El culto a la persona es uno de los rasgos identificativos de la sociedad en la que estamos inmersos. Hoy, especialmente, el culto al atleta de élite es sin duda uno de los casos más paradigmáticos. Esta idolatría asume el carácter de admiración que, como forma de autoengaño que ve en el atleta cosas que del todo no le pertenecen, o sea, la completud ontológica, está encaminada a lograr un tipo de satisfacción y de felicidad. Lo cierto es que, a través del ídolo, la masa -sé que el término políticamente correcto es el de afición- descubre la posibilidad de llevar a cabo parte de sus sueños. No hablamos, desde la vulgaridad, de la imperiosa necesidad de fama o dinero, sino de algo más sencillo, más humano, de la necesidad de ser reconocido, de la identidad, del ser alguien. Es así que podemos entender la idolatría como una forma de deseo de reconocimiento caracterizado por la pasividad. Yo me reconozco en el atleta, el cual es el encargado de someterse a una dura disciplina, lo a...
Y mi amor fue tomando forma, igual que una sonrisa tímida.