Imagina
el presente.
En el presente nos situamos siempre mirando hacia delante, hacia el futuro. El pasado queda atrás. Es imposible mirar atrás como ya lo puso de
manifiesto el mito de Orfeo: “no podrás mirar atrás a riesgo de que Eurídice
desaparezca para siempre”. El pasado, por tanto, es algo que nos está vedado.
¿Completamente? En el presente nos encontramos con pequeños restos de carácter
fragmentario que nos recuerdan el pasado. Esa es nuestra única referencia.
El futuro es un espejo sobre el
cual proyectamos la idea que hemos logrado hilvanar a través de esos restos del
pasado. Esa proyección nos hace pensar que es el pasado el que se refleja de
forma nítida en el espejo del futuro, pero tenemos que tener en cuenta que el
pasado nos está vedado, no tenemos acceso directo a él. El pasado es “recreado”
por el propio sujeto a través de esos restos en el espejo del futuro.
Por tanto, el conocimiento de
la realidad se nos da de manera fragmentaria. Sólo la razón (el proyecto de
nuestra vida, en sus diferentes estratos o niveles, automático, autopoiético,
autónomo o autotélico), mirando al futuro, traza un plan. Ese plan recoge todo
ese conocimiento fragmentario y lo traspone en una realidad superior, ya sea el
movimiento propio hacia un lugar (automático), la autocreación (autopoiesis),
la autolegislación (autonomía) y la autoproyección (autotelos). El conocimiento
fragmentario tiene ahora una hechura, una consistencia.
Tú, quizá, me vas a preguntar de dónde le viene a la voluntad el movimiento por el que se aparta del bien inmutable y se une al mudable.- SAN AGUSTÍN
Desde esta perspectiva, el mal
no sería más que hacer lo contrario con ese conocimiento fragmentario, tomar un
fragmento de ese conocimiento y se absolutiza, o en palabras de Ortega, estudiar
el rábano por las hojas. El libre albedrío sería eso, esa capacidad de
trasponer. Esa es la auténtica libertad, no la libertad de tomar algo fragmentario
y absolutizarlo, sino el totalizar el conocimiento fragmentario en una realidad
superior.
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