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De "El nombre de la rosa" al anarquismo, pasando por Juan XXII...

Guillermo de Ockham sirvió de inspiración para el personaje principal, Guillermo de Baskerville encarnado por Sean Connery , de la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa. Lo que rescato de esa película es la escena del debate sobre la pobreza de Cristo. Este debate podríamos decir que ocupa un tercer plano en la película. Supongo que en el primer plano se sitúan los asesinatos que atormentan la vida en la abadía, verdadero eje de la película y del libro, y en un segundo plano quedaría la turbulenta relación entre fray Guillermo y Bernardo Gui, que es la que da morbo y anima la posible resolución de los misteriosos asesinatos.

Desde el punto de vista histórico, ese tercer plano, la discusión sobre la pobreza de Cristo, fue real. Podemos estar seguros de que fue un tema verdaderamente desarrollado en aquella época y que Guillermo de Ockham trató con suma vehemencia enfrentándose, especialmente, al papa Juan XXII. La novela histórica suele utilizar esos recursos. Un breve dato real aderezado con la actualidad más rabiosa, sociológicamente hablando: asesinatos sin resolver, encuentros imposibles...



Lo que me interesa hoy es poner en un primer plano aquella discusión entre los franciscanos y el papado que hoy en día, tal como apunta Giorgio Agamben, ha resultado profética: la instauración del canon teológico del consumo como imposibilidad de uso.

En realidad, la discusión se centraba en el tema de la propiedad. Los franciscanos, con Guillermo de Ockham a la cabeza, sostenían que había dos tipos de usos sobre las cosas que nos brinda la naturaleza: uno es el usus iuris, el de derecho, que se mueve dentro de la esfera de la propiedad, o sea, que requiere la propiedad de la cosa, y el usus facti, el uso de hecho, que no la requiere. Con esta distinción los franciscanos querían reivindicar la altísima pobreza sin que por ello tuvieran dejar de vestirse, comer, y tener un techo en el que resguardarse.

Pero Juan XXII, adversario de la orden franciscana, decía que las cosas de consumo, como la comida, los vestidos, etc... no pueden tener un uso distinto de la propiedad, ya que ese uso se resuelve en el acto mismo del consumo. Evidentemente, cuando me como una manzana, en el momento de comérmela deja de existir. Es por tanto que la manzana, como cosa, no puede ser usada por los demás, luego o es mía, y me es licito comérmela, o es de otro, lo cual si no es con su permiso no me la podría comer salvo si cometo el delito de apropiación indebida. Así, sin querer, Juan XXII proveió el paradigma de una imposibilidad de usar que se cumplió fielmente en nuestra sociedad de consumo. El uso sólo existe en el ámbito de la propiedad, de tal manera que si no poseo no podré usar a menos que un alma caritativa me ofrezca algo.


Susyace, por lo tanto, la eterna relación entre naturaleza y hombre. Para los franciscanos, existía la posibilidad de que el individuo concreto no hiciera suya una parte de la naturaleza tal como hoy en día consideramos a la propiedad. La naturaleza sería ese Otro necesario para mi propio desarrollo personal, nunca como parte íntegra de mi Yo. No hay apropiación, por tanto, sino uso, contacto, relación. Yo me relaciono con mi entorno haciendo uso de lo que me brinda. Es por ello que Proudhon considera que tuyo y mío son expresiones de derechos personales idénticos, y aplicados a las cosas que están fuera de nosotros, indican posesión, uso, pero no propiedad. Por el contrario, para el sujeto consumista, el Yo se va llenando de cosas, de propiedades, coches, casas, ropas, que van engordando su individualidad y que refuerzan un tipo de personalidad.

Así, cuando Proudhon define la propiedad como un robo se está situando fuera de ese paradigma del usus iuris que ha terminado por ser hegemónico en nuestros días. Este hecho, esta ruptura con el paradigma impuesto, hace de la propiedad pierda su base legitimadora y, por tanto, se convierta en algo arbitrario, o sea, en un robo. Y, con respecto al anarquismo, ese salirse del camino reglado conlleva la incomprensión. Pero no se trata de negar al Estado, ni las leyes, sino deslegitimar al Estado y las leyes que se sustentan a partir de principios injustos como el de la propiedad, que niegan la posibilidad de uso, la propia relación con el entorno, con lo Otro.

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