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Leningrado. Una historia, una estética, una música... 3

--> LA FUNCIÓN PROGRAMÁTICA… el canon del realismo socialista.
Como hemos dicho antes, el método del realismo socialista exigía el compromiso del creador con respecto a los ideales del comunismo. La obra debía servir al pueblo, tanto en el sentido de ser un vehículo para la educación en las leyes del socialismo, como en la glorificación de las conquistas realizadas por él. En este contexto, la importancia de una categoría musical como la de “programa” es fundamental. Por programa entendemos todo contenido extra-musical que se le añade a la propia música para ayudarla a concretar cierto sentido, ya sea un sentimiento, una situación, una escena, un estado de ánimo, etc. Es el siglo XIX donde la categoría de programa adquiere una importancia decisiva, se objetiviza, como diría Lukács. Ese proceso se consigue con procedimientos muy sencillos, como por ejemplo, un título sugerente como Egmont (Beethoven) ya nos traslada a los Países Bajos bajo la dominación española y los acontecimientos dramáticos que acaecieron en torno al Conde Egmont. En este caso predomina un enfoque narrativo en el programa, o sea, que una historia ofrece una especie de guía para toda la obra. Otros modos sólo dan una idea de un estado de ánimo, entonces hablaríamos de un enfoque expresivo, o sólo se pretende retratar algún aspecto de la realidad no musical por medio de la imitación más fidedigna posible de sus sonidos, diríamos que se aplica un enfoque representativo1. En cualquier caso, el programa no es algo exclusivo de la música romántica y sus secuelas. Por ejemplo, el canto gregoriano tiene un programa en el sentido de que nos traslada directamente al mundo de los monjes y en sus asuntos espirituales. En estos casos, la música muestra de una manera clara sus servidumbres hacia la vida cotidiana. Sí, podríamos decir que el programa, antes de la conquistada autonomía estética, era algo implícito en toda creación musical en el sentido de que implicaba un mundo, es decir, que la obra artística sale a la luz vinculada a una situación de la vida cotidiana de las gentes. Otro ejemplo pueden ser los cantos vinculados a los ciclos de siembra y recolección, dentro del ámbito popular, o las canciones trovadorescas, desde el punto de vista más aristocrático. En definitiva, toda la música, como obra de arte creada en un contexto histórico-social determinado lleva implícito un programa más o menos objetivable, un mundo al que remite sin ninguna duda.
En cualquier caso, con el realismo socialista, la categoría de programa a la manera de la tradición decimonónica, vuelve a cobrar una relevancia decisiva. Mientras que en la Europa Occidental esta categoría había dejado de ser funcional, y por lo tanto, sus géneros a ella vinculados perdían poco a poco su vigencia, en la antigua URSS se impuso en la música la función programática. Y esto acarreó importantes consecuencias. En palabras de Vinay, las consecuencias más importantes de este hecho fueron la neta predilección por los géneros escénicos (óperas, ballet, películas), de celebración (cantatas, sinfonías en el espíritu del poema sinfónico) y por la música programática, idónea para servir de vehículo de un contenido ideológico2. Ni qué decir tiene que ese contenido ideológico era impuesto por el partido y que se basaba en el rechazo frontal de toda influencia burguesa, vamos, a cualquier tipo de modernismo vanguardista, como la dodecafonía, o el apego al formalismo, siempre entendido como rechazo de las formas clásicas y el carácter popular de la música. Y es que los “auditores” de la música soviética exigían a los compositores la realización de una música simple y comprensible para el pueblo3, y sin duda, el enfoque programático que más se adaptaba a sus exigencias era el narrativo. Todas las composiciones musicales debían narrar fielmente el proceso de consecución de una sociedad socialista, la formación del nuevo hombre soviético.
Pero, tal como apunta Fubini en La Estética Musical desde la Antigüedad hasta el Siglo XX4, a ojos de los críticos más avezados contra el régimen, todas estas directrices de los concienzudos burócratas soviéticos llevaban aparejadas un gran problema estético:
Si la dodecafonía y la vanguardia en general se condenaban por no poderse percibir con facilidad por los oídos del pueblo y, sobre todo, por provenir del mundo capitalista –del que eran fiel reflejo-, las formas más “correctas” en que se expresaban –y en que deberían expresarse- la música soviética y la de los demás países socialistas no podían ser otras que la sinfonía, el cuarteto, la cantata, la sonata, etc., es decir, ni más ni menos, las formas canónicas del siglo XIX. Ahora bien ¿acaso no fue la sociedad burguesa la que inventó y la que utilizó estas formas clásicas en el momento de su mayor florecimiento?5
Aquí no es momento de determinar las debilidades de este argumento, sólo insinuar el camino que se trazó a partir de las citadas resoluciones del partido y que marcarían la trayectoria de nuestro compositor, en cierto modo, obligado a abandonar los caminos iniciados en el periodo anterior a la polémica de Lady Macbeth, muy vinculados a la vanguardia rusa de la época.
