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Sobre el orgullo... 1

Entiendo por orgullo al resultado o respuesta a cierta excitación, ya sea externa o interna, mecánica o espiritual, aplicada mediante diferentes medios al ser humano en tanto ser fisiológicamente conformado. Junto con el amor, el miedo, la risa, etc... el orgullo es parte de nuestro ethos, entendido éste como nuestra guarida, nuestra morada, como el lugar donde habita el hombre, sentido que, con Aristóteles, adquirió un tono más racional y que nos refiere al hábito o la conducta que el hombre va conformando a lo largo de su vida.

Y sobre esto, y sin ánimo de pasar de puntillas sobre la rabiosa actualidad, sí, sobre el orgullo patrio me dispongo polemizar. Valga el primer párrafo como punto de partida, mas no de llegada.

Como he dicho, el orgullo no es más que una conducta/respuesta de origen fisiológico. Que sea bueno o malo no depende, pues, del propio orgullo, ya que éste no es una entidad metafísica o idea que esté más allá de nuestro cuerpo. Como respuesta fisiológica, el orgullo está anclado en nuestra corporalidad y puede ser entendido, desde el punto de vista dinámico, como una fuerza o mecanismo de defensa que sale a la luz ante un ataque exterior que intenta romper el status quo del sujeto. Mecanismo de defensa que poseemos todos, como seres humanos que somos, y que nos es lícito utilizar en el momento que creamos oportuno -coletilla políticamente correcta. El orgullo, pues, no es bueno o malo en sí. Así, no es cuestión de mucho orgullo o poco orgullo, de la típica receta de para esto una pizca y para aquello cuarto y mitad. Como amigo fiel, siempre está ahí para lo que necesitemos, como recurso, como hábito que nos ayuda a conformar nuestro yo, nuestra yoidad. En este sentido, entendemos que el orgullo es pieza fundamental en los procesos conformadores como la educación: el orgullo de ser algo en la vida, por ejemplo. Los padres saben que deben resguardar a sus hijos ante determinadas influencias externas que les pueden desviar el camino hacia el llegar a ser. El orgullo, por tanto, actúa como esa burbuja que resguarda todo lo que tiende a conformarse, en nuestro caso, el sujeto incompleto.

Pero cuando hablamos de un sujeto embotado, relleno, por la acumulación de ideales, de esa pertinaz e incomprensible manía de completar, como sea, el yo, la defensa que realiza el orgullo se convierte en in-operativa. Más aún, en contraproducente. El sujeto lleva a cabo crecimiento insano, desproporcionado, irrefrenable, que rompe cualquier límite, y termina explotando en mil pedazos.

Y si me permitís el salto, a la sociedad le sucede lo mismo. Me temo que vivimos, hoy en día, en una sociedad embotada por los ideales que, en el mundo del deporte, por ejemplo, vienen representados por personas de carne y hueso. Amigos, ¡no!, todo el deporte español no ha sido maltratado por los franceses. Justamente todo lo contrario, ha sido la idea de deporte español fruto de la propaganda estatal -tanto unos como otros son culpables- la que ha sido vilipendiada. ¿Y que me importan las ideas, la propaganda? Pero, me pregunto, ¿es que me refiero a un deporte español embotado, imflamado, sobredimensionado?

Mientras me pregunto si hemos perdido hasta la gracia en este proceso idealizador, miro atrás y canturreo con Lola "la piconera":

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Buenas tardes Rafa,

La tuya es, una profunda reflexión sobre una lacra de rabiosa actualidad.

Vivimos una realidad esperpéntica.
Una realidad en la que alguien, que lleva 15 años luchando contra el terrorismo y la corrupción, con escolta, no lo mata una bala del calibre 9mm, sino sus propios colegas.

Una realidad en la que la corrupción, en toda su variopinta gama de colores, que incluye la alta competición deportiva, supera con creces la ficción.

Es una realidad tan esperpéntica que, si el propio Valle Inclán la viviese, le costaría decodificarla.

Cada día me cuesta un poquito más el formar parte, como sparring del furgón de cola, a la vez que contribuyente, de este circo llamado deporte de competición.

La máxima de la mal llamada competición es la igualdad entre los contrincantes en la salida y eso, hoy en día, es una utopía.
rafaballes ha dicho que…
Ciertamente Jose:

Me dejan perplejo, cuando no estremecido, ciertas expresiones en boga: "ha ganado la justicia", "hay que dar confianza a los mercados". Se empeñan en hacernos asumir/acatar/idolatrar ciertos valores/ideales absolutos, los del progreso, los de la modernidad avanzada que nunca parecen llegar a lo que prometen. No son más que promesas incumplidas. Incumplidas necesariamente porque, por ejemplo, la justicia no es un ideal (ganar o perder un juicio), es un hacer. Bajo el ideal se esconde, una vez más, las élites que se reparten la mejor tajada. Bajo el hacer justicia "no" nos escondemos -sí, damos la cara- la inmensa mayoría, en la familia, el trabajo, en el deporte, en la carretera, etc...

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