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En torno a... "La deshumanización del arte" de Ortega y Gasset... y 5


5.

¿Por qué ese interés del nuevo arte en deshumanizar? ¿Por qué esa tendencia en la sociedad de principios del siglo XX? Buena parte de lo que he llamado deshumanización y asco a las formas vivas proviene de esta antipatía a la interpretación tradicional de las realidades”1, dice Ortega. Y una antipatía hacia la tradición significa que ésta ya no da cuenta de las necesidades de las personas que viven en la “rabiosa actualidad” del presente. Es en ese momento cuando se abre lo que yo vengo en llamar “momento de verdad”. Es el momento en el que se crea un vacío cultural que, como todo vacío, tiende a ser rellenado. Es el momento en el que se abren las puertas a las novedades, novedades que entran por todos los sitios. Y, cómo no, las novedades en aquel tiempo venían de la mano de las culturas exóticas, de las culturas lejanas2. Para Ortega, “lo que le complace [al nuevo artista] de estas obras primigenias es -más que ellas mismas- su ingenuidad, esto es, la ausencia de una tradición que aún no se haya formado”3. Y podemos sugerir nosotros, por extensión, que sobre todo lo que le atrae es la necesidad de nuevas “materias primas” pertenecientes a culturas que, desde el punto de vista tecnológico, no se pueden defender, no se pueden imponer ante los ataques de “culturas más poderosas”. Podríamos hablar por tanto de imperialismo cultural, cuyo reflejo, en el caso del arte, sería el París de entre siglos, pero esto ya es otro tema.
No hay, por tanto, que escatimar la importancia que tuvo en nuestros compositores ese París de entresiglos, nos referimos a la Francia perdedora de la guerra franco-prusiana, que rompe completamente con todo lo germano (el wagnerianismo, que evidentemente mantenía también su influencia en Francia). Sin duda, éstos aprovecharon el momento en el que Francia se abrió a otras culturas de mano de Impresionismo. Aquí, como no puede ser de otra manera, se dieron dos circunstancias decisivas, por una lado, la necesidad subjetiva que desarrollaron los compositores españoles en su travesía decimonónica de buscarse “la vida” en otro lugar, es decir, la necesidad de adquirir las competencias suficientes para poder deslumbrar como compositores a nivel internacional, y por otro, que Francia diera lugar a ello abriendo las puertas a otras culturas exóticas, y España así lo era a ojos franceses, y las abrió de tal manera que nuestros compositores pudieran ir, aprender, y a la vez, no perder esa identidad propia, suya.
Esa negación de la tradición más cercana, podríamos decir, y esa vuelta a lo más exótico, tanto en la lejanía temporal como espacial, supone cierto hartazgo, un reconocer que uno ya no es capaz de obviar los problemas de nuestra sociedad. En palabras de Ortega, el “odio al arte no puede surgir sino donde domina también odio a la ciencia, odio al Estado, odio, en suma, a la cultura toda”4. Los problemas del capitalismo que afloraban con tanto dramatismo en aquella época ya no se podían esquivar, y es posible afirmar, con cierta ironía, que el arte no sería más que una manera “torera” de salir de ese atolladero.
Pero siguiendo con Ortega, “la primera consecuencia del retraimiento del arte sobre sí mismo es quitar a éste todo patetismo”5. Aquí nos situamos en el contexto unamuniano del sentimiento trágico de la vida, y más concretamente en la relación entre la tragedia y la comedia, la fe y la razón, lo espiritual y lo material, o con las categorías que venimos utilizando, la relación entre disposicionalidad y repertorialidad. Frente a ese aspecto trágico de la vida del hombre emerge lo cómico. Y como en el romanticismo lo trágico, lo disposicional, ha hegemonizado la estética en todos los sentidos y niveles, lo cómico, lo repertorial, irrumpe en el nuevo arte con toda su fuerza, de tal manera que “sea cual fuere el contenido, el arte mismo se hace broma”6. Aquí, lo que se pone encima de la mesa es, por tanto, los modos necesario y contingente, y de la manera en que se tramen surgirán las diferentes formas artísticas del momento, eso sí, formas vaciadas de toda trascendencia.
Y de lo que trata la intrascendencia del arte es de la negativa a ir más allá de sus fines, más aún, sobre todo despojarse de los fines éticos. En los mismos términos se refería Nietzsche:
Cuando del arte se ha excluido la finalidad de predicar moral y de mejorar al hombre, no se sigue de ello todavía, ni de lejos, que el arte en cuanto tal carezca de finalidad, de meta, de sentido, en suma, no se sigue l´art pour l´art –un gusano que se muerde la cola-. <<¡Es preferible ninguna finalidad a una finalidad moral!>> -así habla la mera pasión7.
Esa intrascendencia, por tanto, “no consiste en otra cosa sino en haber el arte cambiado su colocación en la jerarquía de las preocupaciones o intereses humanos”8. Quizás sea eso precisamente lo que Falla le reprochaba a Bergamín, esa persona comprometida con su momento. Pero tampoco sin ese compromiso bergaminiano no es posible esa otra nueva jerarquía que de inicio al nuevo juego. Hablamos del sentimiento trágico de la vida, que diría Unamuno.
1 Ortega y Gasset, José, Op. Cit. Pág. 84.
2 Las exposiciones universales decimonónicas vienen a colmar esa necesidad vital de apertura hacia lo Otro. Pero hablamos de una apertura sesgada en el sentido de que, por un lado, se exponían los grandes logros científico-tecnológicos de los grandes países industrializados, y por otro, se ocultaba los efectos negativos de esa industrialización en los países colonizados a través de la exposición “exótica” de su cultura. Pero más allá de esto, sin duda, todo ese exotismo fue utilizado por los nuevos artistas para superar las “contradicciones” en las que se hayaba sumergida ya la tradición clásico-romántica. Se conoce la profunda impresión que causó en Debussy la música javanesa de gamelan que escuchó en la exposición universal de París en 1889.
3 Ibíd. Pág. 84.
4 Ibíd. Pág. 84.
5 Ibíd. Pág. 86.
6 Ibíd. Pág. 86.
7 Nietzsche, Friedrich, Crepúsculo de los ídolos, Madrid: Alianza editorial, 1992. Pág. 102.
8 Ortega y Gasset, José, Op. Cit. Pág. 90.

