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Lo relacional frente a lo relativo

Iniciamos el camino asumiendo el carácter co-construído de nuestro conocimiento y de nuestra sensibilidad. Ese carácter remite a lo que a cada comunidad le parece justo y bello y, ciertamente, lo es para ella mientras tenga el poder de legislarlo, de determinar que es lo justo y lo bello. La relacionalidad se refiere a la capacidad de dar algo por justo que se ratifica siempre y cuando podamos fundar, crear, costumbres y leyes. Esta capacidad para crear, para instaurar nuevas leyes, nuevas normas, es lo que podríamos llamar el carácter instituyente de la relacionalidad. Lo instituyente remite a las capacidades o competencias que tengamos para la creación de diferentes poéticas, entendidas como modos de hacer. Así, algo es bello cuando se cumple ese modo de hacer.

Por tanto, el principio de no contradicción aristotélico tendrá vigencia únicamente bajo una misma relación. Entre relaciones diferentes no es posible hablar de contradicción. Así, lo contradictorio consistirá en afirmar y negar simultáneamente bajo una misma relación, y no se podrá aplicar cuando hablemos de relaciones diferentes. Es así  que podemos tener tantas verdades como relaciones seamos capaces de establecer.

Pero, ¿lo relacional es una especie de relativismo? Veamos la diferencia. Lo relacional es lo que posee una estructura de relación y lo relacionado es, por lo tanto, autónomo, porque forma un conjunto. Mientras que lo relativo pone en relación lo distinto y por tanto es heterónomo, digamos que no conforma una unidad. Por tanto, hay que entender que lo que sucede en el ámbito de lo relacional tiene carácter absoluto, no relativo.

Pero apliquemos estos conceptos a la música. Parece no haber duda en que la música actual nos asalta en una pluralidad de relaciones posibles. Nuestra sensibilidad está acostumbrada a encontranse con muchas maneras de hacer música, muchas poéticas, variopintos modos de musicar, muchas veces contrapuestos. Será la globalización, que se dice. Pensemos en la técnica del clarinetista de jazz en contraposición a la del clarinetista, si se me permite, clásico. Evidentemente, cada uno toca bien en su contexto, en su poética. Pero sus modos son diferentes. ¿Es lógico, por tanto, evaluar si el sonido del clarinetista de orquesta es bueno, o malo, desde la poética del jazz? Ciertamente no. Y viceversa.

En el mundo del arte, y ante la avalancha de poéticas, no hay mucho problema. Cada uno puede elegir el que ver, oir y palpar. Incluso si bien puedes ser aficionado a varios estilos, difícilmente podrás abarcarlos todos. Recuerdo que en el libro de Rober Craft, CONVERSACIONES CON IGOR STRAVINSKY, (Alianza música, 1991), Stravinsky se mostraba poco interesado por el jazz. No es que le resultase buena o mala música, sólo que no le interesaba. Eso no quiere decir que, como buen músico que era, no supiera sacar a relucir, de manera locuaz, las características básicas de esa música. 

Tampoco hay que descartar la posibilidad del mestizaje, posibilidad real y que remite a lo que decíamos en los primeros párrafos de esta entrada, que no es más que la capacidad para instituir nuevas leyes, nuevas relaciones. Pero, y aquí está lo interesante, debemos ser capaz de entender que no siempre podremos conseguir instituir leyes sobre lo que nos ocurra. No toda relación es susceptible de ser legislada, y por lo tanto, no todo puede ser bello. Y son muchas las cuestiones que determinan esa imposibilidad, pero intuyo que pueden resumirse en lo que hoy está de moda decir: sostenibilidad ecológica.

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