Descubrimos que ellos empeoraron año a año y decimos las causa, que, arrebatando demasiado el elemento de libertad al pueblo e introduciendo más de lo conveniente el elemento despótico, destruyeron la amistad y el cuerpo social en la ciudad. Una vez que esto se destruyó, ni el consejo de los gobernantes deliberaba en favor de los gobernados y el pueblo, sino en favor de su propia autoridad, siempre que creían que iban a sacar algún provecho por pequeño que fuera, devastaban también los pueblos amigos aniquilándolos con fuego; y, en consecuencia, odiando con encono y sin piedad eran odiados. Cuando llegaron a necesitar que los pueblos lucharan por ellos, no descubrieron en ellos nada que los uniera ni tampoco la predisposición a querer arriesgarse y luchar, sino que, aunque poseían incalculables multitudes, todas eran inútiles para la guerra y, al tener que pagar como si estuvieran necesitados de hombres, pensaron que los iban a salvar mercenarios y extranjeros. Además, son necesariamente ignorantes, porque dicen con sus hechos que lo que se llama honorable y bello en la ciudad es charlatanería siempre y en toda ocasión comparado con el oro y la plata.
Platón, Las leyes, Libro III, Editorial Gredos, 2007, pg. 337 y 338.
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