El hombre es un animal que abandonó la seguridad del instinto en favor de la idea, del conocimiento, de lo inmaterial.
Debido al carácter suprasensible de la idea, alejada de lo material, en el hombre surge el problema de cómo plasmar esa idea, ese conocimiento, a través de sus propias acciones y su propia materialidad, porque el hombre es algo, y convive entre cosas.
Pero hablamos de un pseudo problema, pues la propia idea, por ejemplo, la idea de Bien, lleva incorporada su propio fracaso, o sea, el Mal. Desde un punto de vista estrictamente materialista, la idea incluye su propia imposibilidad, su propia inadecuación a la materialidad. Así, no es que la materialidad se resista a ser gobernada por la idea, sino que la propia idea no puede gobernar toda la realidad, debe seleccionar.
En cualquier caso, la idea nos guía, mientras que el Mal nos pierde. Todo esto lo tiene el hombre, entendido como especie humana, y esa es su lucha, una lucha cuyo fracaso está inscrito en la propia idea que nos guía.
Quizás te preguntes, estimado lector, cuánto de idea hay en la obra del hombre. Estarías refiriéndote a ese porcentaje de idea hecha carne, encarnada en la materialidad frente a ese exceso que escapa a toda conformación. Pues, sepa usted, fiel amigo, que ese porcentaje no se mide en términos materiales, como medimos porciones de un queso o número de granos de arroz, pues la idea es conocimiento, y el conocimiento es el tuyo y el mío, es subjetivo. Es por ello que medimos la idea a partir de la propia reacción del hombre al fracaso de la idea. Decimos, por tanto, que la idea choca con la realidad a través de la propia acción del hombre, y en ese chocar, florece su fracaso. El cómo reaccionamos a ese fracaso no sería más que la idea hecha carne.
A través del ejemplo que nos ocupa, la idea de liberación del pueblo oprimido que asumieron los revolucionarios rusos se topó, en el mismísimo momento en el que tomaron el poder, con su propia imposibilidad. El cómo reaccionaron, el cómo actuaron, lo que en realidad hicieron y las decisiones que tomaron ante esa imposibilidad de llevar a cabo la liberación del pueblo oprimido, no fue más que la idea de liberación del pueblo oprimido encarnada en el realidad.
Por eso, un misma idea sufre conformaciones materiales diferentes, porque diferentes son las reacciones al fracaso al que se enfrenta. Los ejemplos pueden ser muchos. Pero si nos circunscribimos a la modernidad, y más concretamente a la caída del Antiguo Régimen en Europa Occidental, vemos que una misma idea se desarrolla de diferentes maneras en cada una de las naciones.
Y podríamos aplicar el mismo esquema en el ámbito musical. Por ejemplo, a la sinfonía. La idea de sinfonía se impone [y este es otro tema a estudio, el cómo se impone una idea, un universal, un conocimiento de lo que hacemos] a partir del siglo XVIII. Desde ese momento se enfrenta a los problemas de su materialización. La sinfonía, por tanto, se desarrolla a través de los sucesivos fracasos o dificultades de plasmarse. De hecho, lo que hicieron compositores como Mozart, Haynd, Beethoven, Schubert, etc… fue precisamente eso, reaccionar de una u otra manera al fracaso de la forma musical misma.
En este punto convendría matizar el término fracaso. El fracaso puede tener dos sentidos. Por un lado, remite al fracaso inherente a la idea misma. Nos referiremos a la imposibilidad de la idea misma sinfonía o de liberación del pueblo oprimido; y por otro lado, al fracaso como pérdida de la idea misma, de la idea de liberación del pueblo oprimido o de la propia sinfonía. Los dos tipos de fracaso pueden observarse tanto en la revolución de Octubre como en el Sinfonismo de Shostakovich. Pero… esto son otros desarrollos.
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