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50 km... 4

Hay otra regla que también sufre los accesos de la razón privada. Es la de la flexión: La pierna que avanza debe estar recta, (es decir, no doblada por la rodilla) desde el momento del primer contacto con el suelo hasta que se halle en posición vertical. Pero antes volvamos al parque de la segunda entrega. Ya hicimos hincapié en la necesidad de unas normas que aseguren la subsistencia de los espacios públicos: no cagarse en el fuente, no pasear en pelotas, etc... normas que ofrecen un marco para que el parque sea utilizado por todos de una manera razonable. Pensemos ahora en una pelota. Todos sabemos lo molesto que puede resultar la pelota en un parque en los pies o en las manos de unos chavales más o menos crecidos. El temor de los ancianos que toman el fresco está más que fundado. Una de las soluciones es incorporar en la normativa esa prohibición, la de usar la pelota en un parque. Pero en ese momento ya estás prohibiendo cualquier tipo de uso de la pelota e, irremediablemente,  el niño de 2 ó 3 años con su pelota de goma también sufre esa prohibición. En este caso la pelota no es una amenaza sino una agradable tarde viendo a los chiquillos divertirse. Aplicar esa prohibición es hacer uso de la razón privada ya que excluye determinadas formas que en realidad no afectan a la subsistencia del parque como espacio público. Por lo tanto, y volviendo a lo apuntado en el primer capítulo de esta entrega, el uso excesivo de la razón privada niega la posibilidad de los múltiples sentidos, de las múltiples biografías que se pueden desarrollar en torno a un fetiche, en este caso el parque público.

Volviendo a la regla de la flexión, doy por supuesto que la obligación de mantener la pierna recta en el momento de tomar el contacto, o como antiguamente, en el momento de la vertical, era la necesaria respuesta a la posibilidad de poder correr sin perder el contacto, piénsese en Groucho Marx. Ese modo de avanzar, el de Groucho, como bien dicta la razón pública, no es caminar, pero si sólo se explicita en la norma lo de la pérdida de contacto sería legal. La regla de la flexión, por tanto, viene a poner coto a esas dificultades. Pero también cuando caminamos realizamos la flexión y no implica que esté favoreciendo mi marchar, en el sentido de ir más rápido, todo lo contrario, se suele ir más lento. Es por ello que se da el caso que, cuando un marchador cae desfondado y lo único que le queda es ponerse a caminar porque las fuerzas no le dan para más, este marchador puede ser descalificado, ¡con dos cojones!, sabiendo conscientemente que la razón pública dictamina que ese atleta no está sacando ventaja alguna con esa forma de marchar. Lo ridículo de esto es que tú puedes terminar un maratón andando pero no un 50 km marcha, a menos que los jueces hagan la vista gorda, o sea, hagan uso de la razón pública, no de la privada.

Pero hay muchos otros ejemplos donde la regla de la flexión en el contexto del uso privado de la razón muestra cierta incomprensión. Pensemos en las competiciones de clubes de menores donde, como tiene que ser, la marcha está incluida. Es muy normal que los clubes no tengan un marchador especialista y, por lo tanto, que el claval o la chavala asignada para disputar esa prueba carezca del nivel competencial básico para llevar a cabo la prueba tal como dice la norma, sobre todo en lo relativo a la flexión. La experiencia es dramática algunas veces.

Todo este tipo de circunstancias, pienso, son razones necesarias que impiden que la marcha sea una disciplina popular. Y digo necesarias, no suficientes. Pero, ¿interesa al establishment que la marcha sea popular o, inconscientemente, no perciben que la popularidad de una prueba pasa inevitablemente por la práctica activa de muchos, no de unos pocos especialistas?

(Continúa...)

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Pues mira, usando tu terminología, desde el uso de la razón pública (para mí la reiteradamente socorrida expresión del "sentido común"), esto es de lo más coherente que he leído sobre las diferencias sustanciales y existenciales, entre lo que llaman marcha atlética (formato olímpico y elitista, de un pequeño "ghetto") y la verdadera marcha en doble apoyo.

Como diría mi hija de 7 años: "... y esos de la tele marchan como tú?"

Y ya se sabe, ¿alguien se atreve a decir que sabe más que un niño de primaria?. Yo no, no me atrevo; los niños nunca mienten.

rafaballes ha dicho que…
Hay que tener cuidado con lo del sentido común. Hoy en día está muy influenciado por el uso privado de la razón en el sentido de que es de sentido común seguir exclupulosamente las normas, sean o no contradictorias. Cuando hablo de uso público de la razón me refiero a la posibilidad de que ciertas voces "marginales" no sean excluídas por el hecho de que pongan en duda algún aspecto de la norma, quiero decir, que el veterano que flexiona a una velocidad de a penas 9km/h no sea masacrado a avisos, eso ya lo que he puesto de manifiesto en la entrada. Mi interés en todo esto no es destruir ningún Goliat, sino intentar que la actitud de Goliat sea más condescendiente con David, porque un pueblo sin pueblo no es nada.

Me estoy acordando de la foto que publicó Bernardo los otros días de la París-Colmar donde comentabas lo extraño de ver a Diniz acompañando a un marchador de esa prueba en la salida. Evitando cualquier tipo de sentimentalismo, me da igual que Diniz lo hiciera por pura propaganda hacia su persona o por verdadero sentimiento de amor hacia esa prueba de ultramarcha, pero por lo menos hay un reconocimiento a una forma de marchar, reitero, reconociminto consciente o inconsciente. En mi opinión, este reconocimiento dista mucho profesarse al Sur de los Pirineos.

Ya te digo, veo imposible que la marcha tal como se practica hoy en día, y yo mismo practico, con el estilo que tu llamas internacional, de una vuelta de tuerca y vuelva a los orígenes, pero si creo que es posible una actitud más abierta y dialogante del establishment. A partir de ahí todo se andará.

Un abrazo.
José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Y, más allá de los Pirineos, Bernardo también nos ha hecho llegar una foto en la que el gran Gerard Lelièvre, quizás el mejor del mundo en los 70, camina ó acompaña en bicicleta a otro de los participantes. Da la impresión de que puede ser su entrenador.

En nuestra querida patria, todo aquel que entienda haber sido algo internacionalmente, en esto de la marcha, no se ofrecería jamás a aparecer públicamente con unos tíos que caminan flexionando. Al menos no altruistamente.

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