La importancia de la función programática en el contexto de una vuelta a las formas clásicas lo manifiesta muy claramente Stravinsky en su Poética Musical6. Habla del fenómeno de las adaptaciones del repertorio al nuevo contexto revolucionario. El caso más sobresaliente es la adaptación del la ópera de Glinka La vida por el Zar, que volvía al repertorio con el título de Iván Susanin. Esta adaptación consistía básicamente en la sustitución de un programa por otro. Así, donde aparece la palabra Zar se reemplaza por los términos más acordes al momento como “Pueblo” o “Patria”. Este ejemplo nos puede servir para ver con claridad que el problema estético no se encontraba en la utilización de formas clásicas o vanguardistas, más bien en el estrangulamiento de formas de creación propias. Como sentencia Stravinsky:
Privado de formas propias de expresión, el patriotismo comunista, impuesto al gobierno por la fuerza de las circunstancias (“Du glaubst zu schieben, und du bist geschoben”), ha encontrado expresión, por el camino de la subversión, en una de las más puras obras maestras de la música rusa clásica, que había sido concebida y compuesta en otras circunstancias y que revestía un sentido completamente distinto7.
Debemos suponer, pues, que si la nueva situación revolucionaria requería de nuevas formas de expresión que puedan ser consideradas como un fiel reflejo del nuevo mundo que se abría camino, estas nunca pueden ser impuestas desde fuera a la manera adaptaciones de modelos anteriores, sino más bien habría que esperar a que estas formas surgiesen, madurasen, a la misma vez que la sociedad se va transformando. Como dice Mayakovski, el arte no nace siendo arte de masas, lo será después de mucho esfuerzo; después de realizar un análisis crítico que determinará si su utilidad es permanente y efectiva, y sólo se difundirá bajo los auspicios de la organización del partido o del gobierno en los casos en los que esa utilidad se hay hecho evidente8. Que cómo pensaba el poeta articular de manera efectiva el análisis crítico y el auspicio del Partido, es algo que no nos incumbe, lo que nos interesa es ver que una situación histórico-social nueva exige, o más bien va de la mano, de nuevas sensibilidades, de nuevos modos de relación, que evidentemente, no podían resolverse con una simple adaptación de modelos pasados, y menos aún por imposición dogmática. Es en este contexto, donde Mayakovsky, un artista comprometido con el movimiento obrero revolucionario, decía: los clásicos no serán las lecturas preferidas por el pueblo soviético. Lo serán los poetas de hoy y del futuro9. Pero toda esa fuerza creadora y todos esos esfuerzos, muchas veces contradictorios, de crear un nuevo arte de masas y que fueron asumidos principalmente por las vanguardias pronto fueron cortados de raíz por Stalin. De nada sirvió el compromiso con la revolución, algo similar le sucedió al Conde Egmont, de nada le sirvió su catolicismo y su fidelidad al rey de España.
Volviendo a la categoría de programa, Lukács ya comenta en su estética la imposibilidad de que el programa suministre base alguna para la estimación estética de la obra musical. Si bien la obra de arte debe expresar su sentido inmanente de manera completa y, para ello, debe ser clara, rica y profunda, todo esto lo hace con independencia del programa dado. Pero, evidentemente, otra cosa es lo que pensaban los “sectarios defensores” del realismo socialista. En palabras de Lúkács, sus intentos tendían a levantar la llamada idea básica de una obra a una generalidad conceptual y a hallar en la verdad o la falsedad de dicha idea el criterio del realismo musical10.
Aún así, la especificidad de la música, sobre todo la instrumental, planteaba muchos problemas a los burócratas stalinistas. De hecho, el decreto anti-formalista de 1948 exhortaba a los compositores sinfónicos a hacer óperas y cantatas, a componer obras con texto que los censores pudieran controlar. Al parecer la música instrumental se les escapaba de las manos. La música no es un lenguaje tan fácil de asir, tal fácil de objetivar. Y es que, siguiendo con Lukács, la música posee unas características muy particulares que la diferencian de las otras artes. En ella se revela una relación del todo única del hombre con la realidad, como conformación mimética muy peculiar, y eso la diferencia vivencialmente, con concreción estética, de todas las demás artes11. Y esto se debe sobre todo a su capacidad para expresar sentimientos y emociones profundamente humanas sin ningún tipo de inhibición. La propia naturaleza de la música, su materia prima, los sonidos, alejados de toda vinculación externa, separados de toda abstracción o determinación, hacen que ella misma se despliegue con su propia lógica y su propia dinámica. La música no puede reproducir objetos concretos de la vida. Pero a pesar de eso, la música no es un lenguaje inarticulado en el que acontezcan explosiones emocionales por doquier, sino que refleja el mundo interior del hombre, como totalidad intensiva, en todas su relaciones, evitando cualquier tipo de singularización o concreción, o sea, el reducir un sentimiento en algo abstracto o determinado.
