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Básicamente
se puede entender la libertad de dos formas distintas. Por un lado,
la libertad es algo que nos pertenece por el hecho de ser seres
humanos. Así entendida, la libertad del sujeto está por encima de
todo, ya sea el Estado, la ley o cualquier tipo de institución
comunitaria. En este sentido, si para algo sirven todos estos
estamentos social-comunitarios es para salvaguardar esa misma
libertad contra los que atentan contra ella, contra la libertad de
otros sujetos.
Por
otro lado, la libertad, lejos de ser algo que nos pertenece desde que venimos al
mundo, la vamos consiguiendo según obremos, de tal manera
que si somos capaces de asumir la tradición en la que estamos
insertos conseguiremos adquirir cierta cuota de libertad. Es así que
los sujetos que mantienen una disputa constante contra el poder
establecido se sientan constantemente privados de libertad.
Estas
dos formas se caracterizan por entender la libertad como positividad,
en el sentido de que es algo que se recibe, ya sea al principio o en el desarrollo de nuestras vidas. Los nacionalismos, tanto los reales como los
imaginados, parecen bascular entre estos dos tipos de libertad. Para
los nacionalismos imaginados la libertad es algo que nos
pertenece desde el principio. En cualquier momento podemos, decidir
sobre nuestro futuro, la independencia, la autodeterminación, o como
se quiera llamar, por encima de cualquier institución, Estado o
comunidad.
Los
nacionalismos reales actúan al contrario. La libertad es algo
que se debe conseguir asumiendo las instituciones ya creadas.
Podemos llegar a acuerdos, cambiar ciertas leyes, normas, incluso
estructuras, pero lo gordo, la norma suprema que viene determinada
por la constitución, esa es intocable.
Ocioso
resaltar que los dos nacionalismos, para dar cierta sustancialidad a
esta manera de entender la libertad, utilizan los mismos recursos
retóricos: que si la historia, que si el idioma, que si la
identidad. Pero no creo que aporte mucho al tema de la libertad todo
esto.
También
cabe entender la libertad desde el punto de vista negativo, como
sustracción , como pérdida, como entrega. En este sentido, la
asumimos desde la imposiblilidad de ser realmente libres. El
ser humano nace en libertad, desprovisto de las determinaciones de la
naturaleza. Para poder sobrevivir, para poder llegar a ser un
proyecto válido, esa libertad tiene que ser entregada a la sociedad.
La sociedad, en forma de tradición, la recoge, se apodera de ella.
Ese es el verdadero papel de la tradición, la de apropiarse de la
libertad de cada uno para que sea viable el proyecto de la especie
humana. La libertad, por tanto, es la propia imposibilidad del hombre
a ejercerla, por que si lo hiciese el propio hombre sería una
especie inviable. Es lo imposible-real, el horizonte que nunca
llegaremos a coger, a hacerlo nuestro, aunque lo tengamos delante de
nuestras narices.
Por
lo tanto, en realidad el hombre nunca está en situación de escoger.
La elección siempre “ya fue”, y ya no hay nada que hacer, ni
antes ni después. Por eso es inevitable que, dada la relación entre
el sujeto y la comunidad, el estado o la ley, nos encontremos muchas
veces con esta paradoja:
-
Sujeto, tú puedes elegir entre esto o aquello, a condición de que
elijas bien. Si te equivocas, dejarás de tener la libertad de
escoger, dejarás de pertenecer a esta comunidad.
El
problema, por tanto, es que esa elección, como decía, la de escoger
libremente la comunidad, la familia o lo que sea, ya es algo que ya
le venía dado al nacer.
Quizás
se piense que esto es precisamente el sustento teórico que necesitan
los tiranos para someter a los demás. Todo lo contrario. Ellos
asumen implícitamente que el acto de libertad es posible, que el
hombre puede poder elegir entre ser su amigo o ser su enemigo: “o
estás conmigo o estás contra mi”.
Por otro lado, ¿cómo
tamiza o da forma la tradición a esa libertad entregada? Quizás
venga bien recordar a Kant y su estética trascendental, sobre todo
cuando habla de las intuiciones puras de nuestra sensibilidad gracias
a las cuales podemos hacernos con el mundo que nos rodea: la
espacialidad y la temporalidad. No cabe duda del lugar determinante
de estas dos intuiciones en cualquier cultura que pretenda ser viable. No es casual que una de
las estrategias más eficaces utilizadas por los tiranos para someter
o acabar con cualquier grupo humano es el negarles un tiempo, o sea,
borrar su historia -¿qué se ha hecho con la mujer durante tantos
siglos?- o un territorio -el Sáhara sin ir más lejos. Borrado el
espacio y el tiempo, la cultura de desvanece como un azucarillo, y
con ella la libertad nunca será restituida.
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