- Obertura.

En
cualquier caso, toda esta problemática del legislador y el legislado, en otras
palabras, la problemática del amo y del esclavo, no es algo de lo que pueda
escapar el hombre así como así. El poder es algo inherente, consustancial, al
hombre. Ya el mito de Protágoras, que se encuentra relatado en el diálogo platónico del mismo nombre, se
refiere a esta problemática. Habla de cómo el hombre, en el momento de la
creación del reino de los mortales por parte de los dioses, justo el día del
reparto de las facultades a todos los animales, quedó privado de facultad
alguna que le permitiese la supervivencia en el mundo. Esa privación, a causa
de la “negligencia” de Epimeteo, el encargado de distribuir correctamente esas
facultades en todos los animales, incluido el hombre, obligó a Prometeo, que
además se vio apurado de tiempo ya que el día de la creación estaba a punto de
llegar, a robar las artes y el fuego a Hefesto y a Atenea para ofrecérselas al
hombre. Éste, con estas artes divinas, ya no se encontraría desnudo en el mundo
y podría, por sí sólo, sobrevivir más o menos decentemente. Evidentemente, que
un animal tuviese en sus manos un arma divina podía tener unas consecuencias
imprevisibles, por ejemplo, el hecho de que unos pocos hombres lograran
monopolizar el uso de las artes contra los más. Este hecho, que no pasó
desapercibido a los dioses, les obligó a dotar al hombre con las virtudes de la
justicia y del pudor. De esta manera, el hombre podría vivir en comunidad.
Uno de los aspectos importantes que
saca a la luz este mito es la importancia de la técnica, de las artes, para el
ejercicio del poder. Conviene señalar que la capacidad técnica no se reduce al
uso de una herramienta concreta como un martillo, un flauta travesera,
etcétera, sino que incluye toda una serie de instituciones, de legalidades, que
van parejas al uso de unas determinadas herramientas, es decir, que la
capacidad técnica de un grupo no puede concretarse en un vulgar catálogo de
herramientas instrumentales, especie de prótesis tecnológicas que hacen que el
cuerpo humano, el genéticamente determinado, pueda realizar tareas más allá de
lo que ese cuerpo que Dios nos ha dado pueda ejercer, sino que debemos incluir
tanto a el conjunto de creencias (entendidas a la manera orteguiana), e ideas
que se articulan a través de aquellas, mediante las cuales se ponen en
funcionamiento toda una serie de instituciones políticas, económicas,
culturales, espirituales, etcétera. Es fácil, por tanto, suponer que la
capacidad técnica de un grupo social, o a nivel personal, de un sujeto, sea
determinante a la hora de situarse del lado del grupo de los dominadores o de
los dominados. En este contexto, mi amigo Antonio Alcalá se hacía eco de una
noticia interesante: http://antoniojosealcalavique.blogspot.com.es/2014/09/charlie-salida-38-tu-me-entiendes-o-yo_8.html. A Raíz de
ella, yo reflexionaba sobre quien tiene todas las de perder en ese encuentro
casual -o quizás deberíamos llamarlo causal. Las diferencias entre unos y
otros, las de los que por primera vez se encuentran, no son básicamente
diferencias de entendimiento, sino tecnológicas. No hay problema de entendimiento cuando, ante
un problema que me abruma, trato de hacerme comprender, a pesar de las
diferencias. Si trato de hacerme comprender es porque soy consciente que puedo
llegar a un entendimiento, por mínimo que sea. No se me ocurriría pedir ayuda a
un animal, a un árbol. Incluso en los casos extremos de violencia soy capaz de
pedir clemencia al verdugo, es decir, hay algo que me dice que la persona que
piensa ejecutarme puede llegar a entenderme -otra cosa es que lo haga, o quiera
hacerlo. Es, por tanto, la tecnología un arma eficaz de poder mediante la cual
el hombre puede someter a otros hombres con más o menos tiranía, con más o
menos, dulzura. En este sentido, el poder se entendería como la fuerza que se
aplicaría a un cuerpo social, o a un sujeto concreto, y que puede ser de
carácter coercitivo, ejercido de manera directa por los aparatos del estado, o
de acción encubierta, ejercido de manera indirecta por lo grupos de interés[1].
Pero
no debemos olvidar otro aspecto que saca a la luz el mito de Protágoras, y es
el que hace referencia a las virtudes de la justicia y del pudor. En este
sentido, el término “poder” da un giro inesperado y se sitúa al lado del
prestigio, del reconocimiento o de la autoridad (“autoridad que no siempre
poseen”, como bien dice López Aranguren, “las llamadas autoridades”)[2]. En este sentido, el poder se
convierte en algo que estimula lo que Ortega llamaría la vida ascendente, donde todas las fuerzas creativas se concentrarían
en un mismo punto común sin que por ello pierdan su carácter distintivo,
individual, aristocrático, pero que, no obstante, necesitan de esa
concentración, de esa limitación para que sean posibles, sean efectivas. El
poder sería, más bien, el límite del poder, en el sentido de que toda autoridad
lo es en el momento de que es fruto de una limitación auto-impuesta. Por tanto,
el ejercicio de poder, en el sentido ascendente, no es un fin en sí mismo (yo
estoy en el poder y, por lo tanto, lo ejerzo, o sea, yo soy consejero de Caja
Madrid y ejerzo la consejería, con todas las consecuencias, incluidas las
tarjetas), sino un medio para lograr un fin mucho más profundo que tiene que
ver con la supervivencia-convivencia del propio hombre, no con el uso y puesta
en práctica de unas leyes racionales, sean fruto de un consenso o de la
imposición. Es en el sentido que apuntábamos al inicio de este párrafo donde el
poder de la institución y sus legalidades (siempre positivas y concretas),
pierde su fuerza tiránica y deshumanizadora.
(Continúa...)
[1]
Cfr. López Aranguren, José Luis, Ética y
política, Barcelona: Diario público, 2010.
[2]
Op. Cit.,Pág. 44-45.
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