Para la
intelectualidad inconformista, el apelar a "la confianza" de los
mercados no es más que una manera zafia y vulgar de tratar de solucionar los
problemas inherentes a todo proceso de crisis. Porque la pregunta es obvia,
¿quién hay detrás de los mercados? ¿No es verdad que todo este sistema sólo
puede ser movido por alguien en concreto, una persona, una corporación, unos
representantes de naciones? Y en este sentido, ¿no es que esta crisis viene
dada por la deslealtad de esos que rigen esos mecanismos del mercado hacia los
que les entregan el poder, los más? Pero quizás toda esta “obviedad” no sea más
que una trampa, un señuelo a partir del cual se nos logra incapacitar para
llevar a cabo una verdadera crítica, esa que no consiste solamente en destruir,
sino en crear. Es por eso que debamos prestar más interés en esa "confianza",
es decir, reconsiderar la importancia de la confianza en el mecanismo de los
mercados.
Por lo tanto, desde
mi punto de vista, hay algo de verdad en las palabras de los políticos
instalados en el poder, esos que legitiman una política económica y un cambio
constitucional concreto a partir de dicha confianza. Pero lo que sucede, a mi
modo de ver, es que esa confianza no es nunca de los mercados, sino de los
propios legislados, de ti y de mi, amigo lector, y ni que decir de la confianza
de los "perros guardianes" del propio mercado en su jefe, el mercado.
No existe la confianza de los mercados, sino la confianza en los mercados. Se
confía en que los mercados pueden funcionar bien, y, a partir de ahí, se inicia
todo el proceso que mantiene vivo el mecanismo.
Igualmente le pasa
a ideas concretas como democracia y el rey. En referencia al rey esto es lo que
dice Zizek:
Nosotros, los súbditos,
creemos que tratamos al rey como rey porque él es rey, pero en realidad un rey
es un rey porque lo tratamos como si lo fuera. Y este hecho de que el poder
carismático de un rey es un efecto del ritual simbólico que ejecutan sus súbditos
ha de permanecer oculto: como súbditos, somos necesariamente víctimas de la
ilusión de que el rey es ya en sí un rey. Por ello el Amo clásico ha de
legitimar su mando con una referencia a alguna autoridad no social, externa
(Dios, la naturaleza, algún acontecimiento del pasado mítico…) –en cuanto
mecanismo de representación que le confiere su poder carismático se devela, el
Amo pierde su poder[1].
Aquí
hacía referencia Zizek al “Amo Clásico”, pero hoy en día, cuando la crítica
ideológica se ha explayado con Dios, la naturaleza y los pasados míticos, emerge
otro tipo de amo, el “Amo Totalitario”, que ya no se presenta como “el
dirigente” por obra y gracia de Dios, sino que se presenta diciendo todo lo
contrario: “Por mí solo, no soy nada, soy lo que soy únicamente como una
expresión, una encarnación, un ejecutor de la voluntad de ustedes, mi fuerza es
la fuerza de ustedes…”[2]
Pero, ¿quién es esa “fuerza de ustedes”? ¿El pueblo, el Partido, la Nación, la
Mayoría? Yo diría más bien: la
nada, la mierda, esa sustancia amorfa…
[1] Zizek,
Slavoj, El sublime objeto de la ideología, Madrid: Siglo XIX, 2008. Pág. 194.
[2] Ibíd.
Pág. 194.
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