La corriente marxista que se desarrolló en la parte occidental del muro de Berlín, sobre todo en Francia, también se atrevió a discutir los cánones del realismo socialista imperante en la URSS y en los países del Este. En líneas generales, su crítica se centrará en la superación del dogmatismo y la burocratización en la que se había anclado la estética socialista del bloque del Este. En cierto modo, los pensadores marxistas occidentales trataron de romper -eso sí, en continuo diálogo con sus compañeros del Este- esa frontera representada simbólicamente por el muro de Berlín. Esto no significó nunca la deslealtad ante los principios marxistas sino una reorientación o vivificación de éstos ante el rumbo que había tomado el realismo en los años de la guerra fría.
Según Sartre, para que el diálogo entre los marxistas del Oeste y del Este se pueda producir, es necesario obviar el concepto de decadencia tan utilizado por teóricos marxistas como Lukács. Ciertamente, la oposición lukacsiana entre realismo socialista y vanguardia, entendida como antirrealismo, está en el centro de las críticas de sus compañeros occidentales. Decir que Kafka o Joice son decadentes significa, en palabras de Sartre, la condena de nuestro pasado -de los hombres de izquierda occidentales- y la negación de todo nuestro aporte a la discusión – o sea, al debate sobre una estética marxista1. Rechazar, por lo tanto, el concepto de decadencia significa la posibilidad de una puesta en contacto con otra cultura de izquierda. Otro tema, distinto, es si la propuesta lukacsiana en torno al realismo y la vanguardia (léase http://ballesterror.blogspot.com/2010/06/sinfonia-n-11-de-dimitri-shostakovich-y.html) es tan partidista como parecen entenderla sus compañeros occidentales.
En cualquier caso, y ahondando en la critica al dogmatismo stalinista, en palabras de Garaudy, ni la realidad ni el realismo pueden ser definidos de manera rígida. El realismo carece de límites porque su desarrollo no tiene término, como tampoco lo tiene el desarrollo de la realidad del hombre2. Y es que la realidad, recordando las ideas de Brecht, se puede mostrar de diferentes maneras, por lo tanto, los caminos del realismo son amplios y diversos. Como diría Aragon, hablamos pues de: un realismo abierto, no académico, no rígido, susceptible de evolución, que se ocupe de los hechos nuevos y no se conforme con los que han sido ya ampliamente manipulados, pulidos, digeridos; que no se conforme con reducir las dificultades a un común denominador ni con introducir el acontecimiento en un orden establecido, sino que sepa tomar de aquél sus aspecto primordiales; que ayude a cambiar el mundo, que no sirva para consolarnos sino para despertarnos y que a veces, por eso mismo, nos fastidie3.
Para Garaudy, el gran problema en el que había incurrido la estética oficial de la URSS es entender la estética como una teoría del conocimiento, es decir, considerar el arte como un reflejo mediante el cual conocemos la realidad que nos rodea y, además, nos muestra el camino que debemos tomar. Para él, el arte es, ante todo una creación del hombre en la que el hombre mismo se transforma. En este sentido, hay que poner en un primer plano el carácter ontológico del arte, o sea, las condiciones propias de la creación artística y el nivel específico en el cual se inserta la lucha contra toda manifestación artística que se elabore sin referencias a la realidad y sin conciencia de la responsabilidad del artista respecto de la realidad que le ha tocado vivir. En este sentido, el realismo socialista no es un método, sino una actitud, una forma de presencia en el mundo que se apoya en la convicción de que el mundo existía antes de mí y existirá cuando se haya borrado de mi memoria4. Es por esto que toda técnica artística no se puede limitar a expresar una única visión del mundo. Ningún procedimiento artístico se corresponde con una determinada ideología. En este sentido, como dice Gisselbrecht, los caminos del realismo son amplios y diversos5.
También para Louis Aragon el problema del realismo socialista consiste en el dogmatismo stalinista. Éste asume el monopolio del realismo, en cierto modo cierra filas ante los ataques antirrealistas que se suceden al otro lado del muro, o sea, de la cultura, como el dice, de los “tarzanes” y “supermanes” que se desarrolla en el mundo occidental, el modelo de arte que ha surgido en los Estados Unidos. Es por ellos que Aragon señale que el realismo es un navío atacado y abordado a hachazos desde babor y estribor. El pirata de la derecha grita: ¡muera el realismo! Y el de la izquierda: ¡El realismo soy yo!6. Pero estos dos bloques enfrentados mantienen varias cosas en común: en primer lugar, tienden a dar al arte una función pedagógica elemental. El arte, no se encuentra ni debe ocupar ese lugar. Esta utilización del arte desfigura los hechos, toma los deseos por realidades. La consecuencia es que ambas opciones no tienen más remedio que oponerse a una concepción abierta del arte.
Así, cualquier intento por marcar límites formales al realismo lo único que consigue es arrojar al arte a la miseria artística ya que se produce una estrechamiento considerable del campo expresivo. Es pues que la definición de vanguardia de Lukács, entendida como decadencia, como falta de perspectiva, como subjetivismo patológico, como carencia de historia, que va unida a determinadas técnicas artísticas como el monólogo interior, disociación del elementos, distanciamiento, disonancia, atonalidad, etc., impone unos límites formales al arte que terminan estrangulando la propia vida, la propia creatividad del artista. Gisselbrecht entiende que si la realidad muestra una sociedad en declinación, un gran artista no puede eludir un testimonio de esa declinación7, porque en el arte de la decadencia podemos encontrar una crítica feroz a la propia decadencia.
1AA.VV. Estética y marxismo, Planeta, Barcelona, 1986, p. 61.
2Ibidem. p. 15.
3Ibidem. p. 53.
4Ibidem. p. 23.
5Ibidem, p. 33.
6Ibidem, p. 50.
7Ibidem, p. 29.
Comentarios
Al final pasa lo de siempre: me miro a los pies y veo que tengo las botas puestas, pues ADELANTE.