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En torno a... "La deshumanización del arte" de José Ortega y Gasset... 1


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Advierte nuestro Ortega que la esencia del nuevo arte es su impopularidad. Más aún, no es que no guste el nuevo arte, dice, es que no se entiende. Eso implica que cierto tipo de arte va dirigido a una minoría, los entendidos, mientras que a la mayoría se le está negado. Este hecho no es nuevo, me refiero al hecho de que cierto arte esté destinado a una minoría y, en cierto modo, vedado, a la gran masa. Si pensamos en el canto gregoriano, en su momento histórico era una música exclusiva, era un arte exclusivo de unos pocos, vedado a los más. Este hecho, la impopularidad del nuevo arte, un hecho de carácter sociológico según Ortega, implica una tendencia a emerger de nuevas formas artísticas, y más aún, la reacción ante el arte del pasado más reciente, que en este caso que le ocupa de nuestro autor es el de todo el Romanticismo, y que es caracterizado por Ortega como un arte dirigido a las masas, un arte en el que las masas imponen sus gustos, su hegemonía.

No es de extrañar, y por lo que hemos visto en el capítulo dedicado a su España invertebrada, que Ortega vea con buenos ojos este nuevo arte1. Como él dice, “se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares”2. Y es que el Romanticismo, como culminación de un proceso de “plebeyización” de la sociedad, encumbró el “arte de masas”, arte de masas que no es más que el reflejo de la enfermedad de Europa, de su malestar, que solo puede curarse con una “salvadora escisión”.

Un arte impopular es un arte para unos pocos, que no es comprensible, ni comprendido, por la mayoría. Pero, ¿en qué consiste ese entendimiento, esa comprensión artística? Evidentemente, cuando hablamos de estética, nos referimos al goce, al disfrute en el que el observador se sumerge cuando contempla una obra artística. Y es en este momento cuando nuestro Ortega traza las diferencias entre dos tipos de goce, el estético y el de la vida cotidiana.

Cuando hablamos del goce de la cotidianeidad nos referimos al placer que obtenemos, por ejemplo, cuando compartimos momentos con nuestros hijos, cuando saciamos nuestra hambre con una sabrosa manzana, etc. En este tipo de goce, nuestra relación con el objeto que lo provoca es directa, como el efecto del alcohol en nuestra sangre cuando nos bebemos una copa, es decir, no necesitamos acomodar nuestros sentidos, poner en marcha nuestra maquinaria intelectual, no tengo que pensar en que esos niños, con los que estoy jugando, son mis hijos, no pido ningún certificado de paternidad ni nada por el estilo. Lo que vemos es real. Por lo contrario, el goce estético supone cierto movimiento hacia la irrealidad desde la vida cotidiana. El goce estético en cierto modo necesita “deshacerse” de la realidad, de transcenderla. En cualquier caso, ese transcender no implica una huída de la realidad, no significa divisar ningún más allá, o más acá, lo que se transciende es la propia realidad humana, es decir, que se sobrepone, que se da en forma de irrealidad, en una forma artística.

Por tanto, para Ortega, el goce estético no es “una actitud espiritual diversa en esencia de la que habitualmente adopta en el resto de su vida”3. La esencia del goce estético está, pues, sobre la base de la pasiones o sentimientos profundamente humanos. Esta, podríamos decir, sería la base, la materia sobre la que se construye, se crea, emerge, una obra artística. Pero hay un elemento decisivo por el cual ese sentimiento, esas pasiones, son consideradas desde el punto de vista artístico, estético, y no desde el punto de vista real. Ortega habla de “acomodación” de nuestros aparatos sensitivos. El ojo se acomoda al cuadro, en el caso de la pintura, el oído se acomoda a los sonidos musicales, etc. Para ello necesita introducir una especie de ruptura, de límite en la propia obra de arte. Ese límite, en el caso de la pintura, es el cuadro, y en el caso de la música orquestal es el escenario, el auditorio. Este elemento material lleva a cabo ese salto ontológico, el paso de la realidad a la irrealidad, es decir, el salto de considerar lo que hay dentro del cuadro como algo irreal, como un objeto estético, y no como expresión de algo real.

Efectivamente, este salto es indispensable, pero tampoco nos aporta mucho en relación al goce estético, es decir, no es suficiente. Es muy claro que la gran mayoría de las personas que se acercan a un cuadro, o asisten a una representación teatral, saben que todo lo que sucede en ese “marco”, todo lo que sucede en el escenario, es irreal y que remite a un contenido real. La acomodación de los aparatos sensitivos supone, más allá del marco, lo que define Ortega como el “cambio de perspectiva”, o sea, cambiar la perspectiva habitual, la que utilizamos en la vida cotidiana, y ese cambio de perspectiva se lleva a cabo invirtiendo su jerarquía. Así, lo que consideramos más importante en nuestra cotidianeidad se nos aparece como accesorio en la perspectiva estética, y lo contrario, lo que no es importante en nuestro día a día se convierte en decisivo en el goce estético.

Y aquí Ortega pone como ejemplo a Beethoven. Según él, Beethoven procedió de manera no artística. Si tomamos la sinfonía nº 6 “Pastoral”, el objetivo del gran maestro sería el de ilustrarnos de forma realista una escena campestre cualquiera, es decir, que más allá de las herramientas utilizadas, y nos referimos a los sonidos, escalas, instrumentación y demás, su objetivo era dar una imagen verídica de esa escena cotidiana. Y es por ello que no necesita de esa “exigencia” por parte del espectador de acomodar los órganos sensitivos, de esforzarse por gozar la obra artísticamente. El espectador goza de ella “realísticamente”, si se me permite la palabra, no implica un cambio de perspectiva, tal como hemos dicho más arriba.

1Aquí debemos anotar que ese “ver con buenos ojos el nuevo arte” no tiene el sentido de “gustar”, es decir, el de decir que me gusta el impresionismo porque es lo nuevo y me disgusta el realismo porque es lo viejo. Ortega no se mete en esas disquisiciones. De lo que se trata, para Ortega, es de descubrir las fuerzas que hacen posible cierta tendencialidad estética, en este caso, el fenómeno de la nuevo arte en Europa a principios del siglo XX.
2Ortega y Gasset, José, La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, Madrid: Espasa Calpe, 1993. Pág. 51.
3Ibíd. Pág. 52.

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