El otro día un periódico nacional tuvo a bien el sorprenderme con una noticia sustanciosa. Lejos de afirmar cosas baladíes, el citado príncipe cargaba los cañones contra la vieja Europa y, como no, su realeza exigía como rival a un gran caballero. Es verdad, Galileo no es un cualquiera. Pero obviando la cita a este gran personaje de la historia -esto no es más que una mera cuestión estética- en estas declaraciones subyace una disputa añeja que, aún hoy, deja de estar resuelta. Sí, es como esa almorrana que siempre está ahí y que de pronto, en el peor momento, asoma y toma su protagonismo.
Siguiendo con el tema, esta disputa viene enfrentando a dos concepciones del mundo, visiones no sólo físicas sino también teológicas: la neoplatónica y la mecanicista. La primera consideraba que las interacciones de los cuerpos del universo, seres humanos incluidos, tenían una causa espiritual. Un Dios voluntarista y providente es el que determinaba, como le viniera en gana, el movimiento de las cosas. Esta versión predominó en Inglaterra y tuvo como fiel representante a I. Newton. Por otra parte, el mecanicismo se dió preferentemente en Francia y tuvo como principal adalid a R. Descartes. Para Descartes el mundo funciona mecánicamente a base de impactos materiales. No hay fuerza anímica ni espiritual que haga mover las cosas. Dios creó la materia y las leyes de su movimiento y sólo necesitó dar un pequeño empujoncito, para que toda la maquinaria funcionase. Luego, dicen las malas lenguas, se echó a dormir.
A pesar de lo dicho, las dos propuestas guardan una estrecha relación. Más de lo que ellas pueden imaginar. Las dos propuestas son esencialmente deterministas. Utilizando términos aristotélicos, la neoplatónica desarrolla un determinismo metafísico y la mecanicista un determinismo físico. Yo hablaría de un determinismo para ricos y un determinismo para pobres. Pero recordemos, ¿quién determina todo? Dios.
Hoy en día todo viene determinado por la Diosa Mercado -digo Diosa por su carácter seductor. La Diosa Mercado, desde el punto de vista de los ricos, siempre tiene razón. No vale pregutarse por su funcionamiento ya que no hay una ley escrita al alcance del hombre. El mercado sabe lo que hace, dejémolo sólo y descubriremos el poder que tiene sobre nosotros y los beneficios que obtenemos de él. Debemos, por lo tanto, entregarnos a él.
Desde el punto de vista de los pobres, la Diosa Mercado tiene un carácter distinto. Ella creó el dinero, las mercancías y las leyes para su movimiento. Es necesario conocer esas leyes, que son buenas, y si no las cumplimos seremos culpables de todo el mal que genere ese desconocimiento.
Como es obvio, hablamos pues de dos caras de una misma moneda, esa moneda llamada Mercado que todo lo determina de modo necesario:
(no he podido evitarlo)
Pero, ¿dónde queda el individuo? ¿No hay necesidad en lo propio contingente? Hoy en día, los más pesimistas, opinan que el sujeto ha quedado relegado a mera mercancía, como todo objeto de la naturaleza. El mercado, en este sentido, ya no es el Dios bueno tal como antes lo pensábamos, ya no nos aporta el progreso, la dignidad del individuo. Todo lo contrario. Pero, ya el propio pensar en eso supone una afirmación de la Diosa. Da lo mismo, el mal o el bien, son adjetivos que se añaden al mismo sujeto, pero este no desaparece, sigue estando ahí.
Yo, por lo pronto, me he convertido en ateo. No creo en el Mercado. No existe. Sí creo en ese sujeto autopoiético, que continuamente se construye, se realiza a si mismo, se autoglorifica. Así, lo contingente se hace necesario, y la necesidad se hace contingente.
Siguiendo con el tema, esta disputa viene enfrentando a dos concepciones del mundo, visiones no sólo físicas sino también teológicas: la neoplatónica y la mecanicista. La primera consideraba que las interacciones de los cuerpos del universo, seres humanos incluidos, tenían una causa espiritual. Un Dios voluntarista y providente es el que determinaba, como le viniera en gana, el movimiento de las cosas. Esta versión predominó en Inglaterra y tuvo como fiel representante a I. Newton. Por otra parte, el mecanicismo se dió preferentemente en Francia y tuvo como principal adalid a R. Descartes. Para Descartes el mundo funciona mecánicamente a base de impactos materiales. No hay fuerza anímica ni espiritual que haga mover las cosas. Dios creó la materia y las leyes de su movimiento y sólo necesitó dar un pequeño empujoncito, para que toda la maquinaria funcionase. Luego, dicen las malas lenguas, se echó a dormir.
A pesar de lo dicho, las dos propuestas guardan una estrecha relación. Más de lo que ellas pueden imaginar. Las dos propuestas son esencialmente deterministas. Utilizando términos aristotélicos, la neoplatónica desarrolla un determinismo metafísico y la mecanicista un determinismo físico. Yo hablaría de un determinismo para ricos y un determinismo para pobres. Pero recordemos, ¿quién determina todo? Dios.
Hoy en día todo viene determinado por la Diosa Mercado -digo Diosa por su carácter seductor. La Diosa Mercado, desde el punto de vista de los ricos, siempre tiene razón. No vale pregutarse por su funcionamiento ya que no hay una ley escrita al alcance del hombre. El mercado sabe lo que hace, dejémolo sólo y descubriremos el poder que tiene sobre nosotros y los beneficios que obtenemos de él. Debemos, por lo tanto, entregarnos a él.
Desde el punto de vista de los pobres, la Diosa Mercado tiene un carácter distinto. Ella creó el dinero, las mercancías y las leyes para su movimiento. Es necesario conocer esas leyes, que son buenas, y si no las cumplimos seremos culpables de todo el mal que genere ese desconocimiento.
Como es obvio, hablamos pues de dos caras de una misma moneda, esa moneda llamada Mercado que todo lo determina de modo necesario:
(no he podido evitarlo)
Pero, ¿dónde queda el individuo? ¿No hay necesidad en lo propio contingente? Hoy en día, los más pesimistas, opinan que el sujeto ha quedado relegado a mera mercancía, como todo objeto de la naturaleza. El mercado, en este sentido, ya no es el Dios bueno tal como antes lo pensábamos, ya no nos aporta el progreso, la dignidad del individuo. Todo lo contrario. Pero, ya el propio pensar en eso supone una afirmación de la Diosa. Da lo mismo, el mal o el bien, son adjetivos que se añaden al mismo sujeto, pero este no desaparece, sigue estando ahí.
Yo, por lo pronto, me he convertido en ateo. No creo en el Mercado. No existe. Sí creo en ese sujeto autopoiético, que continuamente se construye, se realiza a si mismo, se autoglorifica. Así, lo contingente se hace necesario, y la necesidad se hace contingente.
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