Querido amigo:
¿A
qué te refieres concretamente cuando hablas de ideología pequeño
burguesa? -me preguntabas el otro día mientras iniciábamos una de
esas interminables subidas de las que nos tienes tan acostumbrados.
Gracias a que todavía la inclinación de ese repecho no era del todo
exigente me saqué de la marga un ejemplo que tiene que ver con mi
profesión. Antes, nuestro compañero de fatigas, hacía un resumen
magistral al sentenciar que la ideología pequeño burguesa es la de
aquellos que se creen “clase media” y que en realidad son “clase
baja” con ciertos privilegios, privilegios de clase baja, por
supuesto. Desde mi punto de vista, eso de las clases medias, o clases
neutras, es uno de los grandes inventos del poder hegemónico que
trata, a todo costa, de hacer desaparecer, en el sentido de ocultar,
de obviar, el verdadero antagonismo que confiere a un cuerpo social
el aspecto de totalidad, es decir, la relación antagónica entre el
que manda y el que obedece, entre lo aristocrático y lo plebeyo.
Sobre
este hecho ya hablábamos, en otro
contexto,
en relación al nuevo tipo de Amo, el totalitario, el que se impone
hoy en día en nuestra sociedad “democrática”. En cierto modo,
cuando nos encontramos con sistemas sociales hiper-complejos, como el
nuestro, el Amo clásico se vuelve impotente a la hora de poder
mantener su hegemonía. Su única manera es iniciar una especie de
inversión en la que se va despojando paulatinamente de poder
explícito, o sea, delegando en otros. El Amo totalitario no manda
porque sea el Amo, sino que es el Amo porque los otros quieren que
sea el Amo. Pero los otros quieren que sea el Amo por la sencilla
razón de que ellos, a quienes se le ha delegado la acción concreta
del ejercicio del poder, se sienten legitimados para ello. Yo, como
funcionario, ejerzo el poder sobre mis alumnos, sobre sus padres, en
cierta manera, porque estoy legitimado por el Amo totalitario, ese
que ha delegado en mí la tarea de imponer ese poder.
Todo
esto se podría reunir en torno a lo que llamamos proceso de
burocratización de una sociedad. En este contexto, la clase media no
sería una clase, evidentemente porque una clase social implica una
subjetividad, una tendencia, sino toda una estructura material de
carácter burocrático que, aunque implica a personas, trata a esas
personas no como personas, sino como objetos, como medios para
ejercer el poder. Los privilegios que reciben, en forma de salarios
más o menos dignos, son fruto de ese servicio al poder. Por tanto,
todo el que se cree clase media hace gala de su puesto en ese
entramado burocrático inmenso, sea público o privado.
Por
eso no te debe de extrañar que reaccionara de manera tan impulsiva
cuando leí el cartel con el que iniciaba la misiva. Sin duda, no
trato ningunear el papel de los padres en la educación de los hijos,
pero insisto en la importancia de situar el problema en su justo
lugar y no ocultar los verdaderos problemas educativos que existen en
nuestra sociedad post-industrial y post-moderna. Y eso pasa por no
exigir a los demás lo que uno, desde un punto de vista parcial, el
del burócrata, no es capaz de hacer.
Las
relaciones entre las familias, los centros, los alumnos, los padres,
los profesores, las instituciones, etc., son más complejas que lo
que se expresa en el siguiente dicho: “la escuela para enseñar, y
la casa para educar”. La tarea educativa es, utilizando una
terminología enrevesada, “glocal”, por una lado, tiene un
carácter “global”, es decir, implica a muchos elementos,
dimensiones, esferas, todas aquellas que, de una y otra manera,
intervienen, interactúan con ese proyecto de sujeto que llamamos
alumno, que llamamos hijo, y por otro, es “local”, es decir, que
los que intervienen son personas, entidades, padres, etc., concretos,
con nombres y apellidos. Quiero decir, que cada uno, en nuestros
niveles de intervención, educamos y enseñamos, con las herramientas
y las competencias que tenemos a mano.
Pero,
ya centrándonos en el aspecto ideológico -para ello hago lo mismo
que en una reciente
entrada de mi blog, o sea, cambiar de perspectiva y situarme en
el foco de las familias, esas a las que se exige que participen en el
cumplimiento de esa cuota de educación gratuita-, esa referencia a
la gratuidad de la educación no está exenta de cierto descaro, a
saber, ¿no suena a advertencia para aquellos padres que, hoy en día,
luchan por una educación pública gratuita para sus hijos? Pero, más
aún, esa referencia a la gratuidad, que supone un precio en el
mercado que, en este caso, pagan otros, por eso es gratis, ¿no es
una manera obscena de referirse a asuntos tan capitales como los
valores? ¿Desde cuándo los valores se miden por el precio de
mercado? ¿A qué se dedica, pues, un maestro, un profesor, a regular
ese precio, a contrabandear con los valores? Sin duda, esos valores
están por encima de cualquier precio, tan encima que la tan traída
ausencia de valores no muestra más que el que se está haciendo un
uso ilegítimo de ellos, que se han fetichizado. Hoy se mercadea con
los valores, y la escuela es un fiel reflejo. Mientras, las familias
aisladas, sobreviven como pueden, unas mejor que otras, con valores
manoseados, desustantivizados, porque, ¿qué significa hoy el
esfuerzo cuando el trabajo está en manos de unos pocos?, ¿qué
significa el cuidado del medio ambiente cuando está en manos de unas
pocas corporaciones?, ¿qué significa la mentira cuando el mentir es
un modo habitual de hacer política?, y podemos seguir
indefinidamente. La soledad, como enfermedad del la modernidad, es
sólo el síntoma de todo esto.
En
fin, y volviendo a la primera parte de la carta, el texto que le da
inicio muestra bien a las claras las maneras del burócrata, en este
caso, del maestro, del profesor, y si me apuras, del catedrático. El
burócrata, haciendo oídos sordos a las circunstancias materiales en
las que se encuentran sus alumnos, exige a estos, y a sus familias,
que entren en un centro escolar debidamente predispuestos
-”debidamente cumplimentado” se dice cuando te hacen entregar
unos papeles-, así la maquinaria funcionará como “Dios manda”.
La realidad es que, gracias a ese espíritu burocrático, la
maquinaria funcionará como “Dios quiera”.
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