
Supongo que toda acto creativo del hombre es ético porque implica una normatividad, un qué, un por qué, un para quién. A primer vista, podemos hablar de un arte verdadero cuando se produce una glorificación esa normatividad, la obra de arte se atiene a ese horizonte de sentido en el que nos movemos. Por el contrario, un arte fulero trataría de escapar, consciente o inconscientemente, de esa normatividad. Actuaría con desdén hacia ella insinuando nuevas propuestas, nuevas normatividades, creando una atmósfera de ruptura, un antes y un después.
El término ruptura es muy socorrido y puede llevarnos a engaño. Insinúa cierto carácter fijo, cosificado, de las normas que implican todo acto creativo. Desde mi punto de vista, una cosa es el arte rompedor, que tiene como fin eliminar cualquier tipo de vestigio con el pasado, y el arte re-actualizador. Son dos formas de romper, pero una es creativa, dadora de sentido, y otra es destructiva, relativista, porque aboga por el momento, por la finitud más rabiosa, en definitiva, que aplaude el todo vale.

Por tanto, una obra de arte será verdadera o falsa atendiendo al modo de relacionarse con la normatividad imperante. Y es que el acto creador es siempre una intervención en un universo socio-simbólico, normativo, y por ello, una obra de arte puede ser un acto que ennoblezca o una ridícula postura vacía, siempre atendiendo a su contexto. Pero, que la obra de arte esté situada en un contexto determinado no quiere decir que esté determinada por su contexto. Me temo, y con esto trasciendo lo anotado en el primer párrafo, que todo arte verdadero se resiste a ser mera imagen especular de su circunstancia. Más aún, el artista, situado en el entorno del
agere, en su afán por decir, por comunicar, da un salto al vacío, corre el riesgo, a sabiendas de que su propio
facere creará las condiciones para una re-actualización de la normatividad. Esa, intuyo, es la esencia de la naturaleza humana: es el afán de mejora tanto individual como colectiva.
Por tanto, el arte falso, como he dicho, estaría lleno de ridículas posturas vacías, son los vulgarmente llamados brindis al sol, que esconden: el miedo al fracaso, al error, miedo al ¿gustará?; la intrascendente entrega a lo lúdico, a lo anodino, a lo vulgar; la malhumorada respuesta ante una pérdida de privilegios.
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Un abrazo.