Nunca me he sentido cómodo al utilizar la palabra arreglo cuando me he enfrentado a instrumentar la música de los clásicos para banda o grupo de cámara. Decía, y sigo diciendo, que, en todo caso, des-arreglo lo que otros han compuesto con absoluto primor. Sobre este tema desconozco si existe una literatura que aborde el tema de manera exhaustiva, pero aún he encontrado algo que puede resultar interesante para iluminar una práctica, aunque poco conocida, ampliamente utilizada a lo largo de la historia de la música.
T. W. Adorno no se muestra muy a favor de los arreglos. De su libro Disonancias (Ediciones RIALP, Madrid, 1966) entresaco los siguientes comentarios: Depravación y reducción a la magia, hermanas hostiles, habitan conjuntamente en los arreglos que se han establecido de modo permanente en amplios sectores de la música. La práctica de los arreglos se extiende según las dimensiones más diversas. LLega un momento en que se apodera del tiempo, quebranta de modo evidente las ideas creadoras cosificadas, las arranca de su contexto originario y las monta para constituir un "potpourrí"; destruye la rica y varia unidad de obras enteras y expone tan sólo frases o movimientos aislados; ... (Op. Cit. pg. 37).
Uno de los objetivos de los arreglos, según Adorno, es el abaratamiento de la interpretación. Con ello se trata de conseguir que el gran público asimile el gran sonido musical distanciado. Lo que, en un principio, parece estar compuesto para los menos, por su carácter íntimo y peculiar, es aderezado para que la multitud pueda disfrutar de ello. Hablamos, pues, de una especie de globalización, mundanización de la música. Así, lo que es propio de una época, de un momento histórico, de una raza, de un pueblo, es transformado, empaquetado para su posterior consumo por vete a saber quien.
Para Adorno, la práctica de los arreglos musicales procede de la música de salón. Trátese de la práctica del entretenimiento, que toma de los bienes culturales la pretensión de nivel y calidad, pero al mismo tiempo modifica la función de dichos bienes culturales, conviertiéndolos en materia de entretenimiento del género de las canciones de moda (Op. Cit. pg. 41).
No niego todo lo dicho por Adorno, pero entiendo que utiliza el término "arreglo"en un contexto muy reducido. En este sentido, aún asumiendo que hoy las fuerzas globalizadoras o centrípetas parecen dominar todas las esferas de nuestra vida, negar las fuerzas centrífugas, emancipadoras, puede resultar una trivialidad. Ciertamente, éstas nacen, o se reproducen, dentro mismo de lo global, de lo único, de lo cosificado.
La procedencia de los arreglos musicales, por tanto, no puede reducirse solamente a la música de salón. Entendiendo el término arreglo como la "transformación de una obra musical para poder interpretarla con instrumentos o voces distintos a los originales", tal como nos indica la RAE, pienso en otras circunstancias, otros momentos, ajenos a lo liviano de la música de salón decimonónico, donde el arreglo es parte fundamental de algo que sobrepasa la moda, el mero objeto de mercado.
T. W. Adorno no se muestra muy a favor de los arreglos. De su libro Disonancias (Ediciones RIALP, Madrid, 1966) entresaco los siguientes comentarios: Depravación y reducción a la magia, hermanas hostiles, habitan conjuntamente en los arreglos que se han establecido de modo permanente en amplios sectores de la música. La práctica de los arreglos se extiende según las dimensiones más diversas. LLega un momento en que se apodera del tiempo, quebranta de modo evidente las ideas creadoras cosificadas, las arranca de su contexto originario y las monta para constituir un "potpourrí"; destruye la rica y varia unidad de obras enteras y expone tan sólo frases o movimientos aislados; ... (Op. Cit. pg. 37).
Uno de los objetivos de los arreglos, según Adorno, es el abaratamiento de la interpretación. Con ello se trata de conseguir que el gran público asimile el gran sonido musical distanciado. Lo que, en un principio, parece estar compuesto para los menos, por su carácter íntimo y peculiar, es aderezado para que la multitud pueda disfrutar de ello. Hablamos, pues, de una especie de globalización, mundanización de la música. Así, lo que es propio de una época, de un momento histórico, de una raza, de un pueblo, es transformado, empaquetado para su posterior consumo por vete a saber quien.
Para Adorno, la práctica de los arreglos musicales procede de la música de salón. Trátese de la práctica del entretenimiento, que toma de los bienes culturales la pretensión de nivel y calidad, pero al mismo tiempo modifica la función de dichos bienes culturales, conviertiéndolos en materia de entretenimiento del género de las canciones de moda (Op. Cit. pg. 41).
No niego todo lo dicho por Adorno, pero entiendo que utiliza el término "arreglo"en un contexto muy reducido. En este sentido, aún asumiendo que hoy las fuerzas globalizadoras o centrípetas parecen dominar todas las esferas de nuestra vida, negar las fuerzas centrífugas, emancipadoras, puede resultar una trivialidad. Ciertamente, éstas nacen, o se reproducen, dentro mismo de lo global, de lo único, de lo cosificado.
La procedencia de los arreglos musicales, por tanto, no puede reducirse solamente a la música de salón. Entendiendo el término arreglo como la "transformación de una obra musical para poder interpretarla con instrumentos o voces distintos a los originales", tal como nos indica la RAE, pienso en otras circunstancias, otros momentos, ajenos a lo liviano de la música de salón decimonónico, donde el arreglo es parte fundamental de algo que sobrepasa la moda, el mero objeto de mercado.
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