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En torno a... "La deshumanización del arte" de Ortega y Gasset... 3


3.

Concretando un poco más todo lo anterior, uno de las herramientas deshumanizadoras más importantes es la metáfora. La importancia de la metáfora se inscribe en su capacidad creadora, por ello es considerada por Ortega como la potencia más fértil del hombre. La metáfora sería el recurso que nos hace saltar de la libertad formal a la libertad efectiva. En palabras de Ortega, “todas las demás potencias nos mantienen inscritos dentro de lo real, de lo que ya es. Lo más que podemos hacer es sumar o restar unas cosas de otras. Sólo la metáfora nos facilita la evasión y crea entre las cosas reales arrecifes imaginarios”1.

Quizás podamos seguir un poco más allá que Ortega e imaginar la otra fuerza que hace posible el moverse en la realidad. Ernesto Laclau2, siguiendo los trabajos de Jakobson en relación al lenguaje, señala que la metonimia y a la metáfora son figuras que actúan como dimensiones fundamentales en todo proceso lingüístico. La metonimia se referiría a la capacidad de combinar elementos lingüísticos en la rige una relación de contigüidad, mientras que la metáfora, tal como hemos expuesto antes, se corresponde con la capacidad de sustituir unos elementos por otros en la que rige una relación de analogía. Estas dimensiones, lejos de ser de naturaleza diferente, tienden a solaparse una a otra, son las dimensiones de un mismo proceso. Tal como apunta Laclau:

Se puede decir que la metáfora es el telos de la metonimia, el momento en que la transgresión de las reglas de combinación ha alcanzado su punto de no retorno: una nueva entidad que ha nacido nos hace olvidar las prácticas transgresivas en que se basa3.

Lo que nos interesa ver es que sin ese proceso de transgresión metonímico -lo que venimos llamando como el proceso de “plebeyización” del arte-, el momento creativo no puede emerger, no tiene la fuerza suficiente para salir a la luz. Por lo tanto, metáfora y metonímia no son diferentes una de otra, sino que son sendas polarizaciones de una misma realidad. Utilizando la terminología de Lupasco, nos estaríamos refiriendo al “principio de antagonismo” descrito en su Tres materias4.

Para ilustrar la relación entre metonimia y metáfora tomemos un ejemplo relacionado con el trabajo que tenemos entre manos, nos referimos a la utilización de elementos folklóricos en las grandes formas de la música culta. Por las circunstancias que hemos venido comentando, la España del siglo XIX tenía cerradas las puertas de las grandes corrientes musicales europeas, a las grandes escuelas nacionales. Ni tenía infraestructuras suficientes ni tampoco parecían irrumpir compositores de valía. Ante esa circunstancia, sería el folklore la única fuerza capaz de tratar de resolver esas dificultades. En un principio, que el folklore, el elemento popular, sea el encargado de resolver esas dificultades podría resultar un tanto irónico. Podemos preguntarnos el cómo un elemento de carácter tan particular puede llegar a ser capaz de aglutinar toda esa fuerza necesaria para levantar un “edificio musical”, una gran estilo a nivel global, es decir, poder crear una gran escuela nacional. Efectivamente, la aparición del “folklore” tiene un carácter contingente, surge, o más bien emerge, en un medio y circunstancias concretas que dan lugar a esa emergencia, sin duda nos referimos al paisaje del nacionalismo. Pero con el emerger no basta. Para que lo contingente pueda pasar a ser algo necesario, todo ese emerger debe darse en un largo periodo de tiempo. Es en ese darse, en nuestro caso, la continua utilización de elementos folklóricos por nuestros compositores decimonónicos –sobre todo a partir de la segunda mitad de siglo-, unido a los amplios y vehementes debates sobre el tema del folklore5, terminaría por acostumbrarnos a esa emergencia y tendería a hacernos pensar que la utilización del folklore es un elemento fundamental para la creación de un gran estilo, de un nuevo gran estilo. El folklore, por tanto, pasa de ser contingente a ser necesario. Es el momento en el que la relación de contigüidad –metonimia-, o sea, la capacidad para utilizar diferentes elementos en una composición musical, en este caso los elementos folklóricos, pasa a ser una relación de analogía –metáfora-, en la que el folklore se convierte en el elemento conformador de toda composición musical que se precie6.

Aquí no me resisto a traer a escena uno de los recuerdos de Joaquín Turina de su estancia Parisina que, por lo dicho en los anteriores párrafos, puede adquirir una significación interesante. Se refiere a una cariñosa advertencia que le hace Albéniz en el mismo París. Si tanto Falla como Albéniz se formaron musicalmente en el ambiente del París del movimiento modernista y renovador, Turina fue a estudiar a la Scola Cantorum, bajo la tutela de Vincent D'Indy, de la escuela de César Franck, el llamado wagneriano francés. La Scola Cantorum representaba el mundo musical conservador, de influencia wagneriana, claramente romántica, que, aunque perdía influencia a pasos agigantados, mantenía cierto prestigio. No es de extrañar que las primeras obras parisinas de Turina sufrieran del influjo de sus maestros franceses, fueran, en definitiva, obras románticas. Pero Albéniz le previno: “Ese quinteto franquiano se va a editar. Lo hago cuestión de gabinete. Pero usted me da su palabra de no escribir más música de esta clase. Tiene que fundamentar su arte en el canto popular español, o andaluz, puesto que es usted sevillano”7. Turina, por supuesto, tomó el camino del folklore, camino que ya habían tomado sus paisanos.

Esta anecdota puede decir mucho o no decir nada, pero si la tomamos a partir de todo lo dicho anteriormente, podemos constatar que Albéniz, cuando se refiere al canto popular español, lo hace desde el punto de vista metafórico, no metonímico, y más aún cuando lo que trata de hacer ver a Turina es que esta nueva forma de proceder debe romper con la música de “esa clase”, a la que viene de la tradición germana, la que ha hegemonizado el mundo de la música desde el clasicismo vienés de los Haynd, Mozart y Beethoven. 
 
1Ibíd. Pág. 74.
2Cfr. Laclau, Ernesto, Los fundamentos retóricos de la sociedad, Buenos Aires: FCE, 2014.
3 Ibíd. Pág. 79.
4 Cfr. Lupasco, Sthephan, Tres materias, (*)
5 De nuevo nos remitimos al manifiesto pedrelliano Por nuestra música, citado al principio del trabajo.
6Todo este ejemplo desarrolla las ideas que hemos expuesto en relación al folklore como un elemento protonacionalista.

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