Esta característica de la música consigue evitarle rodeos, callejones sin salida, compromisos y choques trágicos. Sin duda en otras artes como la poesía, las artes plásticas y las escénicas, esas dificultades son inevitables. Y de esto Shostakovich conocía muchos ejemplos: Meyerhold fue fusilado, y Mayakovski decidió suicidarse.
Por lo tanto, podemos suponer con Lukács, que la música más profunda puede perfectamente ser compatible con una ejecución cortesana y ceremonial sin que se perjudique su punto central, la expresión pura de la interioridad.12 Esta manera de ser de la música, especialmente la música instrumental, autónoma per se, insinúa un campo abierto al juego programático donde el programa hegemónico, el impuesto por el poder, puede ser puesto en un aprieto por otros programas insertos. No ponemos en duda, por tanto, que la propia obra musical está abierta a un programa. Todo lo contrario, el programa es algo que le viene dado a la obra de arte por las circunstancias en las que se crea, pero ese programa no es nunca un programa único, un hecho, un sentimiento, o un afecto concretos y claramente objetivables, sino una pluralidad de programas, de modos de relación con la propia obra de arte en la que, si bien es cierto que sólo alguno o algunos mantienen una posición hegemónica, esa hegemonía nunca puede ser proporcionada por una idea externa a la propia realidad de la que surge la obra de arte.
Pensemos en una de las sinfonías de nuestro compositor, la nº 7, subtitulada “Leningrado”. Una situación concreta, el asedio de Leningrado, por su relevancia, otorga un programa explícito. Ya lo comentaba en el capítulo anterior, según Lukács, en la segunda guerra mundial se impuso la oposición fundamental del mundo entre fascismo y antifascismo. Este programa podríamos considerarlo como el hegemónico. Cualquier tipo de acción se explicaba en el contexto de esa oposición que servía como marco de comprensión de lo que pasaba por aquella época. De ese marco tampoco parecía librarse el propio arte.
Pero podemos pensar que Shostakovich fue un poco más allá:
When Dmitriy Dmitriyevich finished playing, everyone rushed up to him. He was tired, agitated. Everyone spoke at the same time. About this theme [the “invasion” episode of the first movement], about fascism. Someone immediately dubbed the theme “ratlike.” They spoke about the war, struggle, and Victory… Samosud predicted enormous success for the symphony: it will be played everywhere.

Later that evening ... I looked in again on the Shostakoviches to drink tea.Naturally, they were talking about the symphony again. And then Dmitriy Dmitriyevich said reflectively: “Fascism, of course.Butmusic, realmusic, is never attached literally to a theme. Fascism isn’t simply National Socialism. Thismusic is about terror, slavery, the bondage of the spirit.” Later, when Dmitriy Dmitriyevich became used to me and began to trust me, he told me directly that the Seventh (and the Fifth as well) are not only about fascism but about our system, in general about any totalitarianism”.13
Como vemos, en las propias palabras de nuestro compositor se destila un nuevo programa que lucha por salir a la luz, por ser el protagonista. Es el programa de la gente de a pie, el programa de las personas que sufren, que pasan hambre, que soporta los estragos de la guerra. Y es aquí donde las circunstancias histórico-sociales intervienen para dirimir el futuro de uno u otro. Incluso el compositor, no tiene más remedio que sucumbir al poder hegemónico, y se deja llevar por la inexorabilidad de los acontecimientos:
Shostakovich addressed the audience, live and radio, before the performance, explaining how he came to write the piece, describing its character and content. In an inspirational article published in Pravda three weeks later, he reinforced the deeply patriotic impulse behind his Seventh Symphony: “The war we are fighting against Hitler is an eminently just war. We are defending the freedom, honor, and independence of our Mother land. We are struggling for the highest human ideals in history. We are battling for our culture, for science, for art, for everything we have created and built. And the Soviet artist will never stand aside from that historical confrontation now taking place between reason and obscurantism, between culture and barbarity, between light and darkness.… I dedicate my Seventh Symphony to our struggle with fascism, to our coming victory over the enemy, and to my native city, Leningrad14.
