arte está en la teoría del reflejo que el mismo Lukács desarrolla a partir de las ideas del materialismo filosófico que Karl Marx esbozó en sus escritos. El materielismo filosófico considera como un hecho indiscutible la unidad material del mundo. Encontramos, pues, un intento de superar ese dualismo de la tradición filosófica entre mente y cuerpo, entre consciencia y materia. Es por ello, que bajo esta unidad material, todo hecho, incluso el artístico, remite a unos fenómenos materiales fruto de la interacción entre sujetos y objetos de la naturaleza, entendiendo además que el propio sujeto está entegrado en la propia naturaleza.
Lukács parte, por tanto, de la idea de que la consciencia, como esa capacidad racional que posee el sujeto humano independiente de los condicionantes naturales o sociales, no existe. Si existe es de otro tipo y, en todo caso, sólo aparece después, o a la par, del proceso de trabajo que el sujeto realiza para desarrollar su propia vida en un contexto concreto. Es así que la categoría de trabajo es de vital importancia para el sujeto. El trabajo es una actividad eminentemente práctica con la que el sujeto transforma su entorno, lo hace suyo, pero a la vez éste tambien se transforma ya que él mismo pertenece al entorno.
Pues bien, con el trabajo se produce una especie de objetivación, como dice Lukács, la acumulación de las experiencias cotidianas, la costumbre, el ejercicio, etc., hacen que se repitan y se desarrollen determinados movimientos en cada proceso de trabajo (G. Lukacs, Estética I, volumen 1, pg, 41). Estas objetivaciones, de muy distintas clases, se diferencian unas de otras por su fijeza. Las objetivaciones del arte y de la ciencia son mucho más fijas que las objetivaciones de la vida cotidiana que son más mudables y fluidas. Estas objetivaciones adquieren la forma de reflejos de la realidad. Los reflejos, por tanto, son refiguraciones complejas de la realidad que realizan los sujetos cognoscientes. Éstos aportan sus peculiaridades a dicho reflejo.
Por lo tanto, la carácterística fundamental del reflejo artístico frente a los demás reflejos, característica que también asume el reflejo científico, es su fuerza desantropomorfizadora, es decir, su capadidad para aparecer como un objeto independiente, ajeno a la vida contidiana del ser humano. A paser de esto, existe la posibilidad de que la obra de arte actúe sobre la realidad, o sea, aún mantenga cierto apego a sus orígenes humanos. Para ello se deben utilizar de modo consciente, no de modo utilitarista. La cosificación de las obras de arte y de sus sentidos, hecho consumado en nuestra época, lleva consigo la renuncia de sus implicaciones ontológicas, de su ser, de su humanidad. La obra de arte, como mercancía, como objeto de mercado, ha dejado atrás ese horizonte humano que le da sentido como fiel reflejo de la realidad y pasa a ser un mero espectro, un fantasma, cuya única realidad viene expresada en un número: su precio de mercado.
Quizás, la obra de arte, en este sentido entendida, se resista a ser reflejo de la realidad, de esta nuestra realidad del sujeto postmoderno fragmentado. Pero no. La obra de arte, aún queriendo, no puede sustraerse de su momento histórico de una manera tan fácil. Y es que una cosa es su origen y otra muy distinta a donde quiere llegar. La obra de arte es reflejo de la realidad, de ella surge, aunque a partir de ahí nos quiera transportar a mundos exóticos o paradisiacos como pretendía el romanticismo, o ir a la última moda como se lo entendemos en la actualidad. Si el arte hoy en día no tiene sentido más allá de lo económico, es, en definitiva, la propia realidad, expresada en esa obra de arte, la que no lo tiene. La obra de arte, como totalidad intensiva, nos muestra la dinámica de la propia realidad y, en este sentido, nos puede ayudar a escapar de esta situación actual de renuncia de toda humanidad. Y es que ninguno de nosotros podemos reducirnos a un simple número sin perder algo de nuestro ser por el camino.
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Saludos de tu primo