La música, como arte de los sonidos, ha mostrado, o muestra, muchas facetas que, a lo largo de la historia, unas veces salen a la luz y otras se ocultan. Melodía, armonía, ritmo, timbre, si me permitís tal generalización, son aspectos que, ostinadamente, han tenido en alguna que otra época su momento de gloria. En esos momentos, una faceta particular parece oscurecer a las demás. En este sentido, una vez consumado el momento de la armonía que dominó brillantemente todo el clasicismo con Mozart a la cabeza, el siglo XIX, poco a poco, iría encumbrando al timbre. Se empieza a hablar con insistencia de la capacidad expresiva de cada uno de los instrumentos, de sus cualidades. Se buscan nuevos timbres, ya por ampliación de la tesitura de los ya usuales -clarinete/clarinete bajo, oboe-corno inglés, etc, ya por la utilización de nuevos instrumentos musicales, sean inventados -saxofón- o pertenecientes a otras culturas ajenas a la occidental.
Por tanto, la instrumentación pasa a ser un elemento cada vez más decisivo en las composiciones. Se habla de los avances en materia de instrumentación de Berlioz con la utilización de nuevos timbres en la orquesta, también del impresionismo, donde la propia armonía olvida su funcionalidad armónica, valga la redundancia, en busca de nuevos modos -¿tímbricos?- de darse a conocer. Todos estos cambios son decisivos a la hora de entender la problemática actual que plantean los arreglos musicales. El compositor comienza a componer pensando ya en los instrumentos. Cada melodía, cada acorde, lleva implícito un solista o grupo instrumental. En este contexto, ¿es posible arreglar determinadas composiciones que han sido compuestas para un grupo instrumental concreto?
En mi opinión, es un problema muy parecido al de la interpretación histórica. En este sentido, Nietzsche se preguntaba los siguiente: ¿Se deber dar a los músicos modernos el derecho de animar más las obras antiguas? Sí, puesto que sólo si les damos nuestra alma, siguen viviendo. Quien conoce la música dramática inspirada -entiéndase romántica- interpretará a Bach absolutamente de otra manera, involuntariamente (Friedrich Nietzsche, Estética y Teoría de las artes, Tecnos/Alianza, Madrid, 2004, pg. 207).
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