Sin duda, el régimen stalinista vio con claridad el potencial propagandístico de esta sinfonía. (…)
En cualquier caso, el partido seguía teniendo en cuenta el carácter ambiguo de la música de Shostakovich. Es por ello que nuestro compositor no pudo librarse de las pullas de los enconados burócratas del régimen. Como recuerda Mijaíl Árdov, en los informes del Primer Congreso Nacional de Compositores Soviéticos inagurado el 16 de Abril de 1948, Tijon Jrénnikov seguía acusándolo de escribir en un lenguaje “pro-occidental”, muy a pesar del gran rendimiento propagandístico que sacó el régimen comunista a esta composición:
La Séptima Sinfonía de Shostakovich demostró que su pensamiento musical resultó ser más eficaz para expresar las siniestras imágenes del fascismo y del mundo de la reflexión subjetiva que para plasmar las imágenes positivas de nuestro mundo contemporáneo. La tonalidad abstracta y el cosmopolitismo del lenguaje musical de Shostakovich, que durante la guerra no se planteó el objetivo de aproximarse al discurso musical nacional, han servido de obstáculo para que la Séptima Sinfonía disfrutase de una popularidad duradera entre el pueblo soviético […]15.
Pero no sólo eso, en Occidente la obra perdía cada vez más adeptos, y se la catalogaba como un ejemplo más de la burda y propagandística estética socialista. Ciertamente, los bloques Occidental y Comunista, una vez concluída la guerra con el nazismo, apostaron por volver a las antiguas posiciones. Lukács parecía no estar mal encaminado cuando hacía hincapié, como ya hemos visto en el segundo capítulo, en la importancia de leer el realismo socialista desde unas coordenadas que no fueran las decimonónicas comunismo-capitalismo, sino sobre un programa que, en cada vez más ámbitos de la sociedad, mostraba la necesidad de salir a la luz, el programa que nos habla de la banalidad y de la injusticia de la guerra.
1 Cfr. Randel, Don Michael, Diccionario Harvard de música, Madrid: Alianza Editorial, 1997.
2 Op. Cit. Pg. 37.
3Ocioso es volver a remitirnos al artículo Caos en vez de música.
4 Fubini, Enrico. Madrid, Alianza Música, 1990
5 Op. Cit. Pg. 408.
6 Stravinsky, Igor. Barcelona. Acantilado, 2006
7 Op. Cit. Pg. 104.
8Mayakovski, Vladimir. Una bofetada al gusto del público, Mono Azul editora, 2009. Pg. 4o
9Ibid. Pg. 44
10Lukács, Georg. Estética I. Volumen 4. Barcelona: Grijalbo 1965, Pg. 73.
11Ibid. Pg. 45.
12Ibid. Pg. 54.
13 Fay, Laurel E. Op. Cit. Pg. 128. Como en la anterior traducción, agradezco encarecidamente la ayuda de Isidoro Villena: Cuando Dmitry Dmitriyevich terminó de tocar, todo el mundo corrió hacia él.  Estaba cansado, perturbado. Todos hablaron al mismo tiempo. Sobre este tema (el episodio de "la invasión" del  primer movimiento), sobre el fascismo. Alguien llamó al tema como "de canallas". Hablaron sobre la guerra, lucha, y la victoria... Samosud pronosticó un enorme éxito para la sinfonía: "Será interpretada en todas partes".
Ese mismo día por la tarde, me acerqué a la casa de los Shostakovich para tomar el té. Naturalmente, otra vez estaban hablando de la sinfonía. Y entonces Dmitriy Dmitriyevich dijo pensativamente: "Facismo, por supuesto. Pero la música, la música real, nunca está atada, ligada literalmente a un tema. El fascismo no es únicamente Nacionalsocialismo. Esta música es sobre el terror, la esclavitud, la esclavitud del espíritu." [slavery significa esclavitud, y bondage también].  Más tarde, cuando Dmitriy Dmitriyevich se acostumbró a mí y empezó a creer en mí, me dijo directamente que la séptima (y la quinta también) no son sólo sobre el fascismo sino también sobre nuestro sistema, y en general sobre cualquier totalitarismo.
14Ibid. Pg. 129-130. Shostakovich se dirigió a la audiencia, en directo y por radio, antes de la representación explicando cómo llegó a escribir la pieza, describiendo su carácter y contenido.  En un artículo inspirador publicado en Pravda tres semanas después, el propio Shostakovich reforzó el impulso patriótico presente en su Séptima sinfonía: " La guerra que estamos librando contra Hitler es eminentemente una guerra justa. Estamos defendiendo la libertad, el honor y la independencia de nuestra madre patria. Estamos luchando por los más grandes ideales humanos en la historia. Estamos luchando por nuestra cultura, por la ciencia, por el arte, por todo lo que hemos creado y construido. Y el artista soviético nunca se va a quedar ajeno a esa histórica confrontación que ahora está teniendo lugar entre razón y oscurantismo, cultura y barbarie, entre luz y oscuridad... Dedico mi séptima sinfonía a nuestra lucha contra el fascismo, a nuestra próxima victoria sobre el enemigo, y a mi ciudad natal, Leningrado."
15Árdov, Mijaíl, Shostakovich. Recuerdos de una vida, Madrid: Siglo XXI, 2006. Pg. 42

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