
Y es que, desde Europa, se escucha voces que ponen en duda las aportaciones de España en el proyecto común ilustrado: ¿qué es lo que ha hecho España por la modenidad? Pregunta que resonará en nuestros intelectuales que, o bien aferrándose a nuestro pasado glorioso o bien volviéndose ciegamente a lo foráneo, tratarán de resolver esta aporía con el ansia, en todos los casos, de recuperar el esplendor de otros tiempos y que en esos momentos parece perdido.
De modo general, el problema de España bascula en torno a dos propuestas que ocupan polos opuestos, una de carácter conservador y tradicionalista que quiso recuperar la grandeza del pensamiento medieval español, el escolástico, que tanta relevancia y hegemonía tuvo en Europa en su época. Pero esa recuperación se debía hacer por el lado más dogmático de la escolástica, ese en el que las verdades reveladas debían de ser asumidas por el principio de autoridad. Esta corriente conservadora consideraba que la decadencia de España vino de la mano de una relajación en la adopción de estos valores o verdades encarnadas en los principios de la iglesia católica. Así, el catolicismo, y su defensa a ultranza, fue el precursor del esplendor español en otras épocas y que había, por tanto, que recuperar a toda costa.
Frente a esta corriente, y en el otro extremo, se encontraba la propuesta fundamentalmente liberal, más abierta a Europa y a las corrientes de pensamiento que estimularon el desarrollo de la modernidad y, en especial, el krausismo. Para esta corriente, el problema de España no consiste en una simple pérdida de valores sino en la ausencia de estos debido a la cerrazón o hermetismo de la sociedad española de siglos atrás, representada por el catolicismo oficial y dogmático que cerró las puertas a todo lo que viniera de Europa que no comulgara con la fe cristiana. Para los pensadores encuadrados en esta corriente, España adolecía de una ciencia, de un arte, de una estética, de una cultura propia que estuviera al nivel de la europea. En este sentido, resaltan la inexistencia en los últimos tres siglos de corrientes filosóficas dignas de mención y la importancia, por tanto, de abrirse a Europa desembarazándose de eso dogmático poder de la Iglesia y comenzar a desarrollar una cultura, un ciencia, que mirase más allá de los Pirineos.
Como con otros, Menéndez Pelayo se encontró, sin querer, en medio de estas disputas. En él confluían los dos aspectos, las dos banderas, que enarbolaban los dos bandos, un fiel catolicismo ("soy católico a machamartillo") y su capacidad para abrirse a las nuevas corrientes, ya sean de fuera como de dentro. Para él, España si ha desarrollado una ciencia propia, si bien de carácter distinto a la desarrollada en el resto de Europa. su trabajo, pues, se centró en sacar a la luz y poner en valor ese carácter distintivo de las aportaciones españolas a la modernidad. Ciertamente, España no desarrolló ningún sistema filosófico digno de mención. ni aportó nada decisivo en cuanto al desarrollo tecnológico, verdadero eje de la modernidad, pero si encumbró otras formas de pensamiento que parecen diluidas en nuestra literatura, nuestra estética, y que Menéndez Pelayo resume como el Idealismo Realista que viene caracterizado por:
Como con otros, Menéndez Pelayo se encontró, sin querer, en medio de estas disputas. En él confluían los dos aspectos, las dos banderas, que enarbolaban los dos bandos, un fiel catolicismo ("soy católico a machamartillo") y su capacidad para abrirse a las nuevas corrientes, ya sean de fuera como de dentro. Para él, España si ha desarrollado una ciencia propia, si bien de carácter distinto a la desarrollada en el resto de Europa. su trabajo, pues, se centró en sacar a la luz y poner en valor ese carácter distintivo de las aportaciones españolas a la modernidad. Ciertamente, España no desarrolló ningún sistema filosófico digno de mención. ni aportó nada decisivo en cuanto al desarrollo tecnológico, verdadero eje de la modernidad, pero si encumbró otras formas de pensamiento que parecen diluidas en nuestra literatura, nuestra estética, y que Menéndez Pelayo resume como el Idealismo Realista que viene caracterizado por:
- Una profunda fe en Dios y, con ella, en su mundo creado, que conlleva:
- Un amor a la libertad del hombre como manifestación del poder de Dios.
- Y una profunda pregnancia ética y moral.
- Lo que pone en juego el pensamiento español es un modo de vida, una praxis, un pensamiento que no queda hipotecado por ningún mundo de las ideas.
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