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Canción de los cañones de K. Weill y el realismo socialista de Brecht



El nombre de K. Weill está indisolublemente asociado a B. Brecht gracias, sobre todo, a la Ópera de los cuatro cuartos. Weill supo crear una música que se adaptó claramente al texto Brechtiano, un texto con evidentes connotaciones políticas y críticas que sacaba a la luz las contradiciones de una época tumultuosa, la primera mitad del siglo XX.

Desde sus comienzos, Brecht se caracterizó por una radical oposición a la forma de vida y a la visión del mundo de la burguesía y, naturalmente al teatro burgués, sosteniendo que sólo estaba destinado a entretener al espectador sin ejercer sobre él la menor influencia. Brecht, desarrolló una nueva forma de teatro que se prestaba a representar la realidad de los tiempos modernos, y se encargó de llevar a escena todas las fuerzas que condicionan la vida humana. Como él dice, sobre todo necesitamos obras de arte de crítica social, realistas y socialistas, de distinta índole, distinta en cuanto inteligibilidad, distinta según las distintas funciones1. En este contexto lo que importa es la propaganda, la agitación artística, el hacer pensar al pueblo, despertarlo de su letargo en el que está sumido haciéndole ver la realidad con toda su crudeza, sin velos que difuminen el comportamiento indecente de los poderosos. Es así que el tipo de arte que tiene que abanderar el realismo socialista es un arte combativo, ese que lucha contra los falsos modos de ver la realidad e impulsos que se oponen a los intereses reales de la humanidad2.

La crítica que realiza Brecht a la política cultural que bajo la bandera del realismo socialista se desarrolló en los países del Este se centra en el carácter normativo de sus consignas. Esta sumisión a las normas, esa burocratización del arte, que se llevó a cabo trae consigo una limitación a la hora de tratar expresar la realidad. Si el objetivo es este, el de expresar la realidad, nosotros, el pueblo que combate, que cambia la realidad, no podemos apegarnos a reglas de narración probadas, venerables modelos literarios, leyes estéticas eternas. No podemos deducir el realismo de determinadas obras de arte existentes, sino que emplearemos todos los medios, viejos y nuevos, probados y sin probar, procedentes del arte o de cualquier otra parte, a fin de poner la realidad en manos de los hombres de forma que puedan señorearla3. Pero además, esta realidad tiene muchas maneras de salir a la luz, de expresarse. Es por ello que Brecht sanciona:

Todo aquel que no tiene prejuicios formales, sabe que la verdad puede encubrirse de muchas maneras y debe ser dicha de muchas maneras. Que se puede provocar indignación por situaciones inhumanas de muy diversas maneras, mediante la descripción directa en forma patética y en forma objetiva, mediante la narración de fábulas y alegorías, en chistes, con hipérboles4.

Por lo tanto, el problema del realismo, según Brecht, no se reduce a una simple adecuación a unas obras ya existentes catalogadas como realistas. Es preciso mostrar en cada obra de arte si ésta se adecua a la vida descrita, si es capaz de describir los problemas cotidianos. En este sentido, toda obra que no desarrolle lo anterior, o sea una adecuación a la vida y la descripción de los problemas cotidianos de ésta, entraría dentro del catálogo formalista. Pero no sólo eso, y volvemos a la crítica al pensamiento de Lukçács, nuestra lucha contra el formalismo se convertiría también rápidamente en un formalismo estéril, si nos inmovilizáramos en formas determinadas (históricas, efímeras)5.

En cierto modo, Brecht, adopta el punto de vista limitado del artista. Su función no es, al contrario que Lukács, la de organizar un corpus teórico lo suficientemente omniabarcante, quizás herencia de Hegel, capaz de sustentar, incluso metafísicamente, el realismo socialista. Todo lo contrario, como buen artesano, su objetivo es llevar a la práctica esos ideales de emancipación de la humanidad a través de la lucha diaria, del trabajo continuo de desocultación de las injusticias y para ello, todo vale, cualquier medio es bueno.

1Brecht, B, El compromiso en literatura y en arte, Península, 1973, Pg. 422.

2Ibid, Pg 423.

3Ibid, Pg 237.

4Ibid, Pg 238-239.

5Ibid, Pg. 230


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