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Carta a un amigo... 3


Querido amigo:
 
¿A qué te refieres concretamente cuando hablas de ideología pequeño burguesa? -me preguntabas el otro día mientras iniciábamos una de esas interminables subidas de las que nos tienes tan acostumbrados. Gracias a que todavía la inclinación de ese repecho no era del todo exigente me saqué de la marga un ejemplo que tiene que ver con mi profesión. Antes, nuestro compañero de fatigas, hacía un resumen magistral al sentenciar que la ideología pequeño burguesa es la de aquellos que se creen “clase media” y que en realidad son “clase baja” con ciertos privilegios, privilegios de clase baja, por supuesto. Desde mi punto de vista, eso de las clases medias, o clases neutras, es uno de los grandes inventos del poder hegemónico que trata, a todo costa, de hacer desaparecer, en el sentido de ocultar, de obviar, el verdadero antagonismo que confiere a un cuerpo social el aspecto de totalidad, es decir, la relación antagónica entre el que manda y el que obedece, entre lo aristocrático y lo plebeyo.

Sobre este hecho ya hablábamos, en otro contexto, en relación al nuevo tipo de Amo, el totalitario, el que se impone hoy en día en nuestra sociedad “democrática”. En cierto modo, cuando nos encontramos con sistemas sociales hiper-complejos, como el nuestro, el Amo clásico se vuelve impotente a la hora de poder mantener su hegemonía. Su única manera es iniciar una especie de inversión en la que se va despojando paulatinamente de poder explícito, o sea, delegando en otros. El Amo totalitario no manda porque sea el Amo, sino que es el Amo porque los otros quieren que sea el Amo. Pero los otros quieren que sea el Amo por la sencilla razón de que ellos, a quienes se le ha delegado la acción concreta del ejercicio del poder, se sienten legitimados para ello. Yo, como funcionario, ejerzo el poder sobre mis alumnos, sobre sus padres, en cierta manera, porque estoy legitimado por el Amo totalitario, ese que ha delegado en mí la tarea de imponer ese poder.

Todo esto se podría reunir en torno a lo que llamamos proceso de burocratización de una sociedad. En este contexto, la clase media no sería una clase, evidentemente porque una clase social implica una subjetividad, una tendencia, sino toda una estructura material de carácter burocrático que, aunque implica a personas, trata a esas personas no como personas, sino como objetos, como medios para ejercer el poder. Los privilegios que reciben, en forma de salarios más o menos dignos, son fruto de ese servicio al poder. Por tanto, todo el que se cree clase media hace gala de su puesto en ese entramado burocrático inmenso, sea público o privado.

Por eso no te debe de extrañar que reaccionara de manera tan impulsiva cuando leí el cartel con el que iniciaba la misiva. Sin duda, no trato ningunear el papel de los padres en la educación de los hijos, pero insisto en la importancia de situar el problema en su justo lugar y no ocultar los verdaderos problemas educativos que existen en nuestra sociedad post-industrial y post-moderna. Y eso pasa por no exigir a los demás lo que uno, desde un punto de vista parcial, el del burócrata, no es capaz de hacer.

Las relaciones entre las familias, los centros, los alumnos, los padres, los profesores, las instituciones, etc., son más complejas que lo que se expresa en el siguiente dicho: “la escuela para enseñar, y la casa para educar”. La tarea educativa es, utilizando una terminología enrevesada, “glocal”, por una lado, tiene un carácter “global”, es decir, implica a muchos elementos, dimensiones, esferas, todas aquellas que, de una y otra manera, intervienen, interactúan con ese proyecto de sujeto que llamamos alumno, que llamamos hijo, y por otro, es “local”, es decir, que los que intervienen son personas, entidades, padres, etc., concretos, con nombres y apellidos. Quiero decir, que cada uno, en nuestros niveles de intervención, educamos y enseñamos, con las herramientas y las competencias que tenemos a mano.

Pero, ya centrándonos en el aspecto ideológico -para ello hago lo mismo que en una reciente entrada de mi blog, o sea, cambiar de perspectiva y situarme en el foco de las familias, esas a las que se exige que participen en el cumplimiento de esa cuota de educación gratuita-, esa referencia a la gratuidad de la educación no está exenta de cierto descaro, a saber, ¿no suena a advertencia para aquellos padres que, hoy en día, luchan por una educación pública gratuita para sus hijos? Pero, más aún, esa referencia a la gratuidad, que supone un precio en el mercado que, en este caso, pagan otros, por eso es gratis, ¿no es una manera obscena de referirse a asuntos tan capitales como los valores? ¿Desde cuándo los valores se miden por el precio de mercado? ¿A qué se dedica, pues, un maestro, un profesor, a regular ese precio, a contrabandear con los valores? Sin duda, esos valores están por encima de cualquier precio, tan encima que la tan traída ausencia de valores no muestra más que el que se está haciendo un uso ilegítimo de ellos, que se han fetichizado. Hoy se mercadea con los valores, y la escuela es un fiel reflejo. Mientras, las familias aisladas, sobreviven como pueden, unas mejor que otras, con valores manoseados, desustantivizados, porque, ¿qué significa hoy el esfuerzo cuando el trabajo está en manos de unos pocos?, ¿qué significa el cuidado del medio ambiente cuando está en manos de unas pocas corporaciones?, ¿qué significa la mentira cuando el mentir es un modo habitual de hacer política?, y podemos seguir indefinidamente. La soledad, como enfermedad del la modernidad, es sólo el síntoma de todo esto.

En fin, y volviendo a la primera parte de la carta, el texto que le da inicio muestra bien a las claras las maneras del burócrata, en este caso, del maestro, del profesor, y si me apuras, del catedrático. El burócrata, haciendo oídos sordos a las circunstancias materiales en las que se encuentran sus alumnos, exige a estos, y a sus familias, que entren en un centro escolar debidamente predispuestos -”debidamente cumplimentado” se dice cuando te hacen entregar unos papeles-, así la maquinaria funcionará como “Dios manda”. La realidad es que, gracias a ese espíritu burocrático, la maquinaria funcionará como “Dios quiera”.

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Ha sido un placer leer esta entrada. Es genial.

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