En una entrada anterior, dedicada a esta obra de John Cage, dejé planteada una pregunta. En un intento por responderla, echo mano de H. G. Gadamer. En su librito la actualidad de la bello va dejando algunas pistas que nos pueden ayudar. Propongo empezar por esta: la obra de arte no es, en ningún sentido, una alegoría, es decir, no dice algo para que así se piense en otra cosa, sino que sólo y precisamente en ella misma puede encontrarse lo que ella tenga que decir. Evidentemente, si tomamos esta composición como una alegoría, tal como la entiende Gadamer, lo primero que pensamos es que Cage nos está tomando el pelo, simple y llanamente. La obra parece no decirnos nada, ningún sentimiento de amor o alegría, ni siquiera nos transporta a otro mundo y, por supuesto, no nos hace olvidar el presente rutinario de lo cotidiano. Todo lo contrario, sentimos la incomunicación más absoluta, similar a cuando hablamos con la pared.
Por el contrario, Gadamer entiende que la obra de arte, y 4´33´´ ha pasado a la historia como eso, tiene carácter simbólico, no de alegoría. Para él, el símbolo se representa como un fragmento de Ser que promete complementar en un modo íntegro al que se corresponda con él. En otras palabras, la obra de arte, entendida como símbolo, nos muestra de una manera parcial su sentido, un sentido que, en nuestro papel de oyentes, debemos necesariamente completar.
Pero lo anterior exige esfuerzo, mucho más cuando lo que se nos presenta ante nuestros ojos o nuestros oidos es algo nuevo, nunca jamás escrito ni escuchado. Es así como la indignación inicial, poco a poco, se va conviertiendo en duda, en esa tensión propia a la que nos sometemos cuando nos enfrentamos al juego. Desde este punto de vista podemos encontrar sentido a 4´33´´ como obra de arte.
En cierto modo, lo concreto de esta obra, el silencio de la orquesta, los gestos del director, los rumores y los sonidos del público, etc... no es lo que se experimenta realmente, sino la totalidad del mundo experimentable y de la posición ontológica del hombre en el mundo, y también, precisamente, su finitud frente a la trascendencia. Es decir, lo importante no son los sonidos que configuran la obra, sino la situación del hombre en el mundo, su sentido, un sentido del que la obra es fiel reflejo. En este momento ya creemos escuchar al compositor, creemos acercarnos al sentido de la obra, y nos encontramos al hombre descentrado postmoderno, a ese público que es capaz de consumir todo lo que le echen con el único pretexto de que está a la moda. El propio compositor, con 4´33´´, ha tratado, y bien que lo ha conseguido, de poner un espejo delante nuestro, incluso delante de él mismo, un espejo donde se pueda mirar la misma sociedad, y en la que podemos ver, con toda crudeza, algunas de nuestras miserias y sinsentidos.
Para terminar, y sólo a modo de ilustración, concluyo con unas palabras de Nietzsche, sacadas del libro Friederich Nietzsche; Estética y teoría de las artes, que creo que vienen a rematar todo lo dicho: Cervantes hubiera podido luchar contra la Inquisición, pero prefirió ridiculizar a sus víctimas, es decir, a los herejes e idealistas de todo tipo. Después de una vida llena de infortunios y calamidades todavía le quedaron ganas de arremeter literariamente contra una tendencia equivocada del gusto del lector español; lucho contra las novelas de caballería. Inadvertidamente, este ataque acabó convirtiéndose, entre sus manos, en la ironización más general de todas las espiraciones elevadas: hizo reír a toda España, incluidos todos los necios, y se creyó sabio; es un hecho que ningún libro ha hecho reír tanto como Don Quijote. Gracias a semejante éxito, Cervantes forma parte de la decadencia de la cultura española, es una desgracia nacional.
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