Para
Julián Marías, el pensamiento de
Occidente va a oscilar entre el idealismo que entiende al hombre como res
cogitans o puro yo y un biologismo que ve al hombre como algo que emerge
evolutivamente y sin diferencia radical de la animalidad[1].
Y es que estas dos visiones, aunque en cierto mantienen su parte de verdad, sí
que muestran un punto de vista que puede resultar parcial. Para el idealismo,
el hombre no es el hombre de carne y hueso, sino el "yo". Mientras
que el punto de vista biológico cuando habla del hombre habla de su carne y su
hueso. La tarea de Marías, a partir de las elaboraciones de su maestro, Ortega,
es la de trascender las dificultades que plantean las anteriores visiones, y en
esto inicia una superación de la visión trágica de la vida de Unamuno que, como
vimos en el primer capítulo, se quedó anclado en esta disyuntiva. Para ello,
Marías propone, siguiendo la estela de su maestro, el situarse en el punto de
vista de las realidades radicadas, es
decir, las realidades que se encuentra el hombre en su vida. Y es que, según
Marías, el hombre está en el cosmos, pero
mi vida no se reduce a ese cosmos, sino que lo engloba y envuelve con otras
realidades y conmigo[2].
Es en mi vida donde me encuentro con toda la realidad y con el hombre, y me da
pie a decir de mí mismo "yo soy un hombre". En definitiva, sólo a
partir de este punto de vista se puede catalogar al hombre como un animal, como
un animal que lleva una vida humana, de tal manera que la característica del
hombre no habría que buscarla en los caracteres orgánicos, sino en su tipo de
vida que es biográfica. El hombre es, por tanto, una estructura de la vida humana[3],
entendido como un modo de articular su vida que tiene carácter biográfico.
Pero, ¿cuál es esa estructura
humana? Para adentrarse en esta pregunta, Marías distingue entre dos tipos de
estructura: la empírica y la analítica. La estructura
analítica no es una realidad, no es más que una teoría o interpretación que
es obtenida a partir de la realidad y tiene carácter necesario y universal. Su máxima condensación sería la tesis
orteguiana-que ya hemos comentado en el capítulo dedicado a Ortega- de 1914: Yo soy yo y mi circunstancia[4].
El yo es entendido como proyecto o programa vital, lo que podríamos denominar
como disposiciones, y las circunstancias entendidas como el repertorio de herramientas
y competencias que se convierten en posibilidades de hacer en el momento en que
se unen a las disposiciones particulares de cada uno de los sujetos. Esta
estructura analítica permite alumbrar la realidad concreta de cada vida en lo
que podríamos llamar como paisaje, permite, por tanto, tal como dice Marías,
poder contar la vida.
Frente a esta estructura analítica,
es necesario otra estructura que sirva de enlace entre la teoría, nos referimos
a la estructura analítica, y la realidad singular. Esa estructura le llama
Marías estructura empírica, y a ella pertenece todas las determinaciones que,
sin ser ingredientes de la estructura analítica, es decir, que son en definitiva
elementos empíricos, tienen carácter estructural, o sea, que son previos a cada
biografía concreta. En cierto modo, la estructura empírica no es un requisito a priori de cada una de las vidas
humanas, pero pertenece a ella, sólo en la vida concreta de cada uno se
descubre. Este tipo de determinaciones empíricas, por ejemplo, el que un sujeto
sea hombre o mujer, el que sea manco o cojo, no son determinaciones
apriorísticas, es decir, que no son necesarias para llevar a cabo una vida
humana. La vida humana, pues, además de
tener la estructura universal constituida por sus requisitos necesarios, sine
quibus non, ha de estar empíricamente estructurada, con una u otra estructura
empírica[5].
En este sentido, la estructura empírica ofrece un primer campo de variación de
la propia estructura analítica, un primer espacio de concreción.
Marías expone varios ejemplos del
tipo de concreción que realiza la estructura empírica. Por ejemplo, la circunstancialidad, que implica que la
vida del hombre se desarrolla en un mundo; la corporalidad, que implica
que la vida humana está encarnada; la sensibilidad,
el que la vida humana tenga unos sentidos y no tenga otros, y que esos sentidos
tengan determinada sensibilidad y no otra; la temporalidad, porque, ciertamente, la vida humana tiene un límite,
pero es una limitación que no adolece de cierta imprevisibilidad en el sentido
de que , aunque sabemos que vamos a morir, no conocemos el momento concreto de
la muerte.
Para Marías, todo esto se convierte
en el verdadero lugar teórico del
problema del hombre, porque este es el lugar efectivo de su realidad[6].
Así que queda explicitada la realidad radical del hombre, su verdad ontológica,
queda por descubrir los aspectos y dimensiones más concretas en las que
acontece esa realidad. Veamos como desarrolla eso.
La circunstancialidad del hombre, lo
antes hablamos del yo y su circunstancia, implica un estar, pero ese estar no debe
entenderse como un mero estar entre las cosas, sino como un estar viviendo, que
tiene un alcance más ontológico. Este estar, por tanto, va más allá de una
simple colocación, sino que implica una estructura, un modo de estar situado,
que en el caso del hombre es de carácter biográfico. A este tipo de estar es lo
que Marías denomina como instalación.
La instalación depende de la estructura empírica, mientras que a la estructura
analítica le pertenece que a la vida humana le pertenezca la instalación. Evidentemente,
la instalación, tal como hemos sugerido antes, no es lo mismo que estar
situado, que, en palabras de Marías, es
siempre concreta, y además singular[7],
sino que la instalación implica cierta estabilidad que, aunque no sea
permanente, se vive como duradera. Es ese modo de relación, de anudamiento, el
que permite que la instalación tenga carácter perdurable, aunque no eterno. Es
lógico, pues, que sin esa instalación no puedo realizar una vida proyectiva,
como dice Marías, no puedo vivir hacia
adelante más que desde una manera previa de estar -previa respecto a cada
proyecto y cada hacer- en la cual estoy "instalado"[8].
