Esta obra consiste esencialmente en un diminuendo rítmico. Comienza con un gran cluster de "clicks" metronómicos. Es así que el sonido que llegamos a percibir tiene un carácter contínuo. Pero cuando poco a poco los metrónomos van parándose y ese sonido contínuo se va rompiendo, modula hacia una suerte de ritmos complejos imposible de asir. Al tiempo que los metrónomos se detienen la complejidad rítmica va diluyéndose. Crece la diferenciación rítmica hasta que cuando queda un sólo metrónomo el patrón rítmico se vuelve absolutamente periódico, igual.
No creo que haya servido de mucho esta explicación. Es como si yo dijera a mis alumnos en relación a mi pizarra que es verde y está rayada con una especia de líneas que se hacen llamar pentagrama. Este tipo de música deja muchas dudas al oyente que, una y otra vez, eso si no te manda a freir espárragos, se pregunta a qué viene esto, a dónde nos lleva.
Podríamos considerarla como una suerte de experimento. En este sentido, recuerdo que no sólo el mundo del arte experimental a deleitado con semejantes creaciones. La ciencia, ha sufrido, antes del actual estado de mencantilización, este tipo de accesos, de conductas que conducían a las mismas preguntas: ¿A qué viene esto? ¿A dónde nos lleva?
Francis Bacon (1561-1626) entendía que eliminando toda noción preconcebida del mundo, se podía y debía estudiar al hombre y su entorno mediante observaciones detalladas y controladas, realizando generalizaciones cautelosas. Esto es importante. Eliminar toda noción preconcebida del mundo significa negar todo hecho bien establecido, todo concepto métrico, toda teoría, toda ley, vamos toda una tradición. Es entonces que los experimentos baconianos consistían en acontecimientos tan curiosos como: Si tenían una bomba de vacío, metían cualquier cosa en la campana, petardos o gorriones, a ver qué pasaba; si se ponían a destilar, no se arredraban ante nada: en una ocasión destilaron un melón, obteniendo un líquido frustradamente insípido; en otra se lanzaron sobre un saco del mejor café con resultados parecidos. Más suerte tuvieron con la destilación de 40 sapos, que produjo un licor deliciosamente picante (de M. Sellés y C. Solís, Revolución Científica, Síntesis 1994, pg.174).
Es curioso ese "a ver qué pasa", que podemos traducirlo en un "dejemos que la naturaleza nos hable". Imagino al científico haciendo cosquillas a la naturaleza para que ésta, tarde o temprano, termine por contarnos todos sus misterios ocultos. Pienso que a la música experimental le ha sucedido algo parecido. Cage pretencía hacer hablar a los propios sonidos.
Frente a estas ideas, recuerdo un delicioso librito de Ortega, En torno a Galileo, y un párrafo concluyente: Esta faena es la ciencia; como se ve, consiste en dos operaciones distintas. Una púramente imaginativa, creadora, que el hombre pone de su propia y libérrima sustancia; otra confrontadora con lo que no es el hombre, con lo que le rodea, con los hechos, con los datos. La realidad no es el dato, algo dado, regalado -sino que es construcción que el hombre hace con el material dado (pg.19). Es importante considerar que la sustancia del hombre viene determinada por la tradición, entendida como el mundo que le ha tocado vivir. Esa tradición es contínuamente reactualizada en el mismo momento en que el hombre se comunica, se relaciona, con el mundo que le rodea.
El arte, pienso, debe ser lo mismo. Aunque sea una actividad del todo diferente de la ciencia, no deja de ser un producto del hombre, un producto, eso sí un tanto inexacto, al contrario que los productos de la ciencia. En definitiva, es bueno imaginar, explorar nuevos mundos, pero nunca perder el suelo que sustenta ese mismo acto del imaginar.
Comentarios