En la actualidad, el sentido de cultura post-moderna está muy unido a las políticas de identidad que se están desarrollando en los últimos tiempos, sobre todo por parte de la izquierda. Así, cuando hablamos de las diferentes culturas lo primero que nos asalta son los diferentes movimientos étnicos, sexuales, en definitiva, los movimientos que concuerdan con las minorías sociales de nuestra sociedad avanzada occidental. Eagleton, en su La Idea de la Cultura, trata de sacar a la luz las numerosas aporías y contradicciones que nos asaltan en la vida real en relación a esta política de identidad tan de moda. El eje central de la obra es el de elaborar un concepto de Cultura lo suficientemente universal sin que por ello disipe o anule las diferentes particularidades de cada individuo, o sea, sus identidades.
Pero, ¿cómo entiende la cultura la post-modernidad? Según Eagleton el concepto que maneja el pensamiento post-moderno es un concepto local y bastante limitado. No habla de una cultura humana, sino de la cultura gay, la cultura étnica, la cultura X, etc. Este concepto de cultura tan especializado no es más que el reflejo de la fragmentación de la vida mundana. En vez de unir lo común a todos nosotros, trata de sacar a la luz los aspectos que nos diferencian. Y es que el post-modernismo, en un intento por escapar del proceso de nivelación que realiza el capitalismo trata de encumbrar esos rasgos particulares, relativos, de cada uno de nosotros. Este hecho, sin querer, se adapta perfectamente al capitalismo consumista. Hay que recordar la famosa frase “divide y vencerás”. Esto es lo que hace el capitalismo. Ya los oprimidos no son los Oprimidos (con mayúsculas), sino los gays, las mujeres, las minorías étnicas, etc. Estas minorías realizan su propia lucha, de manera independiente, obviando la de los otros. En realidad, todos luchan por lo mismo, por valores humanos que pertenecen a todos, sin distinción de razas, pero cada uno por su lado. En esta situación siempre ganan los mismos.
Eagleton considera que es el socialismo la única forma de salir de esta situación de parada técnica a la que nos a conducido la corriente post-moderna. Este socialismo debe alejarse de las políticas de identidad y retomar las enseñanzas de Marx. El nuevo socialismo se debe caracterizar por una re-lectura de Marx que devuelva una renovada visión de la relación entre universalidad (el conjunto de la sociedad) y particularidad (el propio individuo). La universalidad, que no es más que el conjunto de ideas reguladoras de la sociedad que nos convierte a todos en iguales por nuestra humanidad, se debe lograr en el nivel de lo particular. Esta nueva lectura de Marx implica que la universalidad es inherente a lo local, no una alternativa. Lo universal, entendido como lo común a todos los hombres, y lo particular, entendido como las características propias de cada uno de nosotros, son dos caras de la misma moneda. En este sentido, por cultura universal, cultura humana, entendemos aquellos aspectos que nos unen a todos, son esas necesidades básicas, como seguridad, alimento y sociabilidad, mientras que por cultura particular, como forma de vida, se refiere a la que cada uno de nosotros desarrollamos en nuestro propio entorno ecológico. Estos dos tipos de cultura no son nunca excluyentes. Todo lo contrario. Veamos el porqué.
Quizás la raíz del problema se encuentre en la relación entre cultura y naturaleza. En este sentido, para Eagleton, en el post-modernismo encontramos un excesivo culturalismo: todo es cultural, la sexualidad, las diferencias étnicas. En este sentido podemos ser lo que queramos con el mero hecho de aprender a serlo. Para Eagleton, por contra, cultura y naturaleza son dos caras de la misma moneda. La capacidad del hombre para la cultura, para la continua objetivación del mundo, no es algo que se añada, sino que es propia de nuestra naturaleza humana. Nacemos como criaturas indefensas que necesitamos la cultura para sobrevivir. Pero eso no significa que suprimimos la naturaleza, sino que la transformamos. En este sentido la naturaleza resiste a la cultura, hay cosas que la cultura no puede borrar de la naturaleza como el comer, el dormir, la amistad... Obviar esto es un sinsentido. Lo prioritario no es poder ser gay, español o torero, lo importante es tener las necesidades humanas cubiertas, y ya no hablo sólo de comer y tener un refugio donde poder resguardarme del tiempo, sino de poder desarrollar una vida social sin coacciones, porque somos unos seres sociales, zoon politikón como diría Aristóteles.
En este sentido, nos vale la idea que E. Said apunta de que las culturas no son tan puras como a veces tratan de hacer ver los nacionalismos. Ninguna cultura es idéntica a un pueblo racialmente puro. Todo lo contrario. La identidad cultural es inventada, fantaseada, contiene un elemento importante de manipulación. Pero esto no es más que parte de nuestra naturaleza. Como dice Eagleton, la cultura no es más que un vehículo o un medio mediante el cual se negocia la relación entre los diferentes grupos. Esta idea, tiene un amplio alcance, ya que la podemos utilizar tanto en el ámbito reducido de la familia nuclear así como en el ámbito mucho más amplio de los Estados-nación modernos. Esta negociación necesita de una objetivación, de un pensar a los Otros, que no es más que un pensar lo ajeno y lo extraño que hay en el grupo de contacto. Es así que la cultura no designa un tipo concreto de sociedad, sino sólo una manera normativa y concreta de imaginarla. Ese reconocer al Otro lleva consigo una puesta en duda de mi propio ser, me hace pensar en mi mismo. Ese pensar en mi mismo supone una re-actualización del Yo, una nueva objetivación de quién soy yo, una nueva localización de las fronteras que, conforme vamos reconociendo al Otro, las vamos re-dibujando sobre inestables fundamentos.
Terry Eagleton, La ida de la cultura
Terry Eagleton, La ida de la cultura
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