La instalación, aunque es unitaria, es
pluridimensional, se articula en varios
niveles y direcciones, por eso es una estructura[9].
Es unitaria en el sentido de que los diferentes niveles y direcciones que la
conforman no son suficientes ni aislables, sino que están trabados, anudados,
conformando una totalidad viva. Además, el hecho de que la instalación dependa
exclusivamente de la estructura empírica, implica que ningún análisis puede
agotarla, es decir, que en la instalación hay cierto grado de infinitud, de
novedad estructural. La instalación del hombre, en este sentido, siempre puede
descubrir nuevos elementos, nuevas tensiones, porque en realidad la vida del
hombre no se limita a ser lo que es, es decir, a repetir un patrón, sino que es
estar continuamente haciéndose.
En líneas generales, el sistema de
instalación del hombre presenta diferentes dimensiones o estratos, espacial, físico, biológico, psicológico,
social, histórico, etc[10].
Pero para Marías sería injusto, siempre que nos refiramos al hombre, de
analizar esas dimensiones desde el punto de vista de la dimensión misma, de sus
legalidades. La instalación siempre se produce en la vida del hombre concreto,
en mi vida, es por ello que Marías considere que el único punto de vista propio
desde el cual analizar la instalación del hombre sea el biográfico, que es el
lugar donde acontece, donde se actualizan las diferentes dimensiones implicadas
en la estructura empírica del hombre. Y es que esta perspectiva biográfica
implica una apertura de horizontes, es decir, que va más allá del mero decir
que el hombre está instalado en el mundo --nivel ontológico--, sino que implica
un saber cómo está en ese mundo --nivel categorial o estructural-- y el cómo tiene
que estar o puede estar --nivel axiológico.
Pero además, como hemos visto antes,
la instalación tiene un carácter dinámico, de modo que la formas de instalación
no son más que formas de acontecer. Es el cauce por donde se desarrolla la
vida. Y este cauce es el que hace que la instalación tenga un sentido
histórico, una direccionalidad. De ahí que la vida del hombre, en esencia, asuma
un carácter futurizo. Pero cuando
hablamos de direccionalidad tenemos que guardarnos de intentar buscar un
principio y un fin, ni una cosa ni otra tienen cabida en la instalación. La
vida del hombre es sólo movimiento instalado que no implica un fin concreto que
se encuentra en un más allá o más acá, y es por ello que Marías sentencie: Ni soy sólo presente, ni sólo futuro, soy
futurizo, y esa "presencia" del futuro y del pasado hace que esté
instalado en el tiempo, y no simplemente "lo cruce"[11].
La instalación implica que la vida del hombre
nunca es neutral, depende de nuestra instalación y del cómo las diferentes
dimensiones se relacionan. estas crean un campo de fueras, de tensiones y
proyecciones con diferentes direcciones e intensidades, lo que llama Marías
como estructura vectorial de la vida. La
vida, como movimiento dentro de una instalación, busca el equilibrio
constantemente. Los desequilibrios pueden producirse en cualquier nivel, y por
mínimo cambio que se produzca, va a afectar siempre a la totalidad de la vida
del hombre. Éste, por tanto, buscará de nuevo el equilibrio perdido.
Para terminar, el carácter
circunstancial de la vida humana conlleva estar en un mundo. Pero el mundo no
es un conjunto o suma de cosas, no es la simple naturaleza que espera ansiosa a
que llegue ese viento fuerte, el hombre, para que la moldee a su antojo. Es el ámbito o dónde "en" que
están las cosas y en que -en otro sentido del verbo estar- estoy yo[12].
Y lo mismo que la vida del hombre tiene una estructura, también la tiene la
mundanidad. Esta estructura mundana de la vida es, por tanto, algo mucho más
originario y radical que la naturaleza. En este sentido, el mundo hace posible
toda instalación; la mundanidad es la
instalación radical, aquella que pertenece a la vida humana, y que empíricamente
se articula en la serie de las diversas instalaciones[13].
Es decir, que entre el hombre y el mundo se tienen que dar ciertas condiciones
de colaboración, o sea, que el mundo no permite cualquier tipo de instalación
del hombre ni el hombre puede instalarse en el mundo a su antojo. En el momento
en que esa colaboración se produce en el momento de la instalación, el mundo
adquiere las mismos caracteres, como por ejemplo, la emergencia, que hace que
el mundo no se convierta en conjunto, sino
más bien un repertorio que nunca está dado, que nunca se reduce a
"dato"[14].
El mundo, por tanto, es ante todo un escenario, un paisaje, en el que se
desarrolla la vida del hombre articulada en forma de escenas que se
corresponden al elemento de instalación, instalación que no supone una
detención del movimiento, sino el "desde" que lo hace posible.
[1] Marías, Julián, Antropología
Metafísica, Pág. 79 y s.
[2] Ibíd. Pág. 82.
[3] Ibíd. Pág. 84.
[4] Ibíd. Pág. 86.
[5] Ibíd. Pág. 91.
[6] Ibíd. Pág. 94.
[7] Ibíd. Pág. 99.
[8] Ibíd. Pág. 100.
[9] Ibíd. Pág. 101.
[10] Ibíd. Pág. 103.
[11] Ibíd. Pág. 108.
[12] Ibíd. Pág. 118 y s.
[13] Ibíd. Pág. 120.
[14] Ibíd. Pág. 122.
Comentarios