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Qué entiendo por república


Antes de empezar me gustaría detenerme un poco en el aspecto etimológico del término. El término república viene del latín, de res- (que significa cosa) y pública (que concierne a todos los ciudadanos, a lo común). En definitiva, la república trata de los asuntos que incumben a todos las personas que integrarían una comunidad política. Por extensión, la república sería el sistema político que se fundamenta en los aspectos comunes a todos los ciudadanos sin distinción de clases. La cosa pública, por tanto, implica ciertas ideas, y en esto seguimos a los ideales de la revolución francesa, de libertad, igualdad y fraternidad. Lo común se sostiene, sin duda, gracias a un marco legal de carácter universal o general. El ciudadano, bajo la república, no se somete a otra persona concreta, sino que se entrega a la ley. El gobierno de la república significa, por tanto, el gobierno de la ley.

Pero, ¿dónde queda el ámbito privado? Para llegar a lo privado vamos a dar un pequeño rodeo. Podemos decir que el término república hace referencia al aspecto positivo del propio sistema político, y cuando digo positivo me refiero al aspecto del sistema que se actualiza, lo que se hace visible. Pongamos un ejemplo: Si yo cojo este bolígrafo y pregunto, ¿qué fuerza hace que este bolígrafo esté aquí arriba? Creo que la mayoría dirá que la fuerza de mi brazo. Quien hace que el bolígrafo sea visible en esta posición es mi brazo al sostenerlo. De la misma manera, y ya volvemos a la república, la fuerza que actualiza lo público, o sea, que hace visible el aspecto que nos une a todos, que nos hace iguales, es el gobierno de la ley. Pero, ¿qué pasaría si esa fuerza de mi brazo dejara de sostener el bolígrafo? Evidentemente, caería. Y se caería porque, de la misma manera que se sostiene aquí arriba el bolígrafo gracias a la fuerza de mi brazo, se potencia otra fuerza que no es más que la fuerza de la gravedad.

¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que cuando nos referimos al término república, hay que tener en cuenta no sólo el aspecto visible, o sea, lo público (el aspecto legal, normativo), sino el aspecto que potencializa, que no es más que el privado, el que no se ve.

¿En qué consiste esa dimensión privada? Esa esfera es la esfera de la necesidad, vamos, es el lugar dónde se satisfacen las necesidades vitales, y no tan vitales. En relación con la esfera pública, que es igualitaria, la esfera privada es lo contrario, jerárquica. Por ejemplo, una empresa, cuyo objetivo es la producción de productos que cubren ciertas necesidades, las que sean, es jerárquica, cada una de las personas tiene una función, unos mandan, otros obedecen, etc. En una familia pasa lo mismo. En el estado de necesidad no hay tiempo, así a grosso modo, para la discusión racional, cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Si analizamos un poco más el ejemplo del bolígrafo, vemos que estas fuerzas (la de mi brazo y la de la gravedad), o las dimensiones de lo público y lo privado, se sitúan en niveles distintos. La primera diríamos que es “espiritual”, es humana, y la otra es más “material”, más biológica. Son dos dimensiones que se excluyen pero que son mutuamente dependientes. Por tanto, la república, aunque trata de los asuntos comunes, aunque somete a las personas (ciudadanos) al imperio de la ley a partir de sus abstractas nociones de igualdad, etc., debe contar con la esfera privada. Digamos que no es posible mantener por mucho tiempo una actitud racional con el estómago vacío, llega un momento en el que ese estómago hay que llenarlo. En el momento en el que la ley común obvie esa dimensión privada, o sea, mi brazo deje de sostener ese bolígrafo pensando que se va a quedar ahí arriba colgado, el reino de la necesidad hará su aparición, es decir, un ejército de desposeídos entrará en escena exigiendo que sus necesidades básicas se satisfagan.

Como podemos percibir, la relación entre estas dos esferas es dialéctica. Más de uno ya estará pensando que lo suyo, en este movimiento dialéctico, es que se mantenga cierto término medio. Eso precisamente lo que pensaba Aristóteles. Desde este punto de vista, la lucha de clases sería eso, la lucha por encontrar el término medio entre esas dimensiones. Pero no, las cosas no son tan sencillas.

