Comienza
W. T. Adorno su Teoría
Estética
(Madrid, Akal, 2003) con la siguiente frase lapidaria: Ha
llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el
arte, ni en él mismo, ni en su relación con el todo, ni siquiera su
derecho a la vida (pg.
13). La
crítica del arte parece haber asumido a
pies puntillas esta afirmación,
y parece olvidar la imperiosa necesidad de tomar partido. Lo
políticamente correcto se mueve en este ambiente de laissez
faire que
tanto le gusta al neoliberalismo económico. No es de extrañar, por
tanto, que en una sociedad dominada por las políticas neoliberales,
dichas políticas queden reflejadas en los demás aspectos de la vida
humana. No es cuestión de hacer una reducción economicista de la
realidad social a la manera de decir que el huevo fue antes de la
gallina, más bien queremos intentar relacionar los diferentes
medios, tanto económico, estético, político y ético, donde se
desenvuelve el sujeto.
Desde
el punto de vista estético, lo políticamente correcto, y por
extensión lo incorrecto, se insinúa como un movimiento vaciado de
toda funcionalidad. Así lo ha puesto de manifiesto Pérez
Reverte este domingo pasado en twitter
en relación a las declaraciones del ministro Wert sobre españolizar
a los catalanes. ¿En qué consiste ese españolizar? Hablamos de
movimientos de ida y vuelta que no tienen ninguna proyección, muy
semejantes a los juegos que se da en la naturaleza, juegos de
colores, juegos de luces, juego de las moscas, juegos de palabras...
En
este punto conviene recordar las palabras de Gadamer en relación al
juego.
En Verdad y Método I (Salamanca, Sígueme, 1977), en el punto 4
titulado “La ontología de la obra de arte y su significado
hermenéutico”, Gadamer nos habla del juego en el contexto de la
obra de arte. Para él, el juego es el
modo de ser de la propia obra de arte
(pg. 143). Poco después pasa a distinguir dos niveles o modos de
significación del término juego. Juego, en primera instancia, hace
referencia a un movimiento de vaivén que no está fijado a ningún
objeto en el cual tuviera su final
(pg. 146). En este sentido, tal como anota el propio autor, el
verdadero sujeto del juego no es con toda evidencia la subjetividad
del que desempeña también la de jugar; el sujeto es más bien el
juego mismo (pg. 147). El sujeto,
pues, en este tipo de juego sufre una especie de vaciado, de pérdida
de su propia sustancia, deja de ser El para ser el propio juego. Esto
lo vemos muy claramente en la sociedad actual en relación a los
ludópatas. Es posible, en términos analógicos, presuponer que el
político actual es una especie de ludópata, entregado, en vez de al
juego, a la política y obviando el tener que rendir cuentas a los
demás que no sean los de su casta. Y es que, como afirma Gadamer, la
estructura ordenada del juego permite al jugador abandonarse a él y
le libra del deber de la iniciativa, que es lo que constituye el
verdadero esfuerzo de la existencia
(pg. 148). En el campo del arte, y cambiamos de medio para intentar
atenuar el sesgo, el artista actual parece jugar en este nivel de
acción, en el nivel de la a-reflexividad, en el de dejarse llevar. Y
esto es motivo de disculpa para ciertos
críticos
que suponen que la aureola de misticismo que se da en ciertos autores
les exime de cualquier responsabilidad política. Entonces, ¿a qué
se deben esas desorbitadas cantidades de dinero que mueven ciertas
obras? ¿Quién maneja todo eso? Laissez
faire
se le llama. Todo esto aderezado con una falta de valentía para
pedir la pena de muerte para todo aquel que atente contra la ley. ¿No
se esconde eso detrás de la única solución concreta que pone sobre
la mesa?: Una solución sería
blindar las salas, poner cordones de seguridad a las obras para que
nadie pudiera acercarse, pero no parece la solución ideal, pues
privaría a muchos, por culpa de unos pocos, de saborear las obras
con la proximidad que requieren. ¿Cuál
sería la solución ideal? Falta de valentía se llama eso. O lo
políticamente correcto. ¿A quién quiere contentar?
En
la segunda acepción Gadamer realiza un salto ontológico. Habla
ahora del juego humano y parte, evidentemente, de lo que nos
diferencia de la naturaleza, la cultura. Porque si bien somos
conscientes de nuestra pertenencia a la naturaleza, estamos muy
alejados de poder explicar la vida humana desde un exclusivo punto de
vista biológico. Por ello, para Gadamer el juego humano requiere
su propio espacio de juego (pg. 150). ¿Qué es eso que
caracteriza al jugar humano? Cito literalmente: Pero
el jugar humano, en otro nivel, se caracteriza además porque siempre
se juega a algo. Esto quiere decir que la ordenación de movimientos
a la que se somete posee una determinación que “es elegida” por
el jugador (pg. 150).
Por tanto, lo que nos diferencia de la animalidad es haber conseguido
que determinadas acciones se movieran en un estrato diferente, el de
la reflexión, que implica la determinación de qué es lo sagrado y
qué es lo profano, qué es lo que pertenece a los dioses y qué es
de uso común.
El
pudor es el síntoma de esa diferencia entre lo sagrado y lo profano.
Pensemos en el baño. Es algo que hacemos en solitario. Es nuestro
espacio sagrado, que nos pertenece, frente a las otras cosas que
hacemos en común. Sólo en situaciones liminares, por ejemplo, en el
servicio militar, cuando todos nos bañamos juntos, lo sagrado queda
en suspenso. Pero ese es un momento provisional que nos prepara para
un salto ontológico necesario, la vida social del hombre adulto. Lo
que parece suceder en la actualidad, y esa es la tarea de lo
políticamente correcto, es el enmascaramiento de una realidad que
nos atenaza, la aniquilación de lo sagrado. Podemos decir que
vivimos en un estado liminar perpetuo mantenido por una actitud
políticamente correcta. Así, por mucho que nos vendan que somos una
democracia madura, ¡¡después de UNOS CUANTOS años de laissez
faire
a los políticos españoles!! ,
¿cómo
se te queda el cuerpo? -en relación a esto merece la pena ojear el
libro de J. M. Naredo Por
una oposición que se oponga.
Este
es el engaño al que nos sometemos diariamente y al que debemos
plantarle cara. Así, esta sociedad consumista, la del movimiento
perpetuo (nada más que pensar en las posibilidades que nos brindan
los medios de transportes y comunicación) que enmascara la pasividad
más nihilizante. Lo políticamente correcto esconde la parálisis
sistémica, la muerte de Dios, la momificación de la cultura... Esta
es la cara oculta, lo sagrado del capitalismo. Lo que no está al
alcance de los todos, lo prohibido. ¿Habrá que profanar?
Profanemos, sigamos hablando de lo políticamente correcto.
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