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
El arte por el arte, buscando su máxima pureza y alejándose de cualquier contenido pedagógico y terapéutico para la moral y la ética de la persona, roza la utopía.
rafaballes ha dicho que…
Utopía... que palabra más bonita... L'art pour l'art fue una reacción frente a los excesos romanticos: el romanticismo quiso hacer que el arte expresara aquello que no es posible expresar, ideas éticas sobre todo (grandeza de un pueblo, etc..., muy relacionadas con el nacionalismo)... éstica, estética, pertenencen a órdenes distintos, o sea, mantienen sus legalidades, aunque, como no, están relacionados, o sea se encarnan en un mismo sujeto, en el hombre. Lo importante es no descuidar esa relación en dos sentidos: por una parte, para que ninguna categoría de un orden trate explicar (hegemonizar) otro orden distinto, y por otro lado, en qué medida cada una de las categorías están mediadas con respecto a las categorías de otro orden. Quiero decir, que hacer arte, el que sea, es un acto ético en la medida de que involucra, por lo menos, a varios sujetos, sujetos que se tienen que entender, pero el cómo ese arte influye en esos sujetos sólo puede ser explicado por categorías estéticas, no éticas. El romanticismo, por lo menos eso se pensaba a principios del siglo XX, había tratado de explicar éticamente algo que pertenecía, de suyo, al ámbito estético, había tratado, en definitiva, de ver en el arte el vehículo perfecto para la expresión de determinadas ideas éticas.

Gracias Pepe por tu comentario.
José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Gracias a ti. Un abrazo!

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