Todo marxista sabe que la lucha de clases es el motor de la historia, es decir, que una contradicción básica es la culpable de que el mundo sea dinámico, con fases más estables y fases más inestables. En apariencia, lo público y lo privado actúa como una contradicción fundamental que genera el dinamismo de una sociedad concreta. No es una barbaridad si digo que la mayoría del contenido ideológico que circula en nuestra sociedad se mueve en torno a esta contradicción: hay unos que no se someten a las leyes universales, mientras que otros pasan necesidades (privadas); hay unos que no participan de la vida pública porque están centrados en su vida privada (quiero estar tranquilo), mientras hay otros que utilizan la esfera pública con fines privados, etc. ¿Y cómo se trata de resolver esa contradicción? Las propuestas son las mismas:


Más gobierno de la ley, a través de más normativa, las seguimiento, más persecución, etc.


Más moralidad, lo que necesitamos son valores, estamos en una sociedad sin valores.


Más educación, con las consiguientes reformas educativas.

Y lo que vemos es que la contradicción sigue creciendo, que cada vez hay mayor distancia entre esa esfera pública y en esa esfera privada. Así que podemos plantearnos: ¿no nos estaremos equivocando? ¿Es esa contradicción entre lo público y lo privado la verdadera contradicción? ¿Dónde se situaría entonces?

Quizás la historia nos pueda dar una pista. La primera vez que se habló en términos de lo público y de lo privado fue en Grecia. Pero en Grecia, la Grecia clásica, aunque existía lo público (el ágora) y lo privado (la familia), la vida pública sólo la llevaban a cabo unos pocos, los demás estaban sometidos a esos pocos, eran mujeres, niños, esclavos, extranjeros. Vemos que existía una contradicción fundamental de clase, que en el caso de la polis se situaba en el plano de la familia, que sostenía ese antagonismo entre lo público y lo privado. Repito, existía lo público y lo privado gracias al antagonismo inscrito en el ámbito privado, el de la familia. No podemos perder de vista este origen porque este mismo antagonismo de clase es el que va a sostener la república romana y, por supuesto, las repúblicas decimonónicas.

Y digo ese antagonismo y no la forma en la que se da ese antagonismo. Es importante observar que en la medida en que se desplaza el dominio de lo privado, o sea, el que no se circunscriba sólo al ámbito familiar, sino que se convierta en un asunto "social" (y ya entramos en nuestra modernidad), es decir, que el propio Estado sea el encargado de satisfacer las necesidades vitales de los sujetos, el mismo antagonismo se desplaza y adquiere otra forma. Así, lo que en Grecia era la mujer, el niño y el esclavo, ahora esos sujetos sin capacidad para intervenir en el espacio público, pero que a la misma vez lo sostiene, forman lo que, utilizando terminología marxista, llamamos "proletariado". No es de extrañar que en los tiempos de Roma el icono de la lucha por la emancipación fuera un esclavo como Espartaco, y en el siglo XIX y principios del XX fuera algo más que un sujeto concreto (familiar), sino una gran muchedumbre, el proletariado.

Así, en la medida en que el antagonismo de clase se desplaza, el elemento que se excluye (el esclavo, el proletariado) también sufre el mismo proceso de desplazamiento. Y por eso, el que hoy la categoría de proletariado no sea operativa nos puede indicar que se ha producido otro desplazamiento de ese mismo antagonismo.

¿Qué sucede hoy en día? ¿Podemos seguir pensando que nuestra lucha "republicana" puede seguir pensándose en términos "estatales"?

Hoy en día la derecha, cuando nos critica, tiene un punto de razón. Nos dice: es imposible la lucha por la emancipación a través del Estado, y qué mejor botón de muestra que el experimento del socialismo realmente existente en la URSS. Hasta ahí podemos estar de acuerdo. Pero el problema es pensar que esa misma imposibilidad anula cualquier intento emancipatorio. No es así. Desde mi opinión, un republicano actual tiene que asumir que la lucha por la emancipación es posible. Y para atisbar esa posibilidad:


En primer lugar, hay que situar correctamente el lugar del antagonismo de clase, que en la actualidad, como hemos dicho, se ha vuelto a desplazar. La globalización es globalización en todos los sentidos, no sólo económica, libertad de comercio, etc. sino que el propio antagonismo de clase se vuelve global. Quiero decir, que el antagonismo no se encuentra ya sólo en la familia (como en Grecia y en Roma), ya no se encuentra en el propio Estado (como en las naciones decimonónicas), sino que el antagonismo se sitúa en el mismo planeta. Las grandes masas de refugiados que se desplazan en la actualidad son el ejemplo más monstruoso. Eso no quiere decir que el antagonismo no opere también en los otros ámbitos (familiar, estatal), digo que el antagonismo es multidimensional. Por eso mismo la idea, tan en boca de todos, del "estado de bienestar" ha sido un fracaso, porque es una idea que ha obviado esa dimensión global. Quiero decir, que mi bienestar dependía del sufrimiento de otros seres, los del tercer mundo. En el momento en el que esa gran masa de seres llaman a nuestra puerta y nos dicen: ¿qué es de lo mío?, el "estado de bienestar" se viene abajo.


