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Apuntes sobre el poder... 1



  1. Obertura.
Me sugiere mi amiga Fina Morales que haga “una reflexión acerca de las ansias de poder del ser humano”. Me insiste, en un intento de hacerse comprender, que hable “sobre las personas que necesitan mandar”. Entiendo, a riesgo de equivocarme, que con sus palabras se refiere al poder que ejerce un sujeto hacia los demás y, mediante el cual, trata de imponer unas leyes propias. Evidentemente, cuando los demás salen favorecidos de esas leyes impuestas por otros, es difícil que surjan distensiones o desencuentros entre legislador y legislado, pero, en el momento en que el legislado no encuentra ventaja alguna de la legislación impuesta, y más aún, no encuentra manera eficaz de convencer al legislador de la necesidad de cambiar las cosas, los problemas afloran irremisiblemente.

            En cualquier caso, toda esta problemática del legislador y el legislado, en otras palabras, la problemática del amo y del esclavo, no es algo de lo que pueda escapar el hombre así como así. El poder es algo inherente, consustancial, al hombre. Ya el mito de Protágoras, que se encuentra relatado en el diálogo platónico del mismo nombre, se refiere a esta problemática. Habla de cómo el hombre, en el momento de la creación del reino de los mortales por parte de los dioses, justo el día del reparto de las facultades a todos los animales, quedó privado de facultad alguna que le permitiese la supervivencia en el mundo. Esa privación, a causa de la “negligencia” de Epimeteo, el encargado de distribuir correctamente esas facultades en todos los animales, incluido el hombre, obligó a Prometeo, que además se vio apurado de tiempo ya que el día de la creación estaba a punto de llegar, a robar las artes y el fuego a Hefesto y a Atenea para ofrecérselas al hombre. Éste, con estas artes divinas, ya no se encontraría desnudo en el mundo y podría, por sí sólo, sobrevivir más o menos decentemente. Evidentemente, que un animal tuviese en sus manos un arma divina podía tener unas consecuencias imprevisibles, por ejemplo, el hecho de que unos pocos hombres lograran monopolizar el uso de las artes contra los más. Este hecho, que no pasó desapercibido a los dioses, les obligó a dotar al hombre con las virtudes de la justicia y del pudor. De esta manera, el hombre podría vivir en comunidad.

           Uno de los aspectos importantes que saca a la luz este mito es la importancia de la técnica, de las artes, para el ejercicio del poder. Conviene señalar que la capacidad técnica no se reduce al uso de una herramienta concreta como un martillo, un flauta travesera, etcétera, sino que incluye toda una serie de instituciones, de legalidades, que van parejas al uso de unas determinadas herramientas, es decir, que la capacidad técnica de un grupo no puede concretarse en un vulgar catálogo de herramientas instrumentales, especie de prótesis tecnológicas que hacen que el cuerpo humano, el genéticamente determinado, pueda realizar tareas más allá de lo que ese cuerpo que Dios nos ha dado pueda ejercer, sino que debemos incluir tanto a el conjunto de creencias (entendidas a la manera orteguiana), e ideas que se articulan a través de aquellas, mediante las cuales se ponen en funcionamiento toda una serie de instituciones políticas, económicas, culturales, espirituales, etcétera. Es fácil, por tanto, suponer que la capacidad técnica de un grupo social, o a nivel personal, de un sujeto, sea determinante a la hora de situarse del lado del grupo de los dominadores o de los dominados. En este contexto, mi amigo Antonio Alcalá se hacía eco de una noticia interesante: http://antoniojosealcalavique.blogspot.com.es/2014/09/charlie-salida-38-tu-me-entiendes-o-yo_8.html. A Raíz de ella, yo reflexionaba sobre quien tiene todas las de perder en ese encuentro casual -o quizás deberíamos llamarlo causal. Las diferencias entre unos y otros, las de los que por primera vez se encuentran, no son básicamente diferencias de entendimiento, sino tecnológicas.  No hay problema de entendimiento cuando, ante un problema que me abruma, trato de hacerme comprender, a pesar de las diferencias. Si trato de hacerme comprender es porque soy consciente que puedo llegar a un entendimiento, por mínimo que sea. No se me ocurriría pedir ayuda a un animal, a un árbol. Incluso en los casos extremos de violencia soy capaz de pedir clemencia al verdugo, es decir, hay algo que me dice que la persona que piensa ejecutarme puede llegar a entenderme -otra cosa es que lo haga, o quiera hacerlo. Es, por tanto, la tecnología un arma eficaz de poder mediante la cual el hombre puede someter a otros hombres con más o menos tiranía, con más o menos, dulzura. En este sentido, el poder se entendería como la fuerza que se aplicaría a un cuerpo social, o a un sujeto concreto, y que puede ser de carácter coercitivo, ejercido de manera directa por los aparatos del estado, o de acción encubierta, ejercido de manera indirecta por lo grupos de interés[1].

            Pero no debemos olvidar otro aspecto que saca a la luz el mito de Protágoras, y es el que hace referencia a las virtudes de la justicia y del pudor. En este sentido, el término “poder” da un giro inesperado y se sitúa al lado del prestigio, del reconocimiento o de la autoridad (“autoridad que no siempre poseen”, como bien dice López Aranguren, “las llamadas autoridades”)[2]. En este sentido, el poder se convierte en algo que estimula lo que Ortega llamaría la vida ascendente, donde todas las fuerzas creativas se concentrarían en un mismo punto común sin que por ello pierdan su carácter distintivo, individual, aristocrático, pero que, no obstante, necesitan de esa concentración, de esa limitación para que sean posibles, sean efectivas. El poder sería, más bien, el límite del poder, en el sentido de que toda autoridad lo es en el momento de que es fruto de una limitación auto-impuesta. Por tanto, el ejercicio de poder, en el sentido ascendente, no es un fin en sí mismo (yo estoy en el poder y, por lo tanto, lo ejerzo, o sea, yo soy consejero de Caja Madrid y ejerzo la consejería, con todas las consecuencias, incluidas las tarjetas), sino un medio para lograr un fin mucho más profundo que tiene que ver con la supervivencia-convivencia del propio hombre, no con el uso y puesta en práctica de unas leyes racionales, sean fruto de un consenso o de la imposición. Es en el sentido que apuntábamos al inicio de este párrafo donde el poder de la institución y sus legalidades (siempre positivas y concretas), pierde su fuerza tiránica y deshumanizadora.

(Continúa...)



[1] Cfr. López Aranguren, José Luis, Ética y política, Barcelona: Diario público, 2010.
[2] Op. Cit.,Pág. 44-45.

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Uno lamenta tener que reconocer, abiertamente, la imperiosa necesidad de la sociedad jerárquicamente organizada, poder mediante.

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