Por eso, y en segundo lugar, a nivel estratégico la lucha también debe ser multidimensional. Quiero decir, que la lucha por la emancipación de la mujer no puede desarrollarse al margen de la lucha global. La violencia machista tiene que ver con la crisis de los refugiados, y lo que nos une es el antagonismo de clase que sostiene esa dimensión privada de la que hablaba antes, una dimensión privada que se ha impuesto globalmente a través de las corporaciones internacionales, etc.

Entonces, todo esto, ¿qué tiene que ver con la república? ¿Qué tiene que ver con la bandera tricolor? Tiene que ver que cualquier idea de república que queramos imponer tiene que pasar por hacerse cargo de la contradicción fundamental. La diferencia radica en que la lucha de nuestro padres/abuelos/bisabuelos republicanos se situaba en ese nivel "estatal", decimonónico, y la nuestra es global.

Alguien me dirá que, nosotros estamos en mejor situación que nuestros padres. Efectivamente, nuestra situación en el antagonismo es más propicia -incluso después de la crisis-, no hay carreteras de la muerte, como la de Málaga a Almería, pero nos enfrentamos al mismo problema. Lo que sucede es que nuestros padres, o la memoria de nuestros padres, la memoria de todo lo que sufrieron, hoy se nos aparece en los padecimientos de, por ejemplo, los refugiados sirios.

(Hay una imagen paradigmática que circula por internet, de ese padre español con su hijo llorando en los tiempos de la guerra civil, y ese padre sirio con su hijo, también llorando. Más allá de que esa foto pueda ser fruto de la manipulación, la foto en sí refleja claramente el modo en que nos asalta la memoria. El sufrimiento del Otro nos trae el sufrimiento de los nuestros. Y sólo en la medida de que nos hagamos cargo de lo que pasaron todos nuestros antepasados podemos pensar en cómo ayudar al Otro).

Bueno, después de todo esto, alguno estará pensando... muy bien, hasta aquí todo correcto. ¿Y ahora qué?

Hoy, más que nunca, deberíamos asumir esa máxima que dice: ¡No actúes, piensa! Ante un problema global, ¿cómo podemos hacer algo? En realidad, a pesar de las dimensiones del problema, siempre queda algo por hacer, y, evidentemente, ese algo pasa por lo que tenemos alrededor, por lo más cercano.

En todo este rápido repaso en relación a lo público y privado hemos descubierto una cosa, que el ámbito de lo privado (la propiedad privada que nos gusta decir a los marxistas) cada vez ha ido haciéndose con el espacio de la esfera pública. Quizás el texto más maravilloso que refleja claramente este proceso de privatización del espacio público sea el capítulo 24 de "El Capital". A ese proceso Marx le llama el de cercamiento. Bueno, pues nuestra primera tarea como republicanos sería la de "descercar" lo cercado.

Pero, ¿qué significa eso de descercar? No se trata de quitar fronteras, de quitar vallas y cercados, sino de volver a crear espacios donde se desarrolle una vida pública. Pero para ello es necesario el "compromiso", la acción revolucionaria. La acción revolucionaria supone dos cosas:


En primer lugar, no boicotear directamente al sistema, sino situarse en sus grietas, en sus márgenes. Debemos hacer lo que hizo la ciencia con la religión. Hoy la sociedad es secular porque la religión terminó pensando en términos científicos. Alguno dirá, sigue teniendo poder. Efectivamente, pero yo no tiene poder moral. Es el gran drama del cristianismo actualmente, drama que el Papa Francisco ha puesto de manifiesto: "hemos perdido la bandera de los pobres a manos de los comunistas", decía hace unos años. Nuestra lucha, por tanto, no es contra la religión, sino contra el poder económico global, es ese el poder de la iglesia actual, no el poder moral que tenía antes.


Y, en segundo lugar, el crear vida pública en esos márgenes (de ahí la necesidad de compromiso), una vida pública que tenga como fin la emancipación, evidentemente. Con eso alteraremos la estructura básica del espacio social capitalista basado en la relaciones privadas de producción de bienes que satisfacen nuestras necesidades.

Evidentemente, para embarcarnos en una tarea como esta tenemos que poner en cuarentena ciertas ideas o paradigmas. Por eso la pertinencia del ¡no actúes, piensa! Como decía Julio Anguita: esto de las banderas está muy bien, pero conviene plantearse qué tipo de república es la que quiero, que todas no